Ahora mismo sólo hay dos cosas en España que parecen tener importancia y estas dos cosas son tres, la política, el fútbol y la pandemia. Si hacemos caso al Dogma las cuatro cosas se resumen en cinco: Los cinco Mandamientos se resumen en uno: Todo es fútbol y sus sucedáneos: Política y Corte y Confección. Lo demás no existe en su esencia metafísica y preternatural.
Los centrifugados del centro, o sea, de Madrid, como esas pelusillas que se adhieren al bombo de la lavadora, nos quedamos perplejos y agotados. Y más pobres. Y más incultos, más tontines. Solamente existe el Atlético-Barça o el Barça Madrid, hala madrí. Antes de nacer, yo pensaba que en Madrid estaba el Museo del Prado para pacer de las almas sensibles y japonesas; y el Palacio de Oriente, con el rey Mago que se volvió para allá; y el Museo del Rey de los Ascensores, y el museo de la reina griega. Creía que en Madrís estaba todo, la Bolsa, el Banco de España, el edificio de la Telefónica Nacional de España SA; y el Café Gijón de los Asturias y la gallina Chueca; y la Orquesta Nacional; y la Biblioteca Nacional y la RAE; y los tangas para mollejas de la calle Serrano para lucir en las playas asfaltadas, desde Sangenjo a Puertonuevo, vengo por toda la orilla con la falda almidonada luciendo la puta patilla. Pero no. Creía que en Madrit había más taxis que en el Bierzo, y más aguadores que en Sevilla, y más Rastros que en “Flecha Rota”. PERO NO. Creía que en Madriles el metro tenía más de cien centímetros, la Puerta de Alcalá estaba siempre abierta, el paseo de la Castellana desembocaba en La Guardia, provincia de Pontevedra, y en la Malvarrosa, provincia de Valencia, por gracia de la Eme 30 o la Eme 40, fórmulas secretas; que el Manzanares era un estadio de fútbol, lo ves, y no producía ni un litro de sidra que se tenía que importar desde Chantada para combinar con unos calamares fritos que llegaban directamente en carromatos maragatos desde Vigo, sexta diócesis gallega. No, mentira.
Creía, o pensaba que creía, que el Parlamento Nacional que hace las leyes estaba en Madrid; que la Audiencia Nacional estaba en Madrís; y el Tribunal Supremo, qué casualidad; y que el Senado, cámara de descomprensión territorial para políticos gotosos por los excesos de percebes llegados a Mercamadrid desde las costas del Roncudo, -estos gallegos tan paveros con sus nombres, hay que ver, creen que todo son gaitas-, estaba en Madrid. Mentira.
Me habían dicho que La verbena de La Paloma huyera de la Almudena; y que la costa Fleming, con sífilis y sin mar, había ido al parque del Retiro; que los Nuevos Ministerios ya serían viejos. Y que el Barrio de Salamanca ya era de usted, señor Marqués. Ni hablar, no me enteraba de nada.
Estaba equivocado de principio a fin: la cruda verdad es que en España hay dos o tres cosas sin importancia, repartidas y salpicadas por ahí a la buena de dios, y en cambio, en Madrid, está la esencia del chollo del meollo: cuatro millones de políticos, un millón de tertulianos, un millón de liberados sindicales y un millón de camareros. Ah, y Ayuso. Las otras cosas que se decía que tenía Madrid son puro bulo: paleto y provinciano envidioso dislate.