La cosa se pone fea. Tenemos casos como el de Samuel, o el asperger de Madrid, o ahora el del enfermero que le llamó la atención a un joven que iba en el metro sin mascarilla y que respondió a la amonestación agrediendo físicamente al buen hombre con un objeto punzante. Dos vidas y un ojo perdido a manos de jóvenes violentos, y cada día más porque si no se reprimen ciertas actitudes y se corrigen a tiempo la bola se hace cada vez mayor y después sucede que no se respeta ni la vida ni nada que merezca la pena.
Lo del jueves pasado en el metro de Madrid indigna a cualquiera, que la respuesta del agresor que sintió que le grababan fuera responder con feroz violencia al hombre que le recriminaba ir en el metro sin mascarilla, es para hacérselo mirar como sociedad que está perdiendo el suelo sobre el que edificar la mejor convivencia. El cabrón agresor, además, le suelta a la víctima un “Que te quede claro, ojalá te mueras”, que significa simplemente que ningún respeto para el dolor ajeno, sin alma, sin buenos sentimientos.
Es también indignante observar que gran parte de la sociedad ante estos individuos violentos que campan a sus anchas, entre otras cosas por mor de una falta de vigilancia extrema, agachan las agallas y contemplan el triunfo del mal sobre el bien sin hacer nada al respecto. Somos en general cobardes y solo personas como esta que se vio sorprendida por la violenta agresión recibida significan cierta esperanza. Ha perdido el ojo tras la brutal embestida, pese a que los médicos hicieron todo lo posible por salvarlo, pero el daño, al parecer era irreparable. Ahora, el cabrón agresor anda en busca y captura por la Policía Nacional y Dios quiera que lo trinquen para que pague su daño infligido y apartarlo del medio o enviárselo al Papa para que dialogue con él hasta volverlo bueno.