Quedé con Piluca a las once o’clock. Qué decir tiene que ella, tan mona, tocada de pamela y gafas de sol D & G, apareció veinte minutos después. Yo, que ya conocía el percal, no por frecuencia sino por deducción malsana y a todas luces machista, tuve tiempo de tomarme un par de cafés con unas galletitas crujientes a punto de caramelo. Entró contoneándose en el club náutico sabedora de que sus piernas eran las más admiradas y deseadas de toda la población flotante amarrada en los pantalanes. Después de exclamar un ¡mí má! contenido y por supuesto exento de cualquier atisbo de ordinariez, le estampé dos sonoros y merecidos besos, uno a cada lado de las dos mejillas. Pena de más. De más mejillas. Olía a jazmín, a lavanda, a cruasán a la plancha y a dos gotas de confitura de frambuesa extendida sobre una tostada con primor. Hola guapetón, me dijo en un susurro cerca de la oreja con ese encanto que sólo Piluca Montenegro sabía desplegar. Debo reconocer que aquel saludo, tan tibio, con tanto encanto y el punto justo de voz, me puso estupendo. Que te veo venir, me dijo sin más. Piluca por Dios. Calla truhán que te conozco desde las Josefinas. Y luego me refrescó la memoria recordándome lo pesado que me ponía, años atrás, cuando insistentemente la invitaba a jugar a los médicos o a las mamás y los papás. Te habría puesto un piso, le confesé. Me dijo que con aquel, ya le debía medio ciento. Largué la mayor saliendo de San Vicente rumbo a Ons. Piluca, en la banda, aligeraba indumentaria quedando en la bañera al capricho de la ventolina y los rayos de sol. Yo, de reojo y a la rueda, admiraba aquella maravilla solazándose lagartuda en la banda de estribor. La mayor, se resistía a impulsarnos de ceñida así que metí motor y puse rumbo 42 grados Norte, 8 grados Oeste hacia la playa de Melide que es nudista y a ver si había suerte. No la hubo. Fondeamos a sotavento con permiso de la Junta de Galicia como decía Piluca. Desplegué en la bañera y sobre mantel de lino blanco para la ocasión, la empanada de zamburiñas troceada con esmero, canapés variados para un toque de color y unas croquetitas de jamón ibérico que había encargado en el club náutico y que Maricarmen me hizo a regañadientes bajo amenaza de insistir en que se casase conmigo porque cocinaba muy bien. De vinos, un godello de Valdeorras y un Ribera del Duero para las croquetas y a pesar de que sería lo suyo, deseché un albariño porque me trinca el estómago y luego evoluciona en cabezón. Piluca, la muy…glamurosa, sacó de la bolsa de navegar rayada en tonos marineros, conchitas y caracolas, un sungüis de jamón de pavo con hilatura de güevo y una botella de agua sin gas. Estuve a punto de arrojarme por la borda ante tanto desencuentro pero recordé que aquella mañana me había emplastado el pelo con abundante gomina de autor y no quedaría fino afondar loucamente delante de Piluca con los pelos flotando en bajamar. La devolví a puerto al atardecer, mi ego quemado por el desinterés y ella en volandas, bajando al pantalán en brazos de dos marineros que mientras caminaba le silbaban un vals.
Crónica boba desde la amura de estribor
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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