Es extraño como nuestro cerebro añade o quita cosas a la vida de forma que a lo largo de los años vamos haciéndonos con un saco que a la manera del de los viejos mendigos trashumantes, se llena de lo más necesario y de lo mas superfluo. El otro día estuve hablando con SL*, de esa manera como se habla ahora, a través de la mascarilla, como de una ventana a otra de la misma calle, mirando de forma un poco atravesada, casi aviesa, y me decía SL, parafraseando a Pla*, que quién lee novelas más allá de los cuarenta es un parvo. Dejando de lado lo malhumorado que era Pla, y sus opiniones de payés socarrón cosmopolita, el hecho de dejar de leer novelas a una cierta edad tiene que ver, creo yo, más con la fisiología que con la filosofía y, lo mismo que a un adolescente por mucho que se le racionalice no se le puede impedir que le hierva la sangre sexual, a un hombre que ha madurado, que ha cogido ya ese color de manzana desprendida y se le han quitado las ganas de perseguir con avidez faldas, porque todo lo que sube baja o se estabiliza, también se le quitan las ganas de leer novelas. Este “impulsus interruptus” está más relacionado con ciertas hormonas y flujos internos que con un acto voluntario y razonado. La sangre tira mucho del cuerpo y de la mente y llega un momento en que uno, que ha perdido mucha sangre y ganado mucha piedra, está ya más para contar batallitas que para leerlas u oírlas en audiolibro.
Después de esa conversación ocasional seguí pensando en el tiempo que hace que no le hinco el diente a una novela y, la verdad, se me hizo mucho tiempo y me entraron unos escalofríos extraños solo de pensar que tuviera que sumergirme de nuevo en los abismos y reconcirconvoluciones psicoanalíticas, por ejemplo, de Dostoievski, o en el mundo parafraseado con olor a whisky y cuero de Faulkner, o en las cuitas uterinas y remordimientos amorosos de Bovary Soy Yo. De principio a fin me entraban unas perezas nerviosas muy parecidas a las que me entrarían si me dijesen que tenía que entrar sin escolta en un pub de la zona vieja de Ourense a las dos de la madrugada e intentar entablar una conversación con fines eróticos con una moza allí apostada para mi perdición. No. No me compensa el esfuerzo y estaría abocado al rutinario fracaso, y todo lo atribuyo a eso de la física y la química de mi cuerpo, que se me sube al cerebro, nuez interna que otros denominan alma, y me arruga las partes ya arrugadas por la humedad ambiental y la diferencia de presión y la edad.
Sin embargo a mí lo de seguir consejos de gentes sabias se me hace duro de llevar porque soy duro de oído y duro de mollera, así que seguí dándole vueltas a la cabeza, cual niña del Exorcista, y pensé si no merecería la pena volver a tomar en mis dulces manos un mamotreto que narrase en buen idioma, crianza castellana o reserva gallega, unas aventuras que me resultasen ajenas y propias al mismo tiempo, que hablasen de algún héroe que, fantasía y partitura en la mano, se pudiera transfundir a mi humilde persona. Y haciendo un repaso de las grandes novelas de la historia de la literatura sobre las que no tuve a bien, o lo tuve hace lustros, posar mis bellos ojos, comencé a sentir un vacío bajo mis pies que me produjo una sensación de mareo que me obligó a sentarme (si hubiese estado sentado, me tumbaría).
Si, muy bien, me dije, el propósito es encomiable, volver sobre tus equivocados pasos y dar una segunda oportunidad, pero ¿sobre qué obra maestra deposito la responsabilidad de retomar las salutíferas aguas literarias juveniles, sobre qué muestra de maestría voy a cimentar mi deseo languidecido, mi impulso carnal sedimentado y comprimido cual combustible fósil? Por supuesto estaba totalmente prohibido retomar la sartén por el mango y sumergirse, como el Nadador de piscinas, en el Quijote. No, ésta ha de quedar para tiempos menos convulsos, dos o tres meses después de que el Estado español tenga a bien complacerme con la jubilación, y poder, frente a una chimenea borboteante de fuego de carballo, cabalgar la Mancha desde un sillón Voltaire. ¿En busca del tiempo perdido?,¡quiá!, su propio nombre indica la insoportable levedad del ser, el tiempo perdido es una bendición y bien perdido está: quede, pues, para mi próxima infancia ¿La Montaña Mágica? Tengo las botas teológicas rotas. ¿Gargantua y Pantagruel? Cuitas ya demasiado lejanas, demasiado ajenas, la humanidad grotesca saliendo de la oscuridad medieval y lanzándose a la comedia nueva. Un plato demasiado fuerte para un estómago delicado. ¿Lolita? Peligrosa en demasía para mi frágil estado nervioso. ¿La Guerra y la Paz? Ya he hablado de los rusos, me atribulan los complejos caracteres. ¿El Ulises? ¿La Odisea? ¿Robinson Crusoe? No podría con la nostalgia, me llevarían a la tumba sin nombre con meses de antelación, la pena me mataría…¿Tristam Shandy? su nombre no ayuda; “Las olas”, de cuarenta para arriba no te mojes la barriga, pensadora automática. ¿La conciencia de Zeno? No he de volver a fumar por más que con el dedo silencio avises o amenaces miedo. Infumable. ¿El Castillo? Odio lo inacabable, lo indescifrable, lo inhumano, mi propia biografía absurda.
Le he dado muchas vueltas de tuerca a este tema, a esta cuestión, a este asunto, al chisme-cosa este de las novelas adecuadas para la tercera edad provecta, y sigo sin encontrar El camino, un título y su contenido que me saquen de esta pantanosa inactividad festiva. Me duele darle la razón a Pla y al doctor SL, así que voy a seguir buscando entre los muertos. Cien años de soledad ya no me parecen tantos a propósito de este despropósito.
* SL : Las siglas podrían hacer referencia al insigne doctor Santiago Lamas, psiquiatra y conocido ensayista nacido en Pontevedra y que coincidía ocasionalmente con el autor del texto en algún recuncho de la ciudad de Ourense. En algún lugar se dice que nació en el año 2944, hecho hartamente improbable.(Nota del traductor)
* Josep Pla: escritor, periodista, de origen provenzal, nacido en Palafrugell hacia el año 1897, autor de una copiosa obra que abarca todos los géneros.(Nota del traductor)
1 comentario en “¿VOLVERÁS A REGIÓN?”
Cuando leíamos novelas, hace mucho de eso, mi hermano que es muy “sabido”, me dijo mirando con desprecio la que estaba leyendo: ” Nunca aprenderás nada”, yo, que me creía tan leída!!! Tenía razón. Más tarde, cuando ya me había pasado a la lectura ” de verdad”, el Dr. Lamas sentenció : ” No tendrás con quien hablar” . También tenía razón. Ahora, que apenas hablo con nadie, me he dado cuenta de que, casi siempre, es una ventaja. Es mucho mejor “hablar” con Homero, Cicerón, Shakespeare, Dante… incluso, conmigo mismo, o, con usted, que con la mayoría de la peña. Y, en contra de su opinión, entre libro y libro, una sesión erótica con alguien que merezca la pena, es lo más cerca que se puede estar de una vida buena. Un placer “hablar” aquí con alguien que escribe con chispa y sentido común.