Hoy la antigua conservera es noticia en el Faro de Vigo porque el caballero plenipotenciario de la ciudad olívica la visita, se hace fotos y nos adelanta sus planes para volver a cobrar vida. Habla de una nueva Panificadora, dotada para servicios públicos, me imagino que de índole cultural y entretenimiento, con una limitación considerable a la explotación inmobiliaria en su día calculada. Lo que aparentemente está muy bien, dotar a cualquier ciudad de edificios públicos e detrimento de actividad privada, también es verdad que a mí me recuerda a ciertos edificios públicos del Berlín Oriental que con un corte urbanístico peculiar hacía gris el paseo por sus calles, pues el resto de casas no se veían guapas y alegres, a pesar de que la visita ya la hacía en una Alemania unificada. Y es que querer sustituir el Estado (o sus distintas formas administrativas, como puede ser el poder municipal) a la fuerza de la competencia, a veces produce más privilegios y genera mayores disparidades, proyectadas por el favor, la colocación y el manejo de los tiempos desde ese poder público que dirige la batuta de cualquier caballero que, por cierto, jamás creó un empleo.
Que conste que el problema no está en esta recuperación de espacios abandonados que se encuentran en parte en manos públicas, sino que éstos se sumen a una cantidad de ellos que no hay dios que los mantenga, o, mejor dicho, se mantienen a costa del impuesto del trabajador o vecino, en gran parte modesto, al que no le queda otra. Al menos, cuando se crean centros cívicos de tamaño considerable en las ciudades, como puede ser la de Ourense, deberían servir también de albergue de todo tipo de asociación que ocupa cualquier local a costa del erario público. No se puede mantener una red de gastos que ahogue a los ciudadanos en su posibilidad de crear su propio trabajo con el que vivir dignamente y sin necesidad del subsidio compasivo que crea servilismo. Si se crean espacios importantes que suponen un gasto de mantenimiento acorde, pues que se ahorre por otro lado ya que ni somos ricos ni lo vamos a ser en muchos años, entre otras cosas precisamente por este afán de gasto público que aterra.
Observar la fotografía del personal de la conservera cuando ésta funcionaba creando riqueza y puestos de trabajo que llegaron a los 400 e imaginar la que podrá ser nueva fotografía de este mismo espacio moderno y vacío de latido mercantil que sustituye creación de riqueza por gasto público, me lleva hacia un pesimismo que tiene que ver con el ejemplo dado por el desempeño de nuestros políticos en su afán publicitario. Mas conservas y menos aires de grandeza estética, más trabajo y menos fiesta.
Y no va descaminado el que nos dice que ciertos cambios lo que traen es más privilegio para algunos que igualdad de oportunidades para todos, porque si se reduce la habitabilidad de un espacio como éste creando esa parte pública y reduciendo la parte habitacional, ¿a quien creen ustedes que beneficia ello?; sin duda, al que puede pagar un mayor precio que tendrá la vivienda necesariamente al crear menos cantidad de ellas. Es como para pensar, en quien crea más diferencias sociales, el que administra desde lo público o el propio mercado que se organiza desde la base.