A lo mejor, a vosotros, perdularios coetáneos míos, os embelesa el brillo del oro, el destello afilado de un diamante en un dedo, el tintineo sinfónico de unas monedas sobre la superficie metálica de un mostrador de cinc, el ronroneo mohoso de unos fajos de billetes en la máquina de contar. Pobres desgraciados, no sabéis que la belleza está en ese color ambarino de la cerveza recién escanciada, está en esas burbujas que, como estrellas fugaces, brillan momentáneamente en su ascensión celestial hasta la espuma del vaso; en el sabor amargo que os arranca un recuerdo grato de una neurona dormida desde la eterna juventud. Disfrutad, cretinos, de las cosas bellas, de los instantes irrepetibles, de los sentimientos profundos, tan profundos como lo sea la concavidad chispeante del vaso, y dejad de lado la acumulación de riquezas en la tierra que para nada ha de serviros en el cielo. El cielo esta aquí al lado, al lado del infierno. Dejad de hablar con vuestros vecinos, prescindid de comistrajos repartidos en motocicletas, apartad de vuestra boca impúdica cualquier resto de bebida carbonatada que os hará eructar el lóbulo frontal por la nariz, aunque bien pensado para qué queréis el lóbulo frontal ni otro lóbulo cualquiera, ni siquiera la nariz, si para lo único que la queréis, paletos, es para colgar de ella un aro de tirar de la cadena. Hacedme caso, vivid mejor aunque viváis menos tiempo. Os voy a decir algo que vosotros barruntáis en vuestros escasos momentos de lucidez, modernos atontados: el futuro que os espera, panda de descerebrados, no es muy halagüeño, si seguís por este camino de hacer caso a gentuza que jamás ha freído un huevo, que nunca ha probado una manzana con gusano, que observa a los árboles como a posibles enemigos en los que depositar las porquerías que sus miserables chuchos, prohijados por internet, aposentan a sus pies subiendo una pata para echar un chorro que deberían haber ordeñado en sus casas y bebido después bien calentito. Dejad vuestros vicios aparentes y universales, dejad de acudir a gimnasios, la vida es corta y el arte es largo, vuestro cerebro se os achica a la misma velocidad que se agrandan vuestras nalgas. Seréis unos muertos con más músculos que los otros muertos, si seguís así; para llamar la atención en las fiestas lo mejor que podéis hacer es el harakiri; la vida sana no es comer semillas como los pájaros, ni frutos secos como los monos, de nada habrán valido tantos siglos de cultura si ahora vienen los mercachifles con codera a envasaros en plástico indestructible, momias de plexiglás, aparvados. Comed chorizo, jamón, queso de cabrales, bebed sidra, bebed sidra, bebed agua que no esté embotellada, imbéciles, el agua embotellada está acabando con los manantiales de muchos lugares inocentes, el agua que bebéis es agua de letrina. Ni se os ocurra comer aguacates, habrase visto tontos semejantes, los aguacates son pura gasolina, pura grasa de político, pura mierda para untar en pan. Comed frutas que hayan existido siempre en vuestro lugar de origen si es que sois de algún lugar, pobres apátridas. Háganme caso, pamemos, pónganse a beber algo que lleve alcohol, los esclavos no pueden, le ha sido prohibido por vía pantalléutica la posibilidad de inhalar, ingerir, tragar bebidas que los hagan libres. Si sus hijos les piden pan y no tienen para vino, beban cerveza. Este país bendito tiene la mejor cerveza del mundo. No un pis de gato holandés, ni una pija exprimida mexicana, ni se puede hablar de esos purines de arkansas americanos, ni esa pantomima verde dinamarquiana. Beban cerveza española, añadan neuronas a sus hormonas, pongan chispa de pedernal en su sexo corrupto, háganse con unos bellísimos, por fugaces, bigotes de espuma blanca sobre los labios. Parecerán ustedes conquistadores de tierras ignotas, viejos sobre los que llueven muchachos y muchachas núbiles, filósofos con harén, hombres con la verdad por delante. Machos y hembras con el puño certero para aplastar paparruchas extranjeras mientras les crece una barriga con la que pensar de verdad en su miserable vida.