Rajoy es como una señal de tráfico que anuncia el paso de peatones: parece que camina pero no se mueve nunca. Hace años los dibujitos caminadores de esas señales llevaban sombrero porque, antes, los peatones no eran peatonas y además todos estábamos mejor educados. Rajoy no lleva sombrero porque no le hace falta, porque él no produce sombra. Cuando el sol esta en su cenit, la sombra de Rajoy es un punto diminuto que se encuentra en Nueva Zelanda, en las antípodas, en una isla paradisíaca tal vez, en la que la sombra de Rajoy se está fumando un Cohiba y bebiendo una gaseosa con pajita a la otra sombra de un cocotero. Rajoy y su sombra son unos hedonistas, lo que más les gusta es hacer que no hacen nada cuando sestean; y lo consiguen. A veces caminan. Automáticamente, de perfil. Si Rajoy pudiera, caminaría, leería el Marca y fumaría un puro, todo al mismo tiempo, pero eso es muy cansado y muy complicado para una señal de tráfico. El Punto de EmePuntoRajoy es el punto G de la sombra cuando se pasea al sol que más calienta.
Ha tenido, este hombrón, un gesto de gallardía insospechado, un arrebato de activismo desconcertante: ha abandonado obligatoriamente -a toda prisa sería decir demasiado- la política, para dedicarse al oficio más antiguo del mundo, registrador de la propiedad. Como ya casi no quedan propiedades que registrar, porque el único registro que sigue funcionando a toda máquina es el del Obispado, Rajoy se pasa el día sentado mirando a las moscas en el techo del enorme despacho y soñando con ser cardenal primado que él cree que viene a ser un cura grande con primas, carnales y segundas. Evoca sueños eróticos desarrollados por decreto contando con las primas por asistencia al Consejo de Ministros, y después un vermutito. Ay, aquellos tiempos. Ayer mismo, cansado y aburrido de tanta actividad, ha dejado el chollo en manos de un pasante y ha ido a hacerse un tatuaje, una cosa sencilla: un punto de color azul debajo de la tetilla derecha rodeado de otros puntos azules como los siete planetas cardinales, para lucirlo en la playa de La Lanzada, provincia de Pontevedra. Ocho puntos como ocho soles en campo de gules, escudo heráldico de los rajoy, gente seria de toda la vida. Con esta movilidad frenética no me puedo ni imaginar adonde podrá llegar en esa nueva carrera profesional ascendente en un plano inclinado cruzado por varias líneas paralelas que se unen en el infinito y que, en algún mapa, simboliza el paso de peatones, también denominado cariñosamente paso de cebra, perisodáctilo africano muy semejante al solípedo burro sin albarda. -¿Qué hace un perisodáctilo africano al sol?- pregunta el chiste.- Sombra- contesta el peatón con sombrero y bañador, sudando. Eme, Punto y Aparte.
Retratos en la orla. 4
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