Repetirse, entre las gentes escribidoras, es casi siempre síntoma de chochez, de agotamiento, de debilidad mental, de hastío producido por los efectos de la edad adversa que es la tercera o cuarta edad. Muchos críticos literarios confunden la repetición con el estilo y cuanto más se repite un escritor mayores son los elogios que le dispensan porque, en su perspicacia analítica, encuentran argumento en aquello que se puede reconocer por mor de la machaconería, y de esa manera creen no equivocarse en sus juicios. Pero dejemos a los malos críticos literarios que sigan ganándose felizmente la habichuela y vayámonos al motivo de esta excusable introducción que a nadie, ni a mi mismo, importa un bledo.
Por si alguien quisiera elogiarme el estilo, desde hace años he estado repitiendo con énfasis infantil que México es el país mas adelantado de la actual Humanidad, seguido muy de lejos por otros países orientales y sureños no muy alejados de nuestras fronteras. Como yo no sé nada de México, más allá de lo que me llega a través de prensa, televisión, ficción, películas de Buñuel, cine de Hollywood, Ibargüengoitia, Villoro y letras de mariachis y narcocorridos, todo lo que pueda decir sobre este asunto tiene el mismo valor que lo que dicen los tertuliadores oficiales que son unos sabios que no saben nada. Es decir, no tengo ni idea pero me lanzo a hacer balconin, me tiro de cabeza al cemento.
Y digo que es el país más avanzado del presente porque en la carrera de la Humanidad hacia atrás, hacia el canibalismo y la relaciones humanas del garrote y tente tieso, los mexicanos nos llevan una ventaja que a duras penas lograremos superar ni aun en el caso de que nos unamos todos en tan noble empeño, como con el calentamiento global. Un país en el que la corrupción del poder ha llegado a cumbres tan esplendentes como que los narcos tengan más mano que la Administración, que los narcos sean la columna vertebral de la Administración, que desde el propio gobierno se protejan las narcobandas, que haya ejércitos privados de matones que campan a sus anchas, que el secuestro sea una práctica mercantil tan honrada como la compra venta de cacahuetes; que la mordida sea salario de los policías y otros funcionarios; que haya matanzas y desapariciones masivas de gentes tales que maestros, mujeres, indígenas,… que haya secuestros para conseguir órganos para trasplantes en el mundo de los ricos… y todo ello con la mirada compasiva de los altos dirigentes, significa que es un país modélico en la carrera darwiniana de comernos los unos a los otros como yo os he comido. Amen. Es una sociedad modernísima de la que espero una pronta exportación del modelo a otras sociedades inmóvilmente más pacíficas pero indudablemente menos avanzadas. Aquí vamos por buen camino, de eso no me cabe duda, pero con algo de retraso.
Y en este ambiente paradisíaco, conseguido con ímprobo esfuerzo por los dirigentes políticos mexicanos después de doscientos años de independencia y libertad, es dónde el presidente López Obrador echa las culpas a los conquistadores españoles de todos los males que aquejan a los indígenas mexicanos, a los que, gracias al dios de otro meno como el Papa Francisco, no les falta de nada actualmente. Durante estos doscientos años han sido tan felices, tan bien tratados, tan bien nutridos, alimentados, educados, que han conseguido un estatus vital que los hace figurar en los primeros puestos de la lista Forbes de gentes adineradas. No hay comunidad indígena ( nótese que nunca hablan de ellos como de mexicanos de pura cepa) que todas las radiantes mañanas en las que se pueden levantar, no se arranquen en cánticos en loa y alabanza de sus dirigentes criollos, tan pulcros. Yo solo espero que el ejemplo cunda y que nuestros imbéciles oficiales de aquí pidan responsabilidades a los romanos de Roma que masacraron a los indefensos indígenas patrios; a los habitantes de allende el Rin y el Danubio por las fechorías de suevos, vándalos, alanos, y godos del este y el oeste, que masacraron a los que habían masacrado a los otros; a los habitantes de Damasco; a los habitantes de Paris y a los inventores de la cocacola. La espera de esta reivindicación tan justa me está siendo difícil de sobrellevar, qué nervios. Cuando veo la cara del señor López no encuentro rasgo alguno de fenotipo indio, ni azteca, ni tolteca, ni olmeca, ni maya, sino más bien un aspecto de hispano recién duchado y afeitado con una mirada al futuro en la que se presiente “el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”. Su elogio y adulación a algún país con dirigentes tan llenos de buena voluntad democrática y libertadora de siervos como es Rusia me ha dejado profundamente conmovido
Después de haberme repetido tanto, reivindico un aplauso y me largo a leer un cuento del Llano en Llamas, esa maravilla literaria de Juan Rulfo que describe un mundo que este presidente con apellido de Chiapas creerá que está en Marte o en Badajoz. Qué viva México, carajo!