Lo mejor para lograr que el suelo que pisamos se tambalee y se desmoronen nuestras pocas certezas infantiles es el hecho de que ni siquiera las palabras signifiquen lo que creíamos que significaban, que un ladrón no sea un ladrón; un sinvergüenza sea un patriota y un traidor sea un mártir. Lo único que le falta a este país de todos los demonios para que los ciudadanos que lo habitamos seamos definitivamente felices y durmamos con dos convicciones y dos melatoninas es que a las cosas se las vuelva a llamar de nuevo por su nombre. Por ejemplo, que a la mafia se le llame mafia y no de otra manera más eufemística en la intimidad. Cada día que pasa, lo que sucede aquí, (en este campo inmenso de concentración de la transmigración semántica, con perros que hablan y gatos que gatunan, fronteras azules nítidas en la niebla, aviones que nos sobrevuelan como brujas de Goya, espionajes por parte de amazonas marroquíes en pelotas, y teorías mercantiles a cargo de La Celestina y del Buscón), se me parece más a una película de Scorsese que a la propia realidad virtual. Teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, la fábula con moraleja de Scorsese que yo escogería para describir situaciones irreales actuales sería la película titulada “Uno de los nuestros” (Goodfellas), con Robert de Niro, Ray Liotta y Joe Pesci, sin más razón para mi elección que aquello del cadáver que iba dentro de un maletero y que resultó que no estaba muerto del todo y tuvieron que rematarlo a cuchillazos y balazos varios. No quiero destripar (apropiada palabra para este caso) todo el argumento, pero contaré que después de cierto tiempo hubo que desenterrar al difunto para cambiarlo de sitio y la cosa apestaba tanto que uno de los matones, -bien se ve que no era chicarrón gudari del Norte-, vomitó a gusto bajo las estrellas, mientras los otros dos hacían bromas de restaurante michelín con las palas en la mano. Aún tenía estómago, aquel individuo, bien podía ser presidente de Castilla La Mancha. Por aquellas fechas del estreno de esta película el gremio de los maleteros protestó airadamente por competencia desleal porque un maletero es un cubículo en donde se depositan las maletas y en ningún caso se puede meter un cadáver allí, aunque el cadáver esté un poco vivo y coleando y aun no haya estirado del todo la pata porque no tiene sitio para bostezar airadamente. En aquellas horas funestas también protestaron en redes sociales los gremios de los enterradores al aire libre, se sentían denostados, vilipendiados y menospreciados. Sé de buena tinta que Scorsese no hizo mucho caso de estos aspavientos histéricos y años después quiso hacer una secuela de este film que en ningún caso fuese “El Irlandés Cantoso” ni “El Escocés Borracho” ni “El Holandés errante” viviendo todos juntos en una residencia de ancianos, confesándose las memorias pecaminosas. No, en la secuela, el cadáver del maletero se les aparecía a los mafiosos en forma de fantasma y había que requerir los servicios de un médium internacional para ponerse en contacto con él para que les perdonase los pecados cometidos por haberlo balaceado y acuchillado, e incluso asesinado, dentro del propio maletero; y que les dijera en dónde había dejado las llaves del apartamento. Sería una secuela más felliniana que rosselliniana, más fantasiosa que realista. La médium internacional que se eligió en esta ya famosa secuela infructuosa, para ponerse en contacto con el espíritu torturado del mafioso del maletero, fue la actriz negra de la película “Ghost”, Whoopi Goldberg, que ya estaba en antecedentes sobre los problemas de comunicación entre los enamorados de un lado y otro de la frontera cuántica del Más Allá y les hacía rebaja a los productores de la Metro para abaratar la producción. Uno de los asesores guionistas para trabajar en Hollywood codo con codo con Scorsese para tal menester se apellidaba Zapatero y era pariente de Pinocho (malas lenguas dicen que era su padre). Por desgracia para él la película no llegó a buen fin y no se vio reflejado en los títulos de crédito que salen al final a toda velocidad cuando todo el mundo sale en estampida de la sala y sólo quedamos algunos a curarnos la melancolía.
En la película original de Scorsese el protagonista principal y narrador en off de los hechos, -papel representado por Ray Liotta-, se casa con una muchacha judía, (con la que funda una convulsa familia tradicional productora de varios hijos), a la que le pone los cuernos con otra muchacha de dudoso gusto estético y ético y maquillaje prostibulario pero mucho más fácil de conformar sensualmente que la legítima. Esposa y amante visitan con frecuencia peluquerías de barrio y visten de una manera extravagante y poco discreta, parecen ambas las abuelas de los Bee Gees. Ni que decir tiene que las cosas no acabaron muy bien para los tres protagonistas, para la esposa legal, para la amante y para otros secundarios. Unos a la cárcel, otros muertos por traidores o soplones, la familia desintegrada y atendida por los servicios sociales, el FBI a lo suyo, el fantasma purulento pululando, y los grandes capos aposentados en el Consejo de Ministros Siciliano chanchullando algún otro negocio sucio progresista. Una gran película que últimamente no me canso de ver. Lástima de secuela definitiva y que Scorsese esté tan mayor para que se anime de una vez a dirigirla sin hacer caso de habladurías y presiones de los gremios sindicales.