Los impuestos son antinaturales, son inhumanos, son impíos, implacables… pero necesarios, obligatorios. Hacienda es impertérrita, aunque algún monstruo le asusta un poco más que otro. En esta sociedad pagamos todos, o deberíamos. Hemos hecho un pacto, un contrato con el Estado para que se ocupe de algunas cosas y a cambio, por las buenas o por las malas, le entregamos algo de nuestro peculio. Didáctica de salón: muchos impuestos son injustos e insolidarios: los de la gasolina, la espuma de la cerveza, la entrada a un museo. Pagan lo mismo ricos y pobres, pero contra eso no se puede hacer nada, nos resignamos y a seguir. Nadie está para hacerse un trozo de carretera, aunque hay algunos que andan en eso. Se la dejamos a Papá Estado.
Pero lo que ya es insoportable es que esos caballeros y caballerías que manejan el timón desde las altas cumbres del Olimpo hagan cesión de nuestras cesiones y pasen a manos de unos pocos aquello de lo que se debería ocupar la Corte Celestial. Me estoy refiriendo ahora a las ITV, ese impuesto revolucionario que unos desalmados con cartera en un consejo de ministros han puesto en manos de unos pocos privilegiados para que se lucren con esa recaudación ad hoc. Hoy sólo voy a hablar de esto. Queden en el rincón del olvido momentáneo los muertos de los aparcamientos privados, de los ríos y los vientos eléctricos, de las clínicas pagadas con dinero público, de las concesiones al calor de un Rioja de quince años. Y que nadie me diga que veo fantasmas donde no los hay. Los fantasmas no se ven, se huelen. En aras de proteger la salud van a hacer comprar los plátanos en una cadena de supermercados, el salchichón en otra y el papel higiénico en la del Mas Allá.
En las itv pagan igual unos y otros. Diría más, pagan más los que no pueden cambiar de coche cada cinco años. Son obligatorias para circular por las carreteras que nos pertenecen. Pero si tienes las gónadas de no cumplir con este requisito quién se ocupa de traerte al redil no son los dulces dueños de este servicio filantrópico. ¡Ca! Es la nunca bien ponderada Guardia Civil, que también pagamos todos, la que, añadido a la multa que te endilga, te acompaña candorosamente hasta el punto de venta más cercano para que te hagan a ti la lavativa y el lavado de estomago al auto de tus entretelas. Paga, coño, o secuestramos a tu familia.
En este país se ha producido un fenómeno curioso. Hemos entregado los antiguos y denostados monopolios, que mal que bien eran de todos, Telefónica, Renfe, Campsa, para que unos pocos se los lleven envueltos en celofán, y han creado otra multitud de monopolios innecesarios para que los amigos de mis amigos me inviten a cenar lentejas con Pititas de oro.
Pero es que además de los euros que apoquinas en el mostrador tienes que disponer de un tiempo para que te examinen el hígado, tienes que acatar su dictamen, tienes que volver si el dictamen ha sido desfavorable. No valen excusas, tienes que estar agradecido de tanta amabilidad. No hay disculpas, si ese chivato que marca su viejo cacharro no deja de estar fijo, no le voy a mirar los gases, vaya a un taller, gaste lo que corresponda y vuelva aquí, muchacho.
Este impuesto revolucionario de las itv es ilegitimo, es inmoral, es insolidario, es vergonzoso. Si seguimos por este camino el día que alguien se pase por el forro no pasar por el aro de los borregos caniches, quizá se encuentre a las puertas de su casa con un cazarrecompensas que, al amparo de una graciosa concesión del gobierno, le lleve, vivo o muerto, a las puerta de la gran nave de las Inspecciones Técnicas de Vehículos. Aquí les dejo el cadáver de este miserable insumiso, y no se preocupen, ya me he cobrado los honorarios de su ensangrentada billetera.