Sinforoso Rodríguez no era un hombre demasiado inteligente y él no lo sabía. Su inteligencia menor era un asunto que lo traía al pairo, si por una casualidad supiese lo que es ir al pairo le sonaría a papiro y aun esa palabra le sería completamente desconocida. Hay que proveerse de lo necesario para sobrevivir con holgura, lo demás es accesorio y por lo tanto innecesario; con un vocabulario ajustado a las necesidades alimenticias es suficiente “dentro de lo que cabe”. Él, en su ensoñación diurna y nocturna soñaba con una vida muelle para sí mismo y su familia, aquella que tenía intención de fundar en un futuro no demasiado lejano, ya le había echado el ojo a un par de pimpollas sanas y de buenas carnes que vivían no muy lejos, todo era cuestión de decidirse por una de las dos, no será el caso de iniciar una carrera tan prometedora con una bigamia esplendorosa, aunque los tientos se le podían descuidar en la oscuridad del jardín de los padres de las mozas, un lugar lúgubre con un columpio de neumático y una plantación de berzas pegada a la pared sur; nunca había hablado con ellas, se conocían de vista por los bares y las otras tiendas del barrio -en esas coincidencias inducidas por la vecindad más que por la afinidad sentimental-, pero eso no le parecía problema a Sinfo. Un trabajo, soñaba despierto, sin necesidad de levantarse muy temprano, sin necesidad de preocupaciones nocturnas ni consultas a la almohada y desvelos varios; y sin necesidad de cotizar en demasía a la Seguridad Social a cuenta del peculio propio, había que intentar que esos gastos corriesen a cargo de otros. Sinfo escuchó a sus padres hablar de dinero y necesidades durante mucho tiempo porque sus habitaciones, con anchos tablones de madera en el suelo, estaban muy cercanas, y hay maderas que transfieren el sonido mejor que un paraninfo. Sinforoso Rodríguez para nada quería ser un autónomo con negocio propio, tal vez más adelante pudiese tener un ejército de subalternos, eso sí que suena bien; tampoco quería ser un funcionario atado al duro banco de los horarios estrictos en los que había que fichar de noche en invierno y salir con el calor del sol en verano. Le atraía, eso sí, el hecho de que no se trabajase, si había suerte, por las tardes y se pudiesen saborear largos descansos de café, pero se encontraba con el inconveniente de que había que preparar unas oposiciones y tener la suerte de aprobarlas, y él no fue nunca de muchos estudios, más bien fue aprobando a rebufo del raspado, suficiente para que le dieran un bachillerato devaluado y ya nunca imprescindible en sus planes. Prácticamente se podía decir que leía mal, escribía peor y de “cuentas” me llevo dos. Sus padres tenían en él una confianza ciega, rayana en la fe: creían, como muchos padres, que su hijo era un genio que habría de darles unos cuantos nietos genios como él, y cuando cumplió la mayoría de edad, para premiar este esfuerzo extravagante, le compraron un coche con el dinero ahorrado por un tío soltero que cobraba una pensioncilla apañada y que vivía como pariente pobre en la casa familiar de la que los padres de Sinforoso se habían apropiado por el antiguo método romano de la usucapión, una vez que los abuelos se habían ido a vivir al cementerio en fondo y forma de cuerpo mortal y alma inmortal. Por desgracia, el gobierno, esos cabrones de comunistas, había derogado el servicio militar obligatorio y no pudieron cumplir ese deseo íntimo, por erótico, de acudir a la jura de bandera, pero una bar mitvah a los dieciocho años bien vale una misa. Se puede decir que el tío de Sinfo, que le compró efectivamente su vehículo soñado, era una nubecilla de gas que rondaba por los rincones de la casa familiar allí donde podía estorbar menos. Tenía un plato de caldo a la mesa y su cuñada le hacía la cama todos los días y le proveía de limpieza y planchado y de una ropa usada y deslustrada por su marido que le quedaba un poco ancha con lo que el tío de Sinfo tenía siempre el aspecto de un monja flotando en unos uniformes demasiado flojos para sus carnes escuetas y ya un poco acecinadas. El tío de Sinfo se llamaba Demetrio pero todo el mundo lo conocía por el nombre abstracto de Tío, el tío. Demetrio también estaba muy orgullosos de su sobrino, con un orgullo de madre patriarcal, viendo crecer a su muchacho en el entretiempo que le dejaban las visitas a las tascas vespertinas en las que jugaba interminables partidas de cartas. Las mozuelas que le habían podido corresponder en su cupo se fueron casando, dejándolo a él soltero y sin compromiso. La verdad, las mujeres tienen un sexto sentido a la hora de escoger pareja, siempre se deciden por los más avezados cazadores de mamuts, por eso Tío, que era un gran pescador, no fue objeto del deseo de ninguna hembra, o eso es lo que parece. Esa y no otra fue la razón de esa proyección subjuntiva en las victorias eróticas sin consumación de Sinfo, el sobrino mimado y lelo. Este pensó que antes de tomar nuevo estado civil había que procurarse el sustento presente y futuro y para eso se necesitan influencias, por lo que, dando rienda suelta a propia iniciativa, con un rasgo de audacia que jamás nadie en el pueblo podía sospechar que adornase su personalidad, se decidió a afiliarse al partido político con más presente, futuro y sobre todo pasado que alegraba con sus siglas el paisaje de la política nacional, regional y municipal del país de Siempre Jamás en el que vivía y pernoctaba Sinforoso. Una vez que dejó de lado la incómoda rutina del ciclo escolar obligatorio, a sus dieciocho años recién cumplidos, después de un concilio familiar en el que los discurso más efectivos y aplaudidos surgieron de las bancadas de sus labios, Sinfo tomó habitación en una pensión de la capital de provincia y, sin más quehacer que los quehaceres propios de los recaderos, se dedicó a pasear sus reales por la sede del partido político con más futuro, más presente y sobre todo más pasado, como ya he dicho antes y repito ahora, de este país de Siempre Jamás. A fuerza de pagar cafés, de traerlos y llevarlos, de corretear con papeles de todo tipo pilotando el coche soñado durante la infancia, de cuidar mocosos algún fin de semana, de adular a centuriones, a decuriones y a sargentos de cuchara, Sinfo fue ascendiendo en la consideración de los altos cargos, al fin y al cabo el roce es lo que crea el cariño, y un buen día se vio reflejado en un lugar al final de la fila del espejo de una lista electoral para las elecciones municipales de esa misma capital de provincia a la que los ahorros del Tío Demetrio contribuían a mantener limpia. La suerte premia a los valientes y como por arte de encantamiento aquellas elecciones dieron la gran campanada con una mayoría absoluta tan absolutamente contundente que Sinfo se vio a sí mismo, como si se viera desde el cielo en un viaje astral, sentado en el escaño de concejal del permisivo Ayuntamiento de la capital de la provincia con los votantes con mayor media de edad de todo el país, de eso nadie tiene la culpa. A partir de ahí todo fue coser y cantar, o mejor, casar y cantar porque Sinfo se casó, no con una de aquellas hermanas que le causaron desvelos cuando era un pueblerino, sino con una moza de antiguo apellido fundado en la posesión durante casi un siglo de dos ferreterías y una gasolinera. Para no aburrir al respetable, que quiere saber el final de las andanzas de este ser, decir que en estos momentos Sinforoso es ya diputado en el Parlamento de la autonomía más marítimo-apostólica del este Pais de Siempre Jamás, y ya suena su nombre para presidir una comisión de investigación sobre la devolución del rescate bancario. Prueba de su ascenso social es que Sinfo es ya Don Sinforoso en su pueblo, como aquel otro Don Celidonio que ascendió en una novela famosa. Y como no sabemos a donde llegará su carrera, me detengo aquí en espera de futuros acontecimientos que serán cumplidamente relatados por el que suscribe, dado el interés que ha suscitado la carrera vital de un hombre que a duras penas se sabía atar los cordones de sus deportivas zapatillas de marca registrada pero que tenía un olfato de sabueso para saber en dónde ponerse para estorbar lo mínimo imprescindible.