Cuando nosotros, los orensanos, hayamos caído por fin en el hoyo profundo del olvido; cuando la negra sombra de la España perdida nos haya cubierto con su nefasto manto; cuando el rey, el virrey, la reina, la reinona, el Bufón del Tambor, todas las damas de honor y el resto de esta Corte de carnaval militar, eclesiástico y civil, que nos baila como a la mona del trapecio, haya, igual que las ratas, abandonado el barco, camino de un exilio estival, cargados con los baúles de billetes acumulados en estos cuarenta años de latrocinio directo e indirecto, de comisiones masturbatorias espontáneas y de mordidas de murciélago encorbatado de Transilvania, y nos hayan dejado solos; cuando, una vez salvados los primeros momentos de desconcierto, producto de esa sorpresa de que dándole a la llave de la luz no se enciende la bombilla, de que abriendo un grifo y un hipogrifo no salga agua; de que abriendo la puerta de la despensa no aparecerá la estantería repleta de asquerosas tortillas de patatas plastificadas y de pizzas chinas con fideos de la viuda Chong; una vez que hayamos saqueado las tiendas de moda y todos vistamos unos pololos color del chocolate con unas botas poceras con sobrevuelta de borreguillo; una vez que en las farmacias abandonadas a su suerte sólo queden en los estantes los condones para evitar embarazos de momentos estelares con la mascota, ¡cariño!, entonces comenzará una etapa histórica de esplendor de Orense que las enciclopedias de los monasterios definirán en siglos futuros como la Edad del Canibalismo Atemperado. Por fin podremos comernos los unos a los otros de manera frenética. Sin pedir perdón en el juzgado ni en el confesonario. Sin tasas a la Xunta de Galicia, ingresadas con avemaría en el Banco del Galeote, sucursal de Barbadas, paraíso fiscal.
Mientras tanto desde el dorado exilio, sobre la terraza heráldica del chalet frente al mar de Bayona, la familia nobiliaria, en la persona del rey de Trapisonda, acordará los términos de su regreso, en un documento redactado por el bufón analfabeto y consensuado con los partidos políticos legitimistas y republicanos de la oposición, huidos en tiempos inmemoriales a Madrid y Santiago de Compostela, en donde han estado levantando mapas de restaurantes de gatos por liebres y de lupanares para orientación de navegantes futuros con gomina y gafas de sol. Veamos, dijo el monarca, hasta donde son capaces de aguantar esta vez los sobrevivientes. Se ha hecho una gran limpieza fiscal. Jodámoslos otra vez a impuestos. Vendamos a sus hijas como putas, a sus niños como puttis y repoblemos la ciudad con una nueva raza de cerdos celtas. Pongámoslos a prueba, y si son capaces de soportarlo de nuevo, exterminémoslos definitivamente porque eso querrá decir que no nos merecen. Que sólo queden vivos los que limpian los retretes de palacio.