Desde que mis padres, casi sin darme tiempo a quitarme el pijama de legañas, me trasterraron con seis años a la escuela del pueblo, ha pasado mucho tiempo. En aquella lejana fecha, frente a mí aparecieron objetos e ideas desconocidas, algunas aun hoy indescifrables, como la hipotenusa al cuadrado. En una vitrina hipnótica, ante al banco de los párvulos, una colección de minerales, un juego de pesas y medidas, un dodecaedro dorado y desarmable que me enseñó que un litro es un decímetro cúbico y alguna que otra maravilla que se me ha quedado grabada en esta dura mollera que llevo sobre los hombros. Un mapa mudo de España en relieve, con los altos Pirineos apartándonos de Europa me hizo saber que los trenes necesitan túneles que los acompañen, y aun hoy, que ya no existe el país de ese mapa, lo recuerdo casi como una escultura fabulosa. En los largos bancos en los que nos sentábamos los más pequeños había huecos para la tinta, que ya no usábamos, y la pizarra y la tiza daban sus últimos estertores, frente a la invasión de los BIC maravillosos y fiables y las libretas de muelles. Gomas de borrar Milán siempre agujereadas y lápices con chapa para sujetar una goma infame que horadaba el papel como un martillo pilón. El recreo aun era eso, recreo, y a veces se nos iba el santo al cielo y volvíamos tarde al redil porque no había timbre ni silbato ni nai que los hizo.
Del aula en un ángulo oscuro había otras reliquias de un pasado próximo: un tonel de leche en polvo de los amigos americanos y una figura cerámica de un chino con coleta para la postulación de Domund, que ya no servía para nada porque moneda que entrase por la ranura se perdería por el culo descubierto. Este chino, empalado por ese mismo culo en un rabo de escoba, hizo campaña electoral a favor de Aníbal Casares, en aquellas elecciones a procuradores de Cortes franquistas que en esta provincia ganó Eulogio Gómez Franqueira. “Vota Aníbal Casares”, decían algunos de mis condiscípulos, enarbolando la figura subida a su mástil, como una pancarta tridimensional y un poco Ho-Chi-Minh. ¿A quién si no íbamos a votar nosotros, los niños, si D. Aníbal era de nuestro pueblo, aunque hacía mucho tiempo que no nos visitaba?
No sé cómo son las aulas de hoy en día, las he perdido de vista. Creo que clasifican infantes por edades y hay muchos niños con nombres impronunciables que sueñan piratas y princesas, que usan ordenadores y pantallas táctiles, juegos electrónicos y disfraces de spiderman, pero me he enterado de que se les da leche de vaca gallega, unos cartoncitos de 20 cms cúbicos, para que completen una dieta que se sospecha poco fiable en su casa y se acostumbren al sabor de ese alimento. Parece buena idea. La pobreza infantil roza el 30% en estadísticas independientes, mientras los marqueses gatunos de la política andan a vueltas con sus pulgas amaestradas. Las diferencias entre los que más tienen y los que mucho no tienen siguen aumentando, en tanto los emplumados de Versalles siguen con la carraca de la Cuaresma para que no se escuchen los ruidos que hace el hambre en muchos estómagos. No se enteran, ni quieren enterarse. Si la leche en polvo de hace cincuenta años permaneció momificada en la esquina de la escuela, olvidada e innecesaria por fin, y hoy hubiera que darles leche a muchos niños para acallar conciencias estreñidas, es que aquí se avanza poco. Todo este mamoneo ideológico e interesado debería estar ya definitivamente castigado con la pena máxima. Traición a la nación, y a la Patria, que es solo la niñez. Algunos, con Parlamento conquistado por el esfuerzo de otros, ni lo usan ya, como si fuese el colmado de su padre, que llegó de Murcia, aunque quieren olvidarlo. Otros se llevan el dinero a sus acequias para engordar más aun a los gordos de la chistera y el rubí en el meñique mientras adelgazan el hilo de agua que quitaría la sed de muchos. Se preocupan por gentes lejanas, a las que van a visitar en viaje pagado de ida y vuelta y dietas completas, y se olvidan de su chofer, que no es más tonto porque no entrena al Candy Crush. Les parece normal que alguien que trabaja diez horas diarias seis días a la semana cobre novecientos euros, algo habrá hecho. Ellos ya tienen la pensión completa, y los mediopensionistas que se vayan a la mierda. A lo mejor hay que resucitar al chino del Domund de cerámica de Talavera y pedir para nuestros menesterosos. Sacamos las mesas postulantes a la calle y así aireamos el visón, que la niña no se lo quiere poner. Ya que hay leche barata de sobra, tal vez lo que haya que pedir otra vez es un cargamento de zotal sobrante del plan Marshall, a ver si se desinfecta un poco este ambiente…