Recibo una llamada y del otro lado, una voz desconocida diciéndome que llaman desde la Pensión La Noyesa a cobro revertido y que no me retire que un familiar quiere hablar conmigo. Lo cierto es que me sorprendió aquello del familiar y lo del cobro en destino porque tenía entendido que era algo que había pasado a la historia con los teléfonos de quinta generación, los mensajes sms, los güasap y demás sistemas de incomunicación. Por si acaso dije que aceptaba la llamada sin saber muy bien qué iba a encontrarme. Hola capullo, me dicen desde el otro lado. Era mi caballo. Le pregunté que si había entendido bien y que si me hablaba desde Noya. Respondió que había entendido perfectamente pero que en realidad estaba en Portosín, que había cambiado de idea a última hora y que había decidido variar el destino. Insistí en que si estaba de chiste y qué era aquello de un familiar. Me dijo que había sido una triquiñuela un poco infantil para poder conseguir que la llamada la pagase yo y que pelillos a la mar. Insistí un poco más para que me explicase qué pintaba él en un sitio como aquel. Me relató sin entrar en detalles, que había aprovechado la coyuntura, que la ocasión la pintaban calva y que no miraba para nadie y que mucho menos insinuaba nada, pero que había aceptado el ofrecimiento de un minorista de pescado, concretamente de sardinas, con el que había entablado buena relación y que entre un sí pero no, que si ya veremos, que si no seas burro y que una vez puestos, pues bueno, que dijo que sí, aunque me juró que se había resistido como una doncella pero que al final sucumbió a los encantos de la costa y a la perspectiva de arenales dorados, sirenas varadas y toda la vastedad de la mar océana con la brisa ondulándole las crines. Me tranquilizó diciéndome que por el bañador no me preocupase porque pensaba ir a la playa de Baroña todos los días, que allí no hacía falta porque era nudista, que allí la brisa, aparte de ondular las crines, también ondulaba lo demás. Me contó también que se había decidido por consejo de la veterinaria de que debía cambiar de aires, que el aire yodado y los baños de mar iban a irle muy bien para fortalecer las manos y los pies y que le había dicho que tenía casa precisamente en Portosín, mira qué casualidad, y que para poner la guinda al pastel, también le confesó que tenía una yegua alazana, cuatralba y careta, bastante curvilínea, de largas crines barrocas y extremadamente cariñosa. Algo dolido, le dije que muy bien, que era un mamón y que así me pagaba los desvelos y los sinsabores, las noches en vela, los disgustos, las preocupaciones y los éxitos que habíamos alcanzado juntos en los concursos de doma clásica. En este punto creí oír que el muy ingrato asubiaba hacia el techo y después de unas cuantas notas a ritmo de piano jazz se despachó a gusto. Me soltó que estaba harto, de mí y de mis extravagantes historias, del programa de radio con el que lo torturaba todos los miércoles. Que estaba harto de sumerios y pirámides, de leyendas de marcianos, de bandas de música y de conciertos de flauta travesera. Harto de las buenas y bonitas noches para todos excluyéndolo a él. Que necesitaba poner tierra por medio y disfrutar de la vida en rosa y del dolce far niente. Que no iba a acordarse de mí para nada pero que eso tampoco me eximía de continuar enviándole el giro de todos los meses con la paga de los domingos, que él también tenía unos gastos que atender y que a partir de ahora, muchos más. Terminó diciéndome que quizá volviese cuando se hubiese cansado de la vida bohemia y agitada, que no llorase por él, que me diesen dos duros y que hasta más ver.
Conversaciones con mi caballo VIII
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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