Estás hecho un desastre, le dije nada más verlo. Lo cierto es que habían pasado días, tal vez semanas, sin haberle hecho una visita a mi caballo. A pesar de aquel estado de semiabandono por mi parte, no dijo nada. Ni una queja, ni un reproche. Ningún exabrupto como hubiese sido lo más indicado para la ocasión. Nada. Se limitó a soltarme una mirada neutra y vidriosa y continuó repasando un periódico atrasado que alguien había abandonado a la puerta de la cuadra. Mírate, continué como si tal cosa, estás hecho un adán. Sentado en su sofá, medio mugroso, con la pelambre a desconchones y la barba de siete días-ya ves- respondió. No tienes perdón de dios, ataqué. ¿Acaso no te dejé dinero de sobra para cualquier imprevisto? ¿Acaso no te dejé saldo en el móvil? Si estás así es porque quieres, para apesadumbrarme y que me remuerda la conciencia. Solo piensas en ti. Eres el caballo más egoísta que he conocido. Incluso me atrevo a decir, que conoceré. Los demás te importamos un pito. Después de estas objeciones, debo reconocer que en propio descargo y a modo de defensa ante una sinrazón por mi parte, callé como un bellaco sin más argumentos que justificasen mi desatención hacia él. No se me importa un pito, dijo al fin con voz grave, que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo. ¿Qué dices? pregunté desconcertado. Lo que oyes, respondió sin alterar un músculo de la cara. Si es que eres capaz de oír, apuntilló. Déjate de puyas y explícate. No hay nada que explicar. Simplemente, estoy citando una estrofa de un poema de Oliverio Girondo. Permanecí por un instante pensativo intentando sacar a flote el naufragio de mi memoria con ese autor. Intenté ganar tiempo. Girondo, Girondo…Sí, hombre, cortó por la sano: de los Girondo de toda la vida. Por una vez que me pilles fuera de juego, intenté justificarme, no vayas a creer que todos los días es fiesta. Para fiestas estoy yo. Qué te pasa. ¿Aparte de que llevas tres semanas sin cumplir con tus obligaciones conmigo? Aparte de eso, estoy cabreado. Y no solo contigo, puntualizó. Antes de que pudiese decir nada sacó de debajo del cojín del sofá una pila de periódicos. Lee, me dijo señalando con la mano mientras pasaba páginas y páginas como un poseso sin necesidad de mojar el dedo: a España la desintegran, la banca quiere más dineros públicos, la legión de políticos no mengua, sus prebendas tampoco, el gabacho se va por la puerta de atrás y llega otro con sesenta medidas en la carpeta con las que dice que cambiará el país del foie-gras. Los griegos desmantelan el sistema y llenan las urnas de mala leche. El de Pontevedra anda a la deriva y os arrea medidas a loco todos los viernes del mes como si esto fuese una piñata. Los Ayuntamientos no se fusionan ni a cañonazos so pena de que a los alcaldes se les termine el chollo o que pierdan identidad, dicen para mayor escarnio. Las Diputaciones ahora van de salvavidas con amenaza de cosas malísimas y males terribles si desaparecen. Rato huye como una vaca dejando Bankia hecha unos zorros. El Banco Gallego se vende y Novagalicia saldrá a subasta por un euro y por si fuera poco esta humedad me está matando y encima, me ha salido un orzuelo en un ojo. Como verás, hizo una pausa mientras tomaba aire, el panorama es desolador. Mientras trataba de digerir aquella andanada de noticias correosas, me senté pensativo en el brazo del sofá e instintivamente saqué del bolsillo una petaca. Después de un trago corto, se la ofrecí, la miró, murmuró algo así como que todos los tragos sean estos y de una sentada vació 175 cl. de bourbon de Kentucky (que creo que en U.S.A. se pronuncia Quentaqui). A continuación me lanzó una mirada digna de un representante de la Inquisición. No me mires así que lo tengo para friegas porque como sabrás, sufro de calambres en las piernas por tu culpa. Además, el botiquín de la hípica no cuenta más que con unas tiritas y una caja de paracetamol caducada y con eso, ya me dirás. Acuérdate cuando tuviste una tendinitis en la mano izquierda que te la vendaron con diecinueve cajas de tiritas y como no mejorabas dos semanas después, estuvieron a punto de llamar al carnicero para que te diese el golpe de gracia y convertirte en mojama para una tienda de delicatessen. Me dijo que era un exagerado y que me lo estaba inventando porque yo era muy dado a la fantasía y a los globos de colores. Tengo nostalgia de la peseta, me dijo a bote pronto con cara de beodo. Le respondí que yo también tenía nostalgia en una muela. Será neuralgia, me corrigió. Le dije que me daba igual, que para el caso era lo mismo, que entre él y yo, lo de menos era la cordura o la sintaxis. El mundo no me entiende, me dijo al borde del sollozo. Sí que te entiende, respondí intentando consolarlo. Lo dices para consolarme, protestó incrédulo. Negué con la cabeza porque si hablaba se me iba a notar la risa. Qué culpa tengo yo de ser un caballo que habla. Qué culpa tengo yo de ser un caballo en un mundo de ovejas. Qué culpa tengo yo de este carnaval que os viste por fuera. Que culpa tengo yo de vosotros, palmeros y faralaes de una caseta de feria.
Conversaciones con mi caballo IV
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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