Pero, ¿qué nos pasa?, ¿estamos locos?, o realmente no sabemos vivir como seres humanos en la sociedad de mayor bienestar que hayamos conocido. Sí, la de mayor bienestar a pesar de este año año y medio maldito que nos trajo la pandemia. Ahora nos da por divertirnos hasta “colocarnos” como rebaño para no pensar en el miedo pasado, para borrar de la memoria la experiencia vivida, como si Matrix nos trajera su mundo feliz y nosotros lo quisiéramos. Pero es que en esta diversión actual nocturna y botellera son protagonistas jóvenes y más jóvenes, se cuentan multitudes que no llegan a la mayoría de edad, es decir, menores, además de mazarse hasta las trancas y pasarse tres pueblos, hasta llegar en algún caso a violaciones que se callan por vergüenza o miedo posterior, le ha dado a la peña por la violencia entre sí y contra la policía, que por mor de una sociedad buenista parece que está para recibir el desahogo de estos flipados de noche y acojonados de día. Claro está que también en esta violencia, suciedad y vandalismo que parece ir cada día a más, existe un cultivo de bandas que si las llamas latinas te dicen “xenófobo” los pulcrillos de la política, y si adviertes que hay menas, bueno, bueno, entonces pasas a ser ya racista. La locura es no ver lo que hay y no poner coto, pues cuando queramos reaccionar o será tarde o se hará con la violencia superior del otro lado, de la policía que debe darnos seguridad al conjunto de la sociedad que vive entre normas y leyes iguales para todos, aunque no lo parezca. Hoy leí en el Faro de Vigo, de ahí este comentario y la fotografía extraída de este diario, que la Autoridad portuaria pide medios para poder rechazar los embates que les prodigan en noches de botellón los jóvenes que incluso asaltan los barcos de pasajeros que pernotan en Vigo para poder seguir haciendo allí el botellón, que es como un dios que algún día se le romperá a alguno como ídolo vasija en su cabeza. Parece mentira que estemos soltando la voz clamando respeto y un poquito de orden, por favor, pero el silencio es peor, es cómplice de esta situación que papás, políticos y pedagogos buenistas no quieren asumir.
La violencia de los botellones
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