Este sería el momento ideal, oh, ideal, meu amor, para convocar una Huelga General, la más fácil de convocar de toda la historia reciente de este terruño. Y es que esos defensores de las billeteras de cuero de obrero ( descanse en paz aquel pandeiro que estaba hecho con piel de cacique) que son los sindicatos subvencionados, es que no se enteran: Instrucciones: Apánguense, desconéctense ustedes durante 24 horas, quédense en la cama hasta que el sol que más calienta se cuele como un amante por la rendijas de las ventanas. No enciendan la luz del baño, no se duchen, no hay nada que espabilar, vuélvanse a la cama de nuevo, toquen el culo de su pareja si es que la tienen y, si no, toquen lo que puedan, ensayen un gesto de seductor, una mohína sonrisa de cinematógrafo y dense impulso con las pocas proteínas que les ha dejado el insomnio; no enciendan la radio, ni los móviles, dejen que se descarguen de una vez, miren las musarañas y a ese desconchado que se parece a su suegro, vayan a la cocina, no abran la nevera, háganle una pequeña reverencia porque es la única de la casa que sigue funcionando en la senectud, pasen por una pequeña huelga de hambre. Si les quedó un mendrugo de pan de la cena cójanlo con una mano y, como siempre hay un poco de chocolate en la alacena, sacudan el moho que tiene, que no hace daño a nadie, cójanlo con la otra y evoquen en un momento toda su infancia, sus amores pequeños, sus sustos, sus ilusiones, pero no se me depriman, por dios, hay que seguir en la barricada; acérquense a la ventana, empieza a amanecer: en la calle ni un solo coche, ni un solo semáforo encendido, ni un repartidor de comida rápida, ni una puta moto; vístanse despacio, ni se les ocurra esa corbata discreta, ni esos incómodos tacones, pónganse unas mallas o unas bermudas horteras, eso siempre asusta a los perros; no caigan en la tentación de coger el ascensor, bajen a tientas por las escaleras, tropiecen con el gato del vecino, no se rompan la crisma, sueñen con que el último escalón será más fácil y corto, abran la puerta del portal, recuerden que sus llaves abren casi cualquier cerradura, no tosan, no se ilusionen, observen la calle en la media penumbra y vayan andando hacia su trabajo, algunos no llegarán jamás, les van a descontar unos duros; ni se les ocurra entrar en la tasca del ese esquirol que se lleva sus cuartos a paseo; siéntense en el parque o en la plaza a ver pasar las nubes, es lo mejor para distraer el rencor. Cuando sientan una punzada de hambre piensen que ustedes son hombres, que los indecentes están escondidos este día detrás de los despachos, mírense las puntas de los zapatos, que hay que ir pensando en cambiar o limpiar y, respirando hondo, sin humo, sin ruido, sin calambre en el diafragma, piensen que la electricidad va a bajar de precio. Y váyanse a casa antes de que anochezca porque los vampiros de la luz salen cada noche a cobrar sus víctimas.