Conocí a Ramón de amanecida golfeando agosto, él, yo y un gato garbanzudo, en una barra de bar. Mientras libábamos unos cubalibres a tragos cortos de ron, Ramón, el de Reboreda, me contaba historias de San Vicente do Mar. Luis, dos pelotazos más. Estas las pago yo. De ninguna manera. ¿Me desprecia una copa? Claro que no. Entonces, chitón. Me contó que había nacido casi no sabía dónde y apenas de quién. Que a los catorce años, escapando del hambre, se embarcó hacia el Gran Sol. Éramos once hermanos. Un trago largo y otro después. Un silencio mirando la pared. ¿Sabe lo que es eso? Negué con la cabeza. Hambre amigo, hambre. Miseria y necesidad. Mi padre, me cago en su entrepierna, andaba al jornal y mi madre, apenas podía andar. Hoy comíamos y dos días no. La abuela se hacía cruces cuando escapando de la gazuza aparecíamos como espectros delante de su puerta venidos del más allá. Virgen Santísima, decía siempre. Venga pa dentro que os doy un cacho de pan. A veces lo ensopaba en aceite y otras veces no. Un día nos puso una cacerola de lentejas y una pieza entera de pan. Sólo para hacer sopas, repitió unas cuantas veces amonestando con el dedo. Nada de cucharas. Sólo sopas y cuidado con la tos. Despacio, decía mientras nos veía rebañar. Despacio que las prisas son malas, y a continuación y para sí, pero el hambre es peor. Y nos miraba en silencio con cara de pena y al mismo tiempo de satisfacción. Muy jodido era aquello ¿sabe usted? pero no tanto como andar al Gran Sol. Hoy a la merluza. Mañana al bacalao. No vea usted; olas de nueve metros, pantocazos con hostias contra la mar. Las marucas de la línea, una a una, con las manos rotas por el frío y las uñas colgando por la sal. De abrigo, un gorro de lana y en el pecho, dos o tres jerseys. Un impermeable de plástico para el agua y dolor hasta en el alma. Mañana vamos al fletán, putos peixes, a tres mil metros bajo la mar. Y entre marea y marea, que me caso. Malo será que no tengamos algo para tirar. Venga le dije, malo será mujer. Así unos cuantos años más o menos bien y de repente, cabrona, se me encama con otro por culpa de la mar. Me cago en la eucaristía. Un trago largo, con la mirada ausente y el recuerdo de nuevo ahí, siempre ahí. Tal vez demasiada tristura, ponme dos hielos más, tal vez demasiado dolor. Pero no hay nada que la mar no pueda curar, dice al aire. Tan pronto te quita como después te da. En dos días embarco para el Gran Sol. Ponnos otras Luis que éstas también las pago yo. |
Crónica noctámbula desde una barra de bar
Comparte esta noticia:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Imprimir
Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
Más artículos de este autor