Observar sin ser visto, oficio tan denostado pero tan satisfactorio, a esos grupos que hormiguean tocándose unos a otros con sus antenitas, oliéndose los traseros, saludándose efusivamente con movimientos de sierra o de batán, por Congresos, Senados, por pasillos y recámaras de palacios consistoriales, por los palcos de Fiestas de Exaltación del RH positivo, del pulpo con cachelos, de la banderita bordada por marianas pinedas operadas de la nuez, por la Convención del sindicato Más a Pocos, por la VI Asamblea de los desarrapados, que meten el foulard en el casco de la Kawasaki 500, (podría estar así hasta mañana) …es una afición que no deja nunca vacuidad de espíritu, aburrimiento, desasosiego de la ignorancia asumida. Hay en estos bichos tantos gestos que pueden parecer superfluos, tanto escaparatismo sin etiqueta del precio o con ella, que los simples mortales, cuando paseamos por las calles del paseo y miramos, ocultos por gafas de espejito, desde delante del cristal de la televisión, de la hoja del periódico, de la internet infinita, nos vemos siempre pensados, compensados y recompensados, y después podemos sentarnos tranquilamente a la sombra del sicomoro evangélico, a tomarnos una cerveza bien fresquita a reflexionar sobre la inutilidad de la vida, y la banalidad de las conductas ajenas. Casi nada.
A pesar de estas observaciones entomológicas, placenteras y reconfortantes, tal vez domingueras de zoológico provinciano, nunca hemos podido adivinar a través de qué extraños caminos pudieron haber llegado a aparcar esos seres en esos hormigueros, en esos cubiles, en esos termiteros, en esos avisperos, en esos campos de berzas. Nos gustaría saberlo, pero cuando nos son presentados delante de nuestras narices ya los reconocemos en su estado definitivo de mariposa, de repollo, de hormiga encorbatada, de asno. No nos muestran los estadios naturales de su evolución, sus huevos traslúcidos cagados en las celdillas por la reina madre, sus pasos de niña a mujer, su metamorfosis desde crisálida a gusano gordo. Y bien, nos decimos, ¿esta fauna ha sido siempre así, ya han nacido con estas mañas? No, por dios, este corto curriculum les ha costado un ancho y largo esfuerzo. A alguno lo han anotado en El Partido el día de su natalicio. El día de su Primera Comunión le han puesto como regalo, al lado de la hucha, para ahorrase esfuerzos, su carnet con foto de militante, dedicado por el líder que en aquel momento pasaba por allí, y un doctorado de los de tómbola. Servicios varios a los caudillos, servir el té de las cinco, o traer la cocaína a tiempo, agacharse a la altura de alguna entrepierna, puede catapultarlos a su definitivo estado de beatitud y por fin poder entrar en una lista electoral celestial provechosa, volando por el éter entre la tierra y el cielo. Conocí, en mis tiempos mozos, a un personaje que, sin saber leer ni escribir, fue colocado en la rampa de lanzamiento de las elecciones al Parlamento español. Salió elegido y su continuo deambular por corredores sin fin de san Jerónimo quedará como ejemplo de la gallina decapitada que se mueve sin ton ni son hasta que se le acaba la cuerda, solo que a este la cuerda no se le acabo aún, y ahora vive de rentas entre empresarios horteras y cosméticos para tapar el mal olor. Pero que le quiten lo bailado y sobre todo que le quiten el billetero abultado. El Partido colocó a sus hijos, a sus nueras, a vecinos, a vecinas, a viejos soldados de los tercios, y a los niños de sus consuegros, pobrecitos, en lugares bien protegidos de la lluvia y el frio.
Lo esencial de esta pústula supurante, aposentada sobre la piel del Estado, de su Administración, de los entresijos de lo público, es que, aunque se escondan para hacer pis y caca, la mayoría de las veces, una vez que ya se bambolean colgados de la Gran Teta, les apestan los pañales. Creen que les asiste el derecho de aprovechamiento continuo, el derecho de pernil ajeno a perpetuidad. Los reyes del Antiguo Régimen se creían con derecho divino para hacer lo que fuere. Estos mostrencos sienten que tienen algo que los hace diferentes, mejores, necesarios, más guapos, imprescindibles para acompañarnos en nuestra puñetera vida, hasta que se cansen o caigan derrotados por la edad.
Es, sobre todo, la falta de respeto por los ciudadanos de a pie enjuto lo que más llama la atención en este terrario. Cuando llegó aquél magnífico Circo de la Puerta del Sol, los Anticasta, a todos nos parecía buena idea eso de que se les pudiera dar un codazo de atención y unos buenos capones en los testículos a todos los partidarios del Partido Bipartido. Pero la fiesta duró poco, los anticasta se castearon entre ellos y parió la abuela.
El asunto de los ERE de Andalucía es solo la puntita, por favor solo la puntita, del iceberg de la maldita corrupción de los partidos políticos. Lo grave no son los favorcitos sexuales que se hacen unos a otros sino los círculos concéntricos que se expanden cuando se echa la piedra en la fosa séptica. Toda la mierda que se convulsiona desde el fondo y que atufa de forma directamente proporcional a la cantidad de perfume que se ponen por la mañana las ellos y los ellas. Lo grave es que de todo lo que se produce en este país una tercera parte se va en grasa. Hay que engrasar la maquinaria, pero ya rebosa de lubricante y purines. Si hipotéticamente hay 400.000 políticos en España, supongamos que 200.000 son honrados a carta cabal. Los otros 200. 000 que quedan se multiplican por diez en sus chanchullos, por lo que la mitad de la población española vive de lo mamado y la otra mitad estamos a la espera.