Los políticos actuales, los que salen por la tele y asoman a todas horas, suelen ser gentes que no miran el dedo cuando se señala a la luna del escaparate de Louis Vuitton. Con ellos la ciencia no avanza que es una barbaridad, la educación recibe mamporros por las dos caras y creen que el motor de su coche funciona porque van ellos dentro y su Partido les paga el chófer. Los políticos, los que asoman la jeta por todas las ventanas, son gentes que no utilizan la lógica, la razón, la coherencia intelectual. Siempre sacan el paraguas cuando ya ha escampado y no colocan una señal de peligro en una curva hasta después de doscientos muertos escoñados. Son incapaces de relacionar su incuria con el mal funcionamiento de algo. Ellos tiran de la cadena y después alguien se lleva a los niños a la guardería: piensan que entre las dos acciones hay un nexo sin soldadura. Si dejasen de existir, el mundo seguiría funcionando tan mal, incluso, en algunos sitios como España, funcionaría mejor. En realidad esta sociedad no necesita leyes nuevas sobre hechos novedosos, así que seria mejor que fuesen a legislar a los lémures de Madagascar. Las leyes sobre el patinete eléctrico se pueden asimilar al código de la circulación con un mínimo esfuerzo, no se necesitan comisiones parlamentarias de cuchipanda. Con toda la panoplia de leyes existente bastaría para ordenar más o menos una nación tan solo con que funcionasen la Justicia, la policía que la obedece, el sentido común y algunos funcionarios que han trabajado toda su vida al margen del café de las once. A mayor educación de los hombres menos necesidad de políticos, eso es un hecho evidente, por eso ahora, cuanta menos educación, más políticos culoparlantes, creo que hay cerca de medio millón de esas calamidades. Me atrevo a asegurar que su desaparición total pondría a funcionar las cosas mucho mejor. Si les haces un examen de conocimientos generales, de aquellos del bachillerato antiguo, creen que estás hablando en arameo y contestan con lo primero que se le viene a la cabeza. De chorlita. Algunos convocan una rueda de prensa para contestar a sus propias preguntas y aun así utilizan circunloquios ininteligibles que no los entiende ni su fontanero. Su esposa los reprende, su esposo baja los ojitos para no pensar en otra. Cosa. Nunca mienten porque jamás dicen una verdad. Alguno no sabe sumar, otro no sabe que la unidad es divisible, otro que después del millón viene el millón uno o el billón, otro no sabría volver a su casa si le dan dos vueltas sobre sí mismo, otro no sabe como se llamaba su padre y se equivoca de voto, otro se moriría de hambre si se encuentra lejos de un supermercado, otro no sabe lo que es un supermercado; sacan a pasear un perrito que no han visto nunca en casa, para que lo fotografíe el fotógrafo de La Familia, las cagadas del perro desaparecen cantando bajo la lluvia; jamás han pagado un café, no podrían porque no llevan dinero suelto, el dinero es una entelequia, un invento de los bancos centrales y de sus suegros, que les han dejado la hucha a sus nenos para que la rompan de un martillazo; no han ido a un hospital sin que los reciba el gerente a la puerta. Si hubiese algún político chupi en la sala de espera de urgencias yo, por una apuesta, me cortaría un dedo; si supieran lo que son las urgencias de un hospital, más allá de pasar por allí el día de la inauguración del nuevo paritorio, me cortaría dos dedos por esa misma apuesta. Si alguien me prueba que uno de estos predicadores de feria ha estado ingresado en un hospital público hago borrón y cuenta nueva con los dedos que me sobran. Tengo mis dedos en alta estima, así que ya se pueden imaginar. Con que los funcionarios siguiesen funcionando se despachaba el asunto con tres acémilas de estas y una póliza del nueve para la jura de bandera. Las ordenes de ir a por el café que las dé un subsecretario, vértice superior, cúspide de la pirámide funcionarial, por encima del cual el vacío debería ser absoluto como la oquedad del mundo en su cabeza.
He hecho un experimento, con limón y bicarbonato sódico. “¿Experimento? ¿Vizarbonato cálcico? Limón es lo que se le pone al gin-tonic. Con limón podemos empezar a hacer política, podemos estructurar las bases futuras de la convivencia entre un vaso, una agua tónica que echa burbujas a la nariz y un poco de ginebra. No, a mi la ginebra que me gusta es la tanquerai, no bebo otra, bueno, vodka bebo absoluto y güisqui el de veinticuatro años, en el club”. Pues eso, experimento: le quito la voz a las imágenes cuando andan por ahí dando saltos en escenarios propios de la ópera bufa y otras cortes del faraón y el esperpento es absoluto. Alguno intenta poner cara de irónico y le sale la misma cara dura de san Polobio en la iglesia del pueblo. Si se hiciese una estadística sin ánimo de lucro el resultado de la encuesta sería que la mayor parte de los políticos actuales que nos molestan o han sido monaguillos en su tierna infancia, amantes del padre prior, defenestrados en un seminario mayor por politeísmo tetralógico, o aduladores de departamento universitario para que les chiven la tesis. Alguno dejó el arado colgado detrás de la puerta y se afilió al Partido de sus amores primeros. A ellos les gustan tanto las mujeres de dudosa reputación como a mí el jamón de jabugo; y a ellas, con una dosis de adulación intravenosa y forrar el riñón de los hijos, les es más que suficiente. Se ponen a hace abdominales cuando la edad ya es de flácidas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, o toman a la moto por los cuernos y se van a pasear las anchoas a la España vaciada. Cof, cof, cof.
La mayor parte de todos estos sujetos proceden de familias de rancio albóndigo con salsa de tomate, de su niñez desgraciada recuerdan el olor del repollo hervido y la hostia en la misa de doce y media que se les pegaba en el cielo de la boca. Después se fueron haciendo cagacuras, soldaditos o excursionistas con calcetines de dos colores y un tampax encima de la oreja. Todo deviene en lo mismo, en unos cochambrosos presumidos que se miran el zapato cuando hablan con un elector anónimo y se ven reflejados en él. En el zapato, claro. Padecen del corazón ajeno. Son bocazas, respiran con un agujero de la nariz y roncan como una puerta de cementerio.
Dejando de lado la hipótesis de que los que viven del cuento son unos espabilados y dando por falsa la otra hipótesis de que los cuentistas sean muy inteligentes, tengo la absoluta certeza de que quienes nos gobiernan son unos perfectos cretinos imbecilizados. En estos tiempos de corrección política que me perdonen los cretinos imbecilizados, no pretendo menoscabar su dignidad. Sólo de esa manera, sólo tomando esa premisa para una explicación de su conducta se puede entender la sarta de mamarrachadas, idioteces, ignominias, mentiras, perversiones, a los que nos someten sin que les tiemblen los bigotillos de sus papadas sobrealimentadas. Y con todo esto que he venido diciendo hasta aquí me estaba refiriendo al espectáculo que se está dando en la sede de la soberanía nacional a cuento de esta investidura de cardenales, obispos, monaguillos y otros palanganeros de burdel. Viendo lo que hacen, lo que dicen, lo que maman, a la gente que todavía andamos a pie por la calle no nos queda más consuelo que el insulto seco, la pedrada con la voz, para no quedarnos con la triste impresión de que no somos más que los que les pagan la Fanta a estos cabestros que después se ríen de nosotros. Con razón, claro.