DOMINGO
Como hacía 40 años que no ganaban la Copa (del Rey, nuestro señor) y hubo un millón de personas admirando la gabarra que por el Tíber transportaba a los leones y a los cristianos, ahora todo el mundo, los otros 47 millones de habitantes de España, nos hemos hecho furibundos forofos, milikis y milikitos del Athletic, con comunicadores y tertulianos de circo price a la cabeza de este movimientos social de admiración a un equipo. Bueno, dos o tres hinchas del Mallorca FC aun se resisten pero ya están los psicólogos de la RFEF intentando convencerlos de que el rencor no es bueno para meditar debajo de un almendruco, como Eloísa. Yo siempre supe que era del Athletic, desde pequeño me gustaban los equipos que no tenían jugadores extranjeros en sus filas ni en sus columnas, tan solo maravillosos muchachos de la escuela de Lezama con ortografía indoeuropea aria pura. Con mi pesimismo voraz en la cabeza, de niño me resignaba a tener que jugar en el Real Madrid porque mi padre me había donado gratuitamente un apellido ibérico como el jamón: Fernández. Había un Fernández en el Elche, según supe por los cromos de las chocolatinas, y eso me consolaba mucho en mis ilusiones, yo creía ser un delantero centro rompedor.
LUNES
Por fin la televisión pública, tan pública como una mujer pública, ha fichado a Broncano a golpe de talonario de una cuenta corriente en la que los titulares son los ciudadanos y quién firma el cheque es un carnet del Psoe con pata negra para garabatear. Jamás he visto a este hombre pero me han entretenido, unos minutos, los medios de comunicación desafines al Desgobierno con algunas de sus gansadas, las del interfecto, no se me mal entienda. Después de haberlas oído con calma chicha, y sin mas datos para ello, puedo concluir que Broncano, como su propio nombre indica, es una especie de ventrículo que utiliza la segunda parte de dicho nombre para hacer hablar a sus marionetas. En la partícula inicial posee una fuerza contumaz de puños y gritos a destiempo; en la desinencia final queda en el aire un tufo escatológico muy sospechoso. Si a uno no le perdiera el optimismo, pudiera estar desconfiado del producto manufacturado resultante de este adalid del humor negro como el humo de un paraguas ardiente. Lo bueno de este despilfarro actual es que va a evitar despilfarros futuros: la televisión pública, tan pública como una mujer pública, como un chapero público o una pilingui pública de barrio, es que la televisión pública va a desaparecer tarde o temprano y después de la televisión pública desaparecerán las otras televisiones privadas en una cascada, con perdón, de esfumaciones sin posible solución de “continuará”, y todo el mundo verá las chorradas predilectas por yotuve o cualquiera de las formas de enterarse de lo que no pasa en el mundo y en las comisiones de investigación del Congreso de los Díputa2, que también son públicas, tan públicas como una mujer pública, un mingitorio público o un publicano en el Nuevo Testamento. Hay seis mil trabajadores en RTVE y ha sido imposible encontrar entre estos profesionales alguien que sepa hacer un humor de grasa consistente para motores de dúmper gubernamentales. La mayor parte de los seis mil empleados de la televisión pública son reporteros en lugares inverosímiles tomándole la temperatura a la actualidad meteorológica, la sección hipertrofiada de todos los informativos. “El broncas” este va a hacer que desee la vuelta del ballet Zum, el “Aplauso” de José Luis Fradejas y de “cachitos de hierro y plomo” en bucle. La única solución al desaguisado es que Broncano se vaya a la segunda cadena como programa cultural de fina estampa, que fiche a Fran de la jungla, a alguna de las vaginas y los testículos de tele 5 y hagan un Masterchef de veinticuatro horas en una isla desierta (a priori) comiéndose unos a otros cocinados a la brasa con una guarnición de verduleros tertulianos afines y desafines al “régimen”, no sin antes procrear otro engendro comestible tras la prueba de los caracoles picantes a la riojana. Habrá que aprobar una ley para despenalizar el canibalismo pero eso no es problema: las leyes necesarias, impecables y concordantes que afectan a un derecho fundamental, como es el de tener algo sucio que llevarse a la boca, siempre cuentan con un amplio consenso de diputados tragones que comen, y aplauden, con las dos manos llenas. Las otras dos, para rascarse.
MIÉRCOLES
Supongo (este verbo suponer a veces me parece un adverbio, fíjate lo que te digo) que estos elementos, esos bultos sospechosos,–calificativos que José María García aplicaba a los árbitros–, les cederán el importe íntegro de sus nóminas a los médiums extranjeros bajo cuya advocación intentan sacar adelante un acuerdo para la renovación de no sé qué lobby judicial de nombre CGPJ que solo afecta a los nacionales de esta nuestra nación de todos los diablos, y no a todos. Si no saben hacer su trabajo, porqué los españoles tenemos que pagarles el sueldo a los que se sientan uno frente a otro como los jugadores de cartas de Cezanne, enfrascados ambos en sus propios pensamientos evanescentes. “Arrastro”. En una esquina derecha del cuadrilátero, con cuarenta y nueve kilos escasos, Bolaños, el “puma de Orcasitas”; en la esquina derecha bis, con cientoun kilos de peso, “el Bombardero novelista”, Pons. A cualquier inútil se le puede despedir con cajas desempleadas si no la rasca. A estos inútiles, afiliados desde la primera comunión a un partido bipolar, es imposible, están pegados con melaza a su silla, a su poltrona, a su taza. Y la melaza ya hiede. Mediadores internacionales solucionando cuitas domésticas de una teórica democracia occidental, es una vergüenza torera, y a estos tontos útiles, a estos tuercebotas (sigo con los calificativos de José María García) habría que correrlos a gorrazos a ver si espabilaban. Pero que devolvieran lo que han cobrado hasta el momento por andar tocándose las narices y rascándose los piojos. Devuelto con intereses, esos que son lo único de lo que saben algo.
JUEVES
Empieza a oírse por ahí, con una naturalidad cínica ( contradicción que no es sino un oxímoron ) imposible de pasar por alto, el runrún de una posible guerra general en Europa. Y se quedan tan tranquilos. Runrún o algún ruido más estridente, un llamamiento a reservistas, un incremento del presupuesto en armas, una vuelta al servicio militar obligatorio. La guerra ya ha comenzado hace tiempo y la prueba evidente es que obuses y misiles sobrevuelan los espacios aéreos nacionales europeos digitales cargados de una imbecilidad letal que apesta desde lejos. Aquí se naturaliza todo, desde el terrorismo y el tiro en la nuca a la guerra, pasando por la grosería constante en la vida cotidiana. La guerra, creen estos inmortales, siempre es algo que les sucede a otros, como el terrorismo o el cáncer, o el embarazo de la niña. Algo habrán hecho para que allí haya guerra, y eso siempre es cierto porque es muy difícil estarse quieto. “¿Guerra? Bueno, no será para tanto y si viene aquí estaremos” piensan mientras pedalean en la videoconsola contra enemigos a los que machacan con bombas de repuesto, “aún me quedan siete vidas como a los gatos”. Los mastuerzos que gobiernan y los que opositan a gobernar hablan de rearmes y creen que ellos podrían estar a salvo. Además se están construyendo un refugio anti radiación en la dacha de su Crimea natal, en el chalet de la sierra o en Somosaguas. Un mono con la navaja de afeitar es menos peligroso que ellos. Si el turismo de masas consistiera en acercarse a disfrutar de las muchas guerras que aun quedan por ahí, en países exóticos, disfrutar de unos días bajo los bombardeos, las masacres, el hambre y la sed y la posibilidad de ser violados y no volver a ver la televisión desde el sofá, estoy seguro de que las guerras disminuirían hasta desaparecer y los turistas de riesgo y los otros se harían mucho más escasos, con todos los beneficios que esto traería para la economía y la salud mental de las pacificas personas sobrevivientes. Lo peor es que en la guerra siempre pagan los mismos. Usted también, cretino, la siguiente ronda corre por su cuenta.
VIERNES
Pudo haber ocurrido frente a las estanterías de los detergentes de lavadora y de los detergentes de lavar a mano y a máquina, con suavizante, con iones activos de linfa amazónica, con bolitas anti ácaros, uno a uno, con olor a jabón de Marsella, con fragancia francesa de Vichy catalán, con filtro de carbón activado que hasta podría comer dentro de su propio fregadero. Pudo haber ocurrido frente a las estantería de los yogures, los bífidos en inglés y otros idiomas reptilíneos, los de frutas salvajes del oeste de Betanzos, los naturales de fermentación lenta, los caros, los baratos, los que te dejan el intestino como el tubo de un acelerador de partículas, los de la granja de vacas lecheras doctoradas en Lovaina. Pero no. El amor ocurrió frente a las estanterías de los chocolates: nosotros dos mirando alelados los de almendras enteras con setenta por ciento, los de praliné con leche de las montañas austríacas, los de puro cacao maravillao de Curaçao. Ella y yo mirando la infinitud del tránsito intestinal, de las endorfinas placenteras previas al coito, de las pastillas que rellenan las papilas gustativas hasta que se te saltan las lágrimas de andar por casa descalzos. El arte ocurre, pero el amor también y del amor saltan chispas de virutas hasta que solo queda una pastilla, un bombón en un rincón de la enorme caja. El amor, como el placer es tan efímero que de esa discusión deviene el olvido, la ruptura e incluso el odio. Por un trozo de chocolate soy capaz de matar a tu madre, que hubiera sido mi suegra.