DOMINGO
FABULA: Aquel país de todos los rayos y centellas, cuya población, madurada artificialmente en un invernadero de plástico chino alumbrado por la noche con las lucecitas solidarias de los teléfonos móviles en un concierto de rap, estaba gobernado por un Politburó en el que tenían cabida todos los representantes de las mejores familias nacionales: borrachos, prostitutas, ladrones, mentirosos compulsivos, analfabetos de carrera, poetas de ripio, fiscales del Estado traidores, fantasmones de discobar, jueces prevaricadores, aristócratas oligofrénicos, golfos y vagos aplaudidores… Los súbditos de aquel país, adormecidos por las luces hipnóticas de las navidades pasadas, por el sonido del vals de las olas de las playas atiborradas del Mediterráneo, por las cornetas de los periódicos más subvencionados, por los radiólogos más reputados y cojos, por el turismo más sobaco, chancleta y calcetín, por el botellón y el botellín, por la educación más sodomizada, por las drogas más baratas y fáciles de conseguir,…pensaban, es un decir, que aquella situación era la normal, ya que su democracia era, sobre el papel higiénico, la forma de gobierno en la que creían vivir, y de hecho vivían, sumergidos en un caldo caliente, sin bombonas de oxígeno, sin gafas de bucear y sin abrigo de neopreno, como unas ranas cocidas en su propio almíbar. “Los resultados que salen de las urnas, funerarias, deben ser respetadas hasta sus últimas consecuencias”, se repetían todas las mañanas al levantarse para ir a trabajar, si es que se repetían algo por su propia iniciativa y no por la de los voceros del alquiler de voces de ultratumba; “la separación de poderes garantiza nuestros derechos, y que digan lo que quieran los funestos oráculos y los arúspices que miran el pasado en las vísceras podridas de las gaviotas y en el interior de las rosas de puño y letra”. El Politburó gobernante, envalentonado por sus propios falsos éxitos recitados por los rapsodas más publicados, cantados por los juglares más neocones; envalentonado por su imagen bendecida por los curas de las nuevas religiones del feminismo, el ecologismo y el neotecnologismo; por su belleza corporal vendida por el papel cuché de Boletín Oficial del Estado, como canon postpoliclético; por su inmunidad parlamentaria ganada a base de sobornos bajo cuerda, bajo soga, a los honrados nacionalistas racistas; por su fachendería fachista de la Verdad Única contra falsarios que piensan por su cuenta…, empezó a contar más mentiras, y a coger carrerilla, embistiendo con los cuernos y las testuces contra las estatuas de los jueces corruptos y de los jueces honrados, contra los monumentos a la Razón, contra el sentir general de la vergüenza ajena y el sentido común, –ese gran error de los proletarios, como demostraron Mao y Stalin en sus profundidades abisales de pensamiento cartesiano a través de sus tesis, discursos, y manuales de resistencia postmorten tras genocidio–. “¿Para qué estamos aquí?” se repetían los miembros del Politburó en sus frecuentes reuniones en bares de mala muerte y buena vida y en marisquerías situadas en sótanos inmundos: en los suelos, sucios de serrín, se desperdigaban las conchas desechadas de los moluscos, el dueño que servía la abundante munición alcohólica era un borracho como ellos, y los bigotes de las cigalas y los langostinos pugnaban por salírseles de la boca, de tan repleta como la tenían cuando infructuosamente querían farfullar alguna frase, salpicando a los que tenían a su vera. “¿Para qué estamos aquí”, se repetían entre ellos frente a frente, “si no es para hacernos ricos, ser famosos, entrar en las casa de los poderosos, disfrutar de los privilegios de los aristócratas soberbios, criar hijos sin el sudor de nuestra frente y hacernos con unas propiedades que se perpetúen en nuestras familias más allá de cuatro generaciones de vagos, unas dachas en jardines del Edén rodeadas de naturaleza exuberante, de aguas minero medicinales y piar de pajaritos de colores?”.” Pues eso”, dijo el Sumo Sacerdote. ”Tan solo nos falta un par de detalles para que nuestra faena quede redondeada con una maniobra de tal enjundia que todos nuestros votantes, y aquellos que aun se resisten, van a considerar como el súmmum de la sofisticación democrática de nuevo cuño: amnistiaremos a todos los asesinos de niños, aun a los que hayan reincidido en su delito, aun a aquellos a los que a esa lacra hayan añadido algún homicidio de propina, a aquellos que, al contrario de sentir arrepentimiento y contrición, promulguen la intención de volver a asesinar niños y niñas que no sean de su propia raza y nación y a los que también les habrán quitado la hucha de los ahorros infantiles y comido sus mascotas…Y el siguiente paso va a ser aprobar una ley para que las elecciones a Cortes Generales del Movimiento Progresista se hagan cada veinticinco años, no vaya a ser que no nos dé tiempo a acostumbrarnos a vivir como dios”.
MIÉRCOLES
He estado sufriendo por la TDT el temprano bombardeo de la conmemoración de los atentados del 11 de marzo de 2004. No debemos olvidarnos de las atrocidades cometidas por esos salvajes fanáticos religiosos a los que manejan relojeros diabólicos sentados en lejanas poltronas de sedes episcopales islámicas y palacios renacentistas de factura italiana en países fríos y ojos rasgados. No debemos olvidarnos de las víctimas, a las que el Estado debe ayudar hasta más allá de sus posibilidades, que son muchas. Nadie debe quedar impasible ante la desdicha de quienes el azar y la ignominia fanática han convertido en humanos con un dolor inaguantable. Ni de quiénes con recalcitrancia empecinada atribuían los atentados a ETA para no perder opciones en urnas funerarias de votos inminentes. Yo tampoco me olvido del desmentido de esa faz siniestra, Otegi, que, rodeado de otros valentones gudaris siniestros, salió a declarar que ETA no había sido la culpable de la atrocidad. No le faltó más que decir que ellos, la ETA, mataba de otra manera, mucho más políticamente correcta, dónde va a parar, no hay color: se avisa antes, excepto en la modalidad humanitaria del tiro en la nuca y del secuestro. De ahí a amnistiar el terrorismo que no afecta a los derechos humanos hay muy poco trecho, los muertos no tienen derechos humanos. “Cómo va a ser terrorismo acabar con las ladillas, se dice una ministra de nuestro Politburó, mientras se rasca furibunda el pubis”. Asco el día después, asco después de veinte años, asco después de cuarenta años.
JUEVES
La velocidad es una magnitud física absolutamente subjetiva, a mi entender, aunque hay científicos menos rigurosos que yo que opinan lo contrario. Qué se le va a hacer. La velocidad de la Tierra es de 107.000 K/h. y ahora mismo estoy sentado en mi sillón en el ángulo oscuro tan quieto que me asusto de mí mismo, para nada noto el viento en mi cara. Cuando, en el tren, voy de mi asiento al vagón restaurante a apaciguar mis desvelos con un par de cervezas dicen que mi velocidad de trompicamiento tiene que sumarse a la del tren que cruza la terrible estepa castellana, pero a mí me parece que ando tan despacio como siempre. A la vuelta, según estos mismos racionalistas, resto la velocidad del tren con mi deambular semialcohólico, entonces debería caminar inclinado como contra la adversidad. Hay sin embargo una velocidad que cualquier observador ajeno puede considerar como una magnitud física objetiva, es la velocidad para cambiar de opinión, que no depende de la situación del observador. No sé hasta donde se podrá llegar en la sofisticación de esta mensurable sensación. Las gentes que actualmente nos gobiernan son unos velocígeros tan avezados que, con un intervalo lo suficientemente escaso para que puedan revolverse en la taza del váter, son capaces de alcanzar unas velocidades supersónicas y aun más allá, hasta el infinito. Hoy dicen, con una enjundia teatral digna de Paco Martínez Soria, una cosa, y mañana son capaces de decir la contraria con la misma cara, la misma lengua, la misma voz y la misma corbata. En este campeonato de velocistas y velocistos la palma de la victoria se la ha llevado hasta el momento la vicepresi chachi segunda, una señora de Ferrol, que en la misma comparecencia ha dicho que la Ley de amnistía y los indultos de los malversadores ha sido la gran idea de los ideólogos del Gobierno e, inmediatamente después, a una velocidad de hiperwoman, ha dicho que intentaría regular por ley la imposibilidad de indultar a los corruptos, no para que los corruptos sean perdonados sino para que los corruptos jamás puedan ser indultados. Nunca el pensamiento vaporoso ha alcanzado tal velocidad. Estoy orgulloso de este Gobierno de mi país que además, y sin que yo les haya pagado un euro esta vez, me han dado la razón en mis divagaciones científicas sobre la velocidad y sus consecuencias.
VIERNES
Me entran unas ganas locas de ponerme a hacer terrorismo de baja intensidad, ese que no afecta a los derechos de los humanos, para ser amnistiado por esa ley de amnistía tan pulcramente democrática, tan limpia, tan impecable, tan perfecta que, después de haber sido ungido como ser celestial por esa ley, ya puedo ir a misa de doce con todos aquellos que van a ser amnistiados como yo. Nos pondremos calzoncillos limpios, nos haremos la raya a un lado peinando la cabeza con gomina 2 de alta calidad y nos arrodillaremos ante el señor obispo para que nos dé la ostia que nos corresponde a los justos, los impolutos de corazón, los libres de pecado y de malos pensamientos. Qué gran domingo me espera: a la salida de misa, vermut con aceitunas. A ver que tropelías cometo para que nadie salga herido.
SÁBADO
La Ley de Amnistía ha sido el parto de los montes, que han parido un ratón de dibujos animados. Quién la explicaba, Bolaños, otro dibujo animado por alguna droga, decía que era un acontecimiento mundial. ¿Cómo la fumata blanca que nos anuncia un nuevo Papa? ¿Habrá un nuevo Cisma de Occidente y en lugar de irse a Avignon el papa Puig III se queda en Waterloo? O a lo peor se va a Peñíscola y empieza a conquistar tierras valencianas para el Segundo Imperio Catalán Almogárave. No se puede prever. Los acontecimientos mundiales de esa magnitud acaban todos en el desván, al lado de las casettes de VHS y de los otros ratones que roen nuestras pertenencias inservibles, y a veces caen en la ratonera por querer llevarse el queso.