Lo reconozco, no soy festeiro, al menos a modo de todo lo que veo. Sobre todo cuando ando preocupado, por mi aprensión y mi miedo, aunque no es para tanto lo que pasa en el mundo en estos momentos: un poquito de guerra por allí; unos cristianos -78- asesinados en Nigeria por serlo; unos precios que golpean en la cabeza de familia como si fuera casi una carta de despido; la gasolina, peor, el gasoil, a un precio disparado que frena el coche en el garaje y que vaya a ver la abuela el hijo de… su hija; la inseguridad ciudadana por los suelos, como los políticos con su juego para llegar su camello del poder el primero y seguir seguir seguir, cual si la vida fuera una tómbola; el puñetero virus que nos trae por la calle de la amargura hasta el punto que muchos amigos mayores ya pasan de la cuarta, creo yo que más por aburrimiento que por negación, pero a lo que no ayuda la estrategia y el recuerdo de Simón; China, Brasil, Argentina, Chile y Perú haciéndoles la ola a Cuba, Venezuela y Nicaragua, países todos de un perfil que mete miedo. Bueno, pues con este panorama, y recordar a mi padre muerto hace ya un montón de años, aunque no se va ni de coña de mi mente, no participo del festín auspiciado como nunca por el alcalde Jácome, al que le va la marcha. Me aburre tanta fiesta en este momento, pero de ahí a que le hagan los periódicos de servicio público la cobra, me parece inaudito. Será Mago e Oz o quien carallo quieran, conmigo no cuenten para disfrazarme porque yo lo estoy todos los días prácticamente de mala leche al ver como la quieren cortar con el peor descafeinado. Pásenlo bien, pero sin mi, por favor.
Lo mejor de esta impresión, la foto de Iñaqui Osorio, “sisada del Faro de Ourense”, porque la vale para iluminar mi ciegue.