Pasé por ella, se ve muy mal pero está en el fondo de la imagen, por la casita que alquilaban todos los años la familia Hentschel, y en la que dormí en varias ocasiones, como la primera en la que al día siguiente la conocí a ella. Curiosamente, después no fue el hermano con el que fui la primera vez sino su hermano con quien volví y volví, y pasamos los turbulentos años de una rebelde juventud sin causa, la propia de la frustración que da descubrir la limitación humana por comprender la vida y su objetivo. Crisis existencial común que lleva a probar de todo para no marearnos en las vueltas que damos alrededor de nosotros mismos. La casa sigue ahí, ahora se la ve más cuidada, con jardín y cierre, cuando antes estaba abierta como típica casa de pescador o lugareño que sacaba el jornal de todo el año en tres meses que se la alquilaban. La vi y me trajo el pasado tan lejano que me acorta el futuro de tal manera que ya digo lo que quiero, o casi, porque no hay tiempo. Sigo frustrado por no entender demasiado qué carallo pintamos en esta tierra, pero ahora ya no escapo sino espero con cierta serenidad la idea o pensamiento que se cruza por mi cabeza. La casita hasta me trae el recuerdo de la pasión del amor más encendida, y no está mal recordar…
Una casita para mis recuerdos
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