Un día de estos, cuando recupere las fuerzas que he estado perdiendo en estos últimos cuarenta años, voy a proponerle a la comisión del nobel la creación de un nuevo premio, el Premio Nobel de literatura a Título Póstumo. No se trata de despojar del título a algunos que lo hayan alcanzado por méritos mercantiles, propios o ajenos. No es propio de gentes educadas (bien educadas), corteses, amables y equilibradas, como son los los suecos nobeleros abstemios, el andar enmendándose la plana a sí mismos cada cierto tiempo y destituir con carácter retroactivo a algunas gentes que pudiesen haber merecido el premio en alguna fecha remota y no lo mereciesen hoy en día, tal como la vida y la maldita historia se encargaron después de confirmar. Además, quién soy yo para decir que un tal fulano escribidor y su tía, o un tal mengano mecanógrafo, no merecían el ansiado galardón literario, por el hecho de que nadie lee ya ni dos páginas de aquellos ingenios afortunados. Según esa manera de pensar habría que descabalar todos los premios literarios porque hoy, leer, lo que se dice leer, parece que es una actividad con demencia senil, y solo unos pocos héroes dedican parte de su tiempo a pasar las hojas de los libros y sumergirse en sus aguas profundas. O eso dicen las estadísticas oficiales, aunque también pudiera ser que una gran parte de la población lea mucho más que guasapos y culebras y no lo confiese a las analfabetas autoridades, en prevención de hipotéticos castigos fiscales. La duda probatoria es que si se publican más libros que nunca, y si no se leen ni la milmillonésima parte ¿a dónde van estos ríos de tinta? Hemos de hablar, para saberlo, con Jorge Manrique o con la Confederación Hidrográfica del Miño a través del Semana o el Diez Minutos.
Pero bueno, dejando de lado esa disyuntiva, vamos a decidir no quitar el premio a quien no lo merecía y a darlo a quien lo merecía; hagamos justicia con carácter revanchista, la única justicia de moda en el actual mundo civilizado.
Hablaré personalmente con el rey Gustavo Adolfo Bécquer y propondrele, Majestad, esta enmienda de la injusticia histórica que nación tan ecuánime y pura no puede permitirse. Qué grandes consensos nos esperan. Y qué barato resultará: los muertos no usan monedero más que una vez, ante la taquilla del barquero de Caronte.
Decía Borges, más o menos, que el Nobel es cuestión de geografías y que cuando un año cae el gordo (eso lo digo yo) en el Hemisferio sur, al año siguiente caerá en el Hemisferio norte, un premio de compensación latitudinal y longitudinal; cuando un año cae en Burundi, al año siguiente, por compensación de la melanina, caerá en la Bielorrusia. Indudablemente esto es una exageración mía, no de Borges. Hay que tener en cuenta que muchas veces fue la geografía la que actuó de extraña crítica literaria, y al propio Borges se le negó reiteradamente el Nobel, sobre todo porque viajaba mucho y nunca se sabía muy bien en qué lugar del mundo andaba. A veces andaba por Chile y otras veces por Ginebra, se conoce que visitando tiranos todo el tiempo y olvidándose de coger las armas para luchar contra las dictaduras. Haber sido nombrado por Perón inspector de gallinas (el escritor declinó tal honor), en atención a sus méritos a favor del régimen, pudiera haber despistado al jurado literario sueco y haberlo llevado a considerar que Perón era un demócrata y que d.Jorge Luis tenía méritos suficientes para ser un fascista. Aun hoy hay un partido político denominado peronista y ninguno borgista. Un Perón es un pero muy grande. O una pera. Un pibón no es un pibe muy grande. Más bien es una pibesa.
Como soy el promotor de la idea y me reservo un porcentaje para mi uso y disfrute personal voy a proponer este año a Borges como candidato único al Premio Nobel a Título Póstumo. El año que viene mandaré la postal de Álvaro Cunqueiro, otro sospechoso de no saber escribir. Después ya veré. A ustedes les queda mucho donde elegir pero, si admiten consejos, yo les recomiendo, para empezar, a cualquiera de los griegos, como el señor Homero, algún inglés como el señor Shakespeare o incluso algún español (existía España, de aquéllas) como D. Miguel de Cervantes.
Así las cosas no me cabe duda de que la Academia sueca irá virando su rumbo y ejercerá la crítica literaria con años de descanso eterno y aplicará también el mismo criterio al nobel de la Paz, ya que todo el mundo sabe que no hay nadie más pacífico que un difunto.