Que el mundo es cambiante e inestable es algo que no se nos escapa a nadie. En los últimos tiempos ha habido un fenómeno que corrobora a mayores esta certeza, y es la proliferación y desproliferación, si es que se puede decir así, de las peluquerías/ barberías de caballeros. Un día paso por la calle a buscar la leche nuestra de cada día y veo que han abierto una nueva peluquería; al otro día ésta ha desaparecido y te la encuentras en un lugar no muy alejado, dos esquinas más abajo. Hay fechas en la que conviven dos o tres en la misma manzana. Antes, las barberías eran elementos permanentes, quietos, inmutables en sí mismos, con el único componente rotatorio de la bata verde y blanca y los clientes que se turnaban, y que se hacían viejos al mismo tiempo que los rapadores y los espejos. Las barberías tenían una importancia social considerable, un lugar para discutir de economía doméstica, de fútbol, o de la poca política que uno sabía, oír chistes de taxistas, de mecánicos y de los mismos peluqueros. En las barberías de caballeros no se hablaba nunca de señoras, más bien por ignorancia y falta de experiencia. En García Márquez y en Cunqueiro las barberías y los barberos tienen una importancia considerable. El Pallarego de Mondoñedo es tan inmortal como el mismo escritor, y entre su local y la botica de su padre coció D. Álvaro muchas de sus historias…
Por mi experiencia había deducido que los barberos eran siempre de dos clases, filósofos o asesinos profesionales con los instintos rebajados. Criada, cura y barbero, críticos literarios expeditivos. Pero hoy todo el mundo ha decidido iniciarse en el negocio depilatorio, y ya hay demasiadas personalidades múltiples al mando de tijeras asesinas y poéticas Tres Claveles. Cuanto más decadente es una sociedad, mas rojo es el carmín de labios y más enrevesado es el tocado capilar.
Esta huida hacia adelante de las peluquerías y barberías es producto de la crisis que nos atenaza, galopeadora contra el viento. La gente sin trabajo remunerado intenta sobrevivir, nadando contra las olas, en el mar negro de la miseria: hazte autónomo nos dicen ahora, igual que nos decían antes “Pepe vente p’Alemania”. Y decidimos ¡buenos chicos! hacernos autónomos. Pero como internet y Amazon lo invaden todo, ponemos una peluquería, o una tasca, porque de momento la wifi aun no puede cortarle el pelo a nadie, el pelo, aun el de los muertos, sigue creciendo, y la cerveza en la impresora 3D está siempre caliente. Solo tendrán futuro los negocios que compitan con el comercio electrónico, piensa el arriesgado. España se llenará de peluquerías/ barberías y de tascas con terraza que lleguen hasta el río. Cuando el AVE llegue a Ourense lo único soterrado será la cantina, con mesas que cruzaran el Miño por debajo, hasta el Montealegre, los camareros necesitando un ferrobús cercanías para llevarnos el vermú y esas patatas fritas infames. Para fastidiar aun más a los aventureros autónomos Adif tendrá la concesión del corte de pelo a los pasajeros: los barberos del tren serán unos señores vestiditos de azul, con gorra de plato, que picaran los billetes.
Por fin la economía liberal pura se adueña de nuestras vidas: a falta de otra clientela los peluqueros se cortaran el pelo unos a otros en un carrusel de tornillo sin fin a dos colores; Milton Friedman abrirá los ojos en su tumba y se reirá de los que decían que la oferta y la demanda no se autoregularían, y los autónomos se irán poco a poco muriendo de hambre para poder mantener el mercado equilibrado. En cuanto se pueda cortar el pelo en un chino, todo habrá acabado, y los trabajadores por cuenta propia podremos descansar por fin en la paz de las calaveras mondas y lirondas.