Todavía oscuro y el gesto resignado, se levantaba todos los días a las seis y media. Sólo los sábados se permitía arrebujarse entre las sábanas apenas una ahora más. Una hora que le sabía a gloria mientras él resoplaba como un buey desparramado sobre la cama. Casi en el precipicio del colchón, se agazapaba como podía conteniendo la respiración para no despertarlo o impidiendo que alguna tos impertinente resonase en el dormitorio. Como todos los días, a las siete, el desayuno sobre la mesa, las tostadas calientes y el café recién hecho. Pasadas las ocho, cuando ya no estaba, se relajaba con la música que a ella tanto le gustaba y la ponía una y otra vez todo lo alto que le apetecía sin tener que aguantar los desprecios de él, ya estás tú con esa mierda. Ella callaba, como siempre, una vez más, dando gracias al destino por no haber tenido hijos. Con ella era suficiente. Aguantar sus desplantes, gracias tendrías que dar porque te trato como una reina, los malos modos, no haces nada al derecho, las voces, eres igual que tu madre. A esto le falta sal, lo otro está crudo, lo de más allá sabe a quemado. Y ella callaba. Escondía las manos en el delantal y callaba. Para qué responder. El que calla otorga. Para ella no era así. Callaba porque no merecía la pena responderle que ella libre a pesar de todo, que nunca podría hacerse dueño de sus pensamientos, lo único que le quedaba aparte de los recuerdos, los pocos recuerdos que guardaba como un tesoro en un rincón escondido de la memoria. Sabía que allí estaban a salvo de la barbarie, de la insensatez, de la codicia de que fuese suya y de nadie más. A las once la llamaba desde el trabajo. A veces a las doce, incluso a las diez. A veces, del otro lado, diga, lo oía respirar, quién es, y colgaba. La llamaba sólo para saber que estaba ahí. No sé qué haría si me dejaras, le decía en ocasiones y no vales para nada en muchas más. Sería capaz de matarme porque tú eres mi reina, la dueña de mi razón. Y ella sonreía con la cara permaneciendo helado el corazón. Por las noches, con la luz apagada del dormitorio, cerraba los ojos y soñaba. Soñaba despierta con lo que quería, con lo que la hacía feliz. Y soñaba que volaba, que sus deseos tenían alas y que sus recuerdos parecían cuentos de hadas. Lluvia de verano que no mojaba, rocío de mañanas tempranas que el sol redime, viento cálido del sur en la cara. Sol de otoño, música de violín, de muchos pianos y alguna guitarra. Canciones de amor que tañía el arpa entristeciendo el corazón y curando el alma Y a oscuras, sonreía y callaba. Y soñaba que volaba, que sus deseos tenían alas y que sus recuerdos parecían cuentos de hadas.
Sol de Otoño
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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