Pues sí, pasa el tiempo de toda una vida de Cristo desde que él no está. Mi padre. A esta misma hora que lo recuerdo lo tenía en mis brazos dispuesto a afeitar. ¿Te afeito, papá? – “Sí”. Su última palabra, dos letras, dos estertores, y adiós o a Dios. Pero imposible olvidarlo. Después de 33 años de su marcha sigue estando, aunque ya no palpe sus rasgos palpo continuamente su espíritu combativo frente a las cosas que no le gustaban mayormente por contrariar la bondad humana, justicia y verdad, desde su punto de vista y ejemplar honestidad. Del amor y esas cosas familiares ya ni te cuento, porque era una autoridad querida y deseada por todos los que lo rodeábamos, que nos regalaba continuamente su generosidad, alegría y enorme compañía. Sobre todo, serenidad ante la zozobra de la vida. Cuando uno duda por temor a alguna consecuencia no querida a decir lo que siente o piensa, mira dentro de su interior y aparece esa lucecita que él encendió en su día y, entonces, coges fuerzas y mandar a freír espárragos el miedo para oponerte a ese poder fraudulento que hace daño al prójimo independiente para mantenerse al frente, tema muy nietziano, desde luego. Pues nada, sin ningún dolor y sí con algo quizás de tristeza por no poderlo abrazar físicamente hoy, recuerdo a mi padre como la persona más importante y amada de los que ya no están con nosotros. Desde aquí, un beso para él.
22 de mayo, 33 aniversario de ¡adiós, padre…!
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