- Nació en Olot, bastión indepe, y en una familia nacionalista. ¿Se ha sentido un bicho raro?
- Bueno, sí, según en qué ambientes. Pero he vivido fuera de Olot desde los 18 años. Sí es cierto que, en los momentos álgidos del procés, hubo conflictos y rupturas familiares, como ocurrió en muchos hogares en Cataluña. En los últimos tiempos, voy poco a Olot. La penúltima vez fui a presentar mi libro sobre el procés, Con permiso de Kafka. Evidentemente, con poco éxito. Y, por decisión de Gobernación, llegué acompañado con escoltas. A ese nivel llegó la locura.
- ¿Cómo se explica que el independentismo haya acabado adueñándose de la esfera que antes era autonomista?
- El independentismo siempre fue minoritario. Pero, en la etapa del pujolismo, hay un proceso bestial de nacionalización catalana, que pasa por la educación, la televisión y el funcionariado. Ahí se ponen unas bases que luego son aprovechadas por el independentismo. El momento clave llega en 2003. Artur Mas pierde la Generalitat, y eso es vivido en Convergència como una tragedia: los cachorros del pujolismo ya se habían repartido los cargos y se disponían a heredar, y ese núcleo se radicaliza. Al mismo tiempo, empieza el tripartito y Pasqual Maragall se mete en una reforma del Estatut que nadie pedía, deja entrar en su Gobierno a Esquerra Republicana y les cede los mecanismos básicos de control de la nacionalización: la televisión y la escuela.
- ¿Y después?
- Las elecciones de 2004 generan un clima de confrontación. José Luis Rodríguez Zapatero, con una gran irresponsabilidad, se compromete a aprobar lo que llegue de Barcelona, y Maragall le lleva un Estatuto que sabe que es inconstitucional. Unos recogen firmas. Otros, como Duran i Lleida, van diciendo que los catalanes trabajan para que los andaluces se tomen un café en el bar… La crisis de 2008 cae sobre este polvorín. Y la cerilla la enciende en 2010 el Tribunal Constitucional, que como era lógico declara inconstitucional una parte del Estatut. El nacionalismo que se está radicalizando lo vive como una afrenta. Súmele que Artur Mas intenta justificar los recortes de su Gobierno con el «España nos roba» y empiezan las investigaciones sobre las finanzas de Convergència.
- ¿La deriva independentista fue, en parte, una huida hacia delante para tapar la corrupción?
- Si lo miramos coyunturalmente, en 2010-2012, esa es la explicación. Es una huida hacia delante y, al mismo tiempo, es evitar que la sociedad civil se descontrole. En ese momento de crisis, tanto Convèrgencia como Esquerra temen que se les escape la base social, con el activismo de Òmnium Cultural y el surgimiento de la Asamblea Nacional Catalana. Hay miedo, endurecen el discurso y eso nos lleva ya a los primeros grandes momentos del procés.
- ¿Hasta qué punto el procés es una iniciativa de las élites burguesas para consolidar un poder declinante?
- Sin duda, el proceso independentista es un proceso de élites, de sectores de clase media, media-alta, que quieren que Cataluña, su sociedad y su economía se queden como están, y que temen que la crisis de 2008 los arrastre y les haga cargar, como dicen ellos, con las partes que consideran retardatarias y más pobres de España.
- ¿Cabría incluir en esas élites a los dirigentes socialistas? Porque es inaudito cómo el PSC se convierte en continuador del pujolismo.
- En su intento de acceder a la Generalitat, Maragall va incorporando un discurso nacionalista. De hecho, el Maragall de 2003 sólo se distingue de Jordi Pujol porque está más a la izquierda. Pero vienen de los mismos sectores, de esa burguesía de Barcelona. Maragall necesita mostrar que es un digno sucesor de Pujol y para legitimarse nos mete en ese gran follón que es la reforma del Estatut.
- El procés ha dividido y ha empobrecido a Cataluña. Se han malversado fondos públicos. Pujol vuelve a estar entronizado, pese a la corrupción. Es un alto precio que no parece importar a la mitad de la sociedad catalana.
- Esa es una de las cosas más preocupantes. Como dice, una parte de la sociedad catalana habla en nombre de todos. En Cataluña llevamos mucho tiempo con un desgobierno absoluto. Desde la última etapa de Pujol, ningún gobernante ha tenido en la cabeza los problemas reales de la ciudadanía. Han malbaratado el dinero y el tiempo. No hay más que ver el nivel de la sanidad y de la educación… La sociedad de Cataluña es una sociedad decadente, en todos los sentidos. Las empresas se van, se pierde competitividad, no hay seguridad jurídica. Es una sociedad empobrecida económica, cultural y socialmente por esas políticas nacionalistas.
- ¿Y qué pasa con la otra mitad no nacionalista? ¿Cómo se explica que la eclosión que hubo después del 1-O se haya desinflado?
- Esa mitad estaba acostumbrada a no decir nada. El pujolismo había conseguido convencerles de que no eran suficientemente buenos catalanes. Hay silencio hasta 2017, cuando la sociedad civil no nacionalista reacciona con dos grandes manifestaciones y el triunfo electoral de Ciudadanos, que no administró bien la victoria y defraudó las expectativas.
- ¿Imaginó alguna vez que llegaríamos al punto en el que nos encontramos hoy, con Puigdemont marcando la agenda nacional?
- No. Y soy pesimista. Los nacionalistas han sido desleales siempre, desde la Transición. No van a parar. Cuando consiguen una cosa pasan a la siguiente. Lo hemos visto con la amnistía, y ahora estamos otra vez en la autodeterminación y en el referéndum. Lo más sorprendente es que nuestros dirigentes no lo asumen. Uno tiene la sensación de que el PSOE en la actualidad, pero también el Partido Popular en algunos momentos, no son capaces de entender que siempre van a salir perdiendo. Esquerra y Junts necesitan moverse y humillar al Estado. Y se han encontrado con un Pedro Sánchez que, por unos votos, desmantela una parte del Estado de Derecho y se carga la igualdad entre los españoles. Tenemos un problema que no se resuelve ni con amnistía ni dando dinero, y que seguramente no tiene solución. Tenemos que arbitrar maneras de vivir así. Y, sobre todo, el Gobierno de España no puede olvidar que esa gente no es Cataluña y que la mitad de los catalanes no quiere eso.
- ¿Cómo ve el papel de Salvador Illa en las elecciones del 12-M? Parece abocado a pactar con Junts o con Esquerra, a formar ya parte de ese conglomerado.
- Lo más probable es que gane, pero hay que ver con qué distancia respecto a Esquerra y a Junts. El PSC no va a pactar nunca con el PP, ahí está el muro. Y tiene dos opciones: volver al tripartito, con los independentistas de Esquerra y los Comunes, o intentar hacer algún tipo de acuerdo con Junts que permita gobernar en Madrid y en Barcelona. Hay un efecto Pedro Sánchez muy claro, porque en los primeros meses de Illa en el Parlamento catalán parecía que había un compromiso serio con el constitucionalismo, y esa vía se ha cortado. También es posible que sea un Parlamento ingobernable. Posiblemente, Ciudadanos se quede fuera, lo que es una lástima. Sobre todo, teniendo en cuenta que yo creo que Feijóo no ha acabado de entender bien cuál es el problema en Cataluña.
- ¿En qué sentido?
- Feijóo ha puesto recientemente algunas condiciones para hablar con Junts. Pero, si uno atiende a sus declaraciones de los últimos meses, da la sensación de que están bastantes dispuestos a hablar. Seguir pensando en los nacionalistas como socios para la gobernabilidad de España me parece un enorme error. Lo que hay que hacer es articular un discurso que muestre lo mal que nos ha ido durante los últimos 40 años confiando en los nacionalistas catalanes y vascos.
- Es complicado contrarrestar un discurso populista que promete la arcadia.
- Antes de ofrecer un discurso alternativo, habría que hacer el esfuerzo de deconstruir el discurso nacionalista. La sociedad española ha comprado los discursos al nacionalismo porque se suponía que formaba parte del antifranquismo y, por tanto, que se les debía algo y había que sumarlos como compañeros de viaje. Ahora el Gobierno distingue entre nacionalismos. Si viene de Vox, es español y es malísimo. Si viene de Junts o de ERC, o del PNV, es bueno y progresista. ¡No! Todos los nacionalismos, en el fondo, significan enfrentamiento. Hay muchos equívocos, y ahí mi gremio tiene mucha responsabilidad, por cómo hemos contado la historia de los últimos 40 o 50 años.
- ¿A qué se debe que muchos historiadores se presten a apuntalar una Cataluña mítica? ¿Creen en la causa o son oportunistas?
- Las dos cosas. Una parte de los historiadores se apuntaron al procés como una cuestión de fe. Pero también es cierto que, ya desde Pujol, apuntarse al nacionalismo tenía ventajas: una consejería, centros culturales, becas… El nacionalismo catalán siempre ha invertido en los historiadores. Cambó pagó la Història de Catalunya, de Ferran Soldevila; la Segunda República y el pujolismo hacen lo mismo. Los historiadores son imprescindibles para demostrar científicamente que Cataluña era una nación antiquísima que se convierte en Estado en la época medieval, hasta que en 1714 los castellano-españoles le cortan las alas. Y que esa nación se reconstruye en el siglo XIX y el XX, y que se merece un Estado como paso final. Ese es el relato del nacionalismo, que evidentemente es falso. La historia de Cataluña que se explica en los colegios, en los institutos, en la universidad, en la televisión, en los libros de la Generalitat y en las exposiciones es una historia inventada. Nada ocurrió como se cuenta.
- ¿Se ha suavizado la polarización en Cataluña, como dice el Gobierno?
- El clima se ha suavizado, sí, no estamos en 2017. La gente no se pelea en la calle. Lo que ocurre es que se está confundiendo pacificar con resolver problemas. Los indultos, la amnistía, aparte de lo que tienen de transacción comercial política, han servido para calmar la superficie, pero no para atajar ninguno de los problemas de fondo. Ya de partida el enfoque es equivocado. Se actúa como si existiera un conflicto entre Cataluña y España, cuando de hecho es un conflicto entre Cataluña y Cataluña, entre dos modelos de cómo debe situarse Cataluña en España. Si no se enfoca bien el problema, no se puede encontrar solución.
- La educación ha sido la piedra angular del proceso de renacionalización. ¿Se puede revertir esto?
- Se puede revertir, pero llevaría tanto tiempo como les ha llevado a los nacionalistas traernos a esta situación, haciendo uso de la educación desde los años 80 y de la inmersión lingüística. A pesar de sentencias, declaraciones y comisiones europeas, aquí se incumple la ley. La lengua en la que te educan contiene una determinada visión del mundo, en este caso, claramente nacionalista, que se une al relato mítico de la historia. Se ha ido tan lejos y se ha aceptado que se fuera tan lejos, que es muy difícil revertirlo todo. Eso no significa que no haya que seguir luchando para hacerlo. Pero hay que ser conscientes de que los nacionalistas catalanes, por muchas razones, están ganando la partida.
- ¿Hacia dónde va Cataluña?
- Cataluña continuará muy agitada. Pase lo que pase en las elecciones, el independentismo seguirá condicionando el Gobierno en Cataluña y el Gobierno en España. Por tanto, seguirán teniendo en sus manos poder y dinero que no van a utilizar en la mejora de los servicios que afectan a los ciudadanos, sino en eso que les obsesiona, que es la independencia.
- ¿El federalismo sería una posible salida?
- Todo es posible, pero el federalismo no tiene tradición. Hay federalismo en el siglo XIX, pero fracasa estrepitosamente en el Sexenio y en la Primera República. Yo soy partidario de mantener la Constitución tal como está, tal vez con algún retoque. Creo que es una buena Constitución, que la Monarquía parlamentaria, a pesar de la crisis de 2010-2014, ha sido muy positiva y, en parte, es responsable del progreso, la democratización y la resituación de España en el mundo. Tenemos uno de los modelos más descentralizados. Ahí ya no se puede ir más lejos. Lo que sí intentaría es repensar el Estado de las Autonomías. Tal vez lo que sirvió a finales del siglo XX hay que replantearlo ahora, como la financiación o algunas cesiones de competencias. Pero eso requiere dejar la política de corto plazo y mirar al futuro con responsabilidad y generosidad.