Los minutos que dedique a la lectura de esta carta serán minutos perdidos para España. Ruego me perdone usted, porque yo mismo soy incapaz de perdonar la osadía de distraer al líder de la nación de naciones cuando lo absorbe la patriótica tarea no ya de gobernar el presente, sino de perfeccionar el futuro. Si me atrevo a hacerlo es para agradecerle la luz que me llega desde el 2050, desde ese horizonte de país deseado y deseable que su dedo señaló el jueves ante nosotros: un país regido por el imperativo progresista de la igualdad. Igualdad entre hombres y mujeres, entre profesores y alumnos, entre coches y patinetes, entre vacas y sapiens, entre propietarios y okupas, entre parados y empleados.
Yo, señor, quiero vivir en esa España. Quiero empaparme en branding multidisciplinar para converger en el plano disruptivo. Me esfuerzo por generar ecosistemas de monetización mientras resignifico mis hábitos de vida hacia una mayor inclusividad, tal como usted predica. Pero debo confesarle que no siempre es fácil. Sé que debo desguazar la Kangoo diésel y doblar turno para poder comprarme un híbrido. Sé que debí reunir valor para reprender a mi cuadrilla cuando se choteó de los padres, madres y adres incluidos por fin en el borrador de la ley que ampara a los no binarios, sin excluir tampoco a los arios. Sé que el placer que experimento asando un churrasco en la barbacoa de mi adosado los domingos no es ecofriendly a largo plazo. Y no sé calcular la huella de carbono que dejará el vuelo a Lanzarote que mi señora ha reservado para julio. Quizá no debamos volar más a Lanzarote. Quizá debamos nadar a Lanzarote. Quizá incluso debamos entregar Lanzarote a Marruecos y así matamos de un tiro el pájaro climático y el migratorio.
Yo ya no soy joven, presidente. Mi cerebro carece de la envidiable plasticidad que adorna a los cien mancebos titulados cuya expertitud se derrama sobre esa nueva Carta Magna que es el documento España 2050. Yo he sido repartidor toda mi vida, pero ha conseguido usted que me avergüence de la empresa que he montado y del personal de baja cualificación que he contratado. Por eso me pongo a disposición del Estado. Me ofrezco como conejillo de Indias -dicho sea desde el respeto a los derechos humanos de los animales y condenando el colonialismo- para las sesiones de reprogramación pedagógica de Isabel Celaá. Haré lo que usted me diga. Diré todas las gilipolleces que se le antojen a usted y al licenciado en humo de feria que le susurra en cada función. Pero por el amor de Dios, explíqueme qué coño hace falta para pillar un cachito de la piñata europea. Que no es 2050. Que adonde yo no llego es a fin de mes, charlatán de barraca.