Recordó una frase de Nietzsche cuando dijo que hasta el más valiente de nosotros pocas veces tiene valor para enfrentarse con lo que realmente sabe.
Y él sabía que no tenía puta idea de nada.
De nada.
Es más: él, era la nada y en su vida, en su puta vida, había leído a Nietzsche.
Se rió de sí mismo una vez más, pagó la lata de cerveza con monedas de por favor y se sentó en la entrada del portal.
Y dejó que la vida pasase. Tenía una pierna ortopédica, un perro con artrosis y un ojo sin cristal. Algunos días, una mesa sin mantel, la tabarra redentora de una sor y de la nada, tres cuartos y algo más.
Filcolins tocaba la flauta desde hacía que alguien, en postiza ceremonia reverencial, con el chorro de una fuente, en el nombre del padre, inclinándole la cabeza, del hijo, casi a la fuerza, del espíritu santo, lo obligó a recibir el santo sacramento del flautismo, amén.
Por el carril reservado, una moto atronando camino de ninguna parte con un descerebrado dándole gas pasó sorteando dos taxis y un autobús, la mediana de hormigón y un transeúnte al azar. Y recordó que una vez también él. Hacía años, una vez también había tenido una moto, brillante, niquelada. La dejó al borde de la carretera de Villacastín junto con un ojo, la pierna derecha y aquella monada de veinte años camino de El Espinar.
Recordaba que lo de menos había sido perder la pierna. Era una pierna. Le quedaba otra, bien gorda, decía sujetándose el paquete sin más.
Recordaba que lo de menos, por favor entiéndeme, había sido dejar en el asfalto los veinte años de aquella monada, qué le quieres, cuando llevas un chochete y le das gas. Me lo pidió, dale caña, agarrándome por allí. Me dejé llevar, las tetas clavadas en la espalda, los güevos a punto de reventar…No es que no me importase…pero ya sabes…De repente, todo a tomar por culo. Una hostia de manual. La curva era jodida. Lo sabía y sin embargo…
Filcolins tocaba la flauta. Por entre las mesas de las terrazas patatas y aceitunas y las calles de pasear. Filcolins, una monedita por favor, se dejaba los dedos sombrero en mano en los agujeros de flautear. Sin rencor hermano, una monedita que te sobre y si te sobra un billete hermano mucho mejor. ¿Te toco algo princesa?
Día tras día, carcomido por los recuerdos y a punto de quebrar, se dejaba caer por el comedor que decían social. Le reconfortaba un poco aquella humanidad venida a menos, a ras de suelo, terminal. No le importaban las etiquetas, ni a quién se lo debía ni de dónde salía lo de comer. Sin rencor hermano, si me das de comer por algo será, por un poco de lástima o porque a mí me importa poco y a ti te da igual. La vida es así, jodida para mí y seguramente, con tu casa, tu hipoteca, tus hijos, diez palos de golf, y seguramente para ti. Yo no sirvo para lo tuyo ni quiero, entiéndeme, que tú sirvas para lo mío, soltando hueca, por lo de la competencia ya sabes, una carcajada.
Aquel día, a tomar por culo camino de, las notas amaestradas de tanto tocar, los dedos ocho orificios más, siete delante y uno detrás. Si la sol, de oído, do re do. Aquel día, a tomar por culo camino de, Filcolins, sin saber por qué, tocó la flauta a la sombra de un abedul.