Uno va a la playa a pasar una buena tarde, coge silla, libro y crema para no quemarse, y bien dispuesto está para un gran disfrute. Como así es, hasta que aparecen putas motos de agua en el horizonte. Y es que las motos náuticas son como palabrotas gruesas en el mar; el sonido de las olas tal como poesía que nos emociona, se corta como el ruido de los motores que espantan a los peces. La literatura excelsa que atrapa mi conciencia sufre un tachón momentáneo con la irrupción de estas máquinas en combustión. A veces, como es el caso, la prohibición trae libertad, porque dos moscas cojoneras no pueden alterar la paz de miles de seres que vienen a la mar a otra cosa que no a escuchar dos estultos que se divierten sin pensar en los demás.
Menos mal que las motos con la caída del día dejaron de molesta y el sol se despidió de la mejor manera, dándonos su puesta para completar un día de arte que comenzó en la exposición de Din Matamoro en Marco,