Estos histriones se colocan delante del atril a lanzarnos sus farsas palabrosas y, en lugar de decir lo esencial, se dedican a dar las gracias. Constantemente, machaconamente. Nos dan las gracias por ser tan modositos y estarnos en casa. Por salir al balcón, tira un jamón, mira que viene Quinito. Por trabajar en lo que nos atañe. Por cumplir con nuestro deber: debe y haber. Creen, en su delirio, que hacemos esto por ellos. Nos dan las gracias por pagar impuestos, por conducir por la derecha, por comprar el pan de cada día. Se colocan delante del atril y se dirigen a nosotros como a lelos encantados por la flauta, que acuden detrás de los flautistas, como los ratones de Hamelín, metáfora pagana de los curas falsos. Encantadores de ratones, juglares lupanarios con piel de cordero, falsos profetas, como todos los profetas falsos que en el mundo han sido.
Estos titiriteros del caos, estos aplaudidores del mercado autoregulado, estos amigos poderosos de los poderosos amigos, esconden sus vergüenzas detrás del atril, como clérigos detrás de las faldas, y nos arengan con sus soflamas patrioteras que son como las sonrisas heladas de las hienas. Ellos viven en una burbuja llamada partido político y se rodean de burócratas aduladores que los abastecen de la mantequilla para sodomizarnos a lo Bertolucci, qué cultos. La burbuja apesta pero están encantados, como niños que se huelen sus pedos. Diecisiete camarillas, turnándose periódicamente, han desmantelado la Sanidad Pública ofrendando a su dios neoliberal, escuela de Chicago mon amour, las víctimas propiciatorias en forma de muertos. Antes, de asco. Ahora, de virus. Han destruido lo de todos para solaz de unos pocos. Diecisiete ineptos y sus golfos aplaudidores fallando en todo, excepto en contribuir al engorde del beneficio del Tío Gilito y sus sobrinos.
El Histrión Mayor de esta taifa noroeste canta la canción de la sensatez, dirigida a un público entregado, de gente seria y responsable, que aplaude a rabiar, mientras él presenta la debacle como una gran oportunidad de negocio. Para quién. Ay, si por lo menos fuese el Gayoso. No ha sabido hacer lo primordial, pero lo que ahora estamos ahorrando en tantos sectores con la parálisis obligatoria se lo entregaremos, con luz y taquígrafos de la tvg, a la Sanidad Pública, que se lo merece. Primero se destruye y después se reconstruye, como los americanos en Kuwait y los rusos en Siria. Política de la tierra quemada. Desfachatez detrás de un atril. La Sinfonía para violón, orquesta del milisegundo. La nada antes del abismo.
Por mi podían dejar al atril que hablase él solito. Como mucho, con un sobreviviente que le vaya pasando las páginas de la partitura en blanco.
No me deis las gracias ¿Gracias? Las que vosotros tenéis, histriones.