El escritor y periodista catalán considera que el ‘procés’ sólo se solucionará enviando “trenes de psiquiatras” a Cataluña
Escritor, periodista, traductor, Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956) es uno de los analistas más mordaces y lúcidos de la realidad catalana y de uno de los pocos intelectuales que, antes del inicio del procés y con Jordi Pujol como presidente de la Generalitat, se enfrentó abiertamente al nacionalismo. Instalado desde hace unos años en Madrid, acaba de publicar la traducción de los dos primeros volúmenes de los Diarios de André Gide y observa con preocupación una España que, avisa, se va “al infierno”.
- ¿La pandemia le ha cambiado? Los meses de confinamiento los vivió en Madrid traduciendo los diarios de Gide.
- Mi vida consistió y consiste en leer y escribir y preocuparme, y si salgo a la calle veo casas, tiendas, coches. Los ricos enriqueciéndose, los pobres empobreciéndose. Es lo mismo. O muy parecido. A Gregor von Rezzori este parecido de todo le desesperaba. En lo personal, estoy ante una bifurcación. Por razones de edad he de ser el hombre de los caramelos, o el vecino huraño. Si miramos a la situación general, a “los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa…”, tengo malas noticias: los predicadores chiflados y los taxistas desquiciados de Nueva York, esos que te preguntan “¿Sabe usted adónde está yéndose este país?” y antes de que respondas, contestan ellos: “¡Al infierno! ¡Ahí es donde está yendo España! Porque… Tengo una sensación apocalíptica. Y no me digas que es cosa de la edad.
- ¿El catastrofismo no es, por definición, una exageración?
- Es verdad. Es la mayor y más banal tentación. Pero sucede que como la vida acaba mal por definición, el que apuesta a la catástrofe, tipo Niño Becerra, acierta; apuestas a la vez al rojo y al negro y no hay posibilidad de error. Pero, por otra parte, se ven signos negativos en todos los sitios. Hay datos objetivos, científicamente probados, de que hemos perdido el mundo y hemos perdido el futuro. Lógicamente, estamos en estado de shock. Porque en efecto es muy mala noticia enterarnos de que el mundo no metaboliza, que con la revolución industrial nos hemos cargado el planeta. ¿Cómo digerir ahora que los procesos de desarrollo y creación de bienestar que creíamos que eran el progreso eran destrucción?… Lo que se daba por sentado -el progreso- se ha vuelto en contra y va a ser un horror. Esto es un shock, pero nuestras generaciones, cuanto más “maduras”, más les cuesta asumirlo. Se quiere tapar. Se dice que son chorradas neohippies. Bueno, perdona que te ponga un ejemplo. Recuerda que el alcalde de Madrid ganó el puesto prometiendo la supresión de Madrid Central. En cuanto obtuvo la alcaldía se tuvo que olvidar de eso, por imposición europea. Lo grave es que ese programa se votase, lo votaran. ¿Qué mecanismo de la psique colectiva funcionó ahí? La vejez mental y la mentalidad de avestruz ante los desafíos de mañana. No hay ganas de ver problemas nuevos, lo nuevo es un fastidio, sobre todo si es complicado preferimos negarlo. Es un mal de nuestra mentalidad, el desprecio de lo complejo. Y precisamente nos encontramos con problemas complejos, relativos al cambio climático, las fuentes de energía sostenibles, la falta de agua, la desertización, la muerte de los Océanos, las pandemias. Son problemas, son urgencias tan complejas y globales que requieren también respuestas globales, pero empezando desde lo local. Y esto en España es muy difícil; nuestro país alardea de su propia indisciplina y atomización, con la misma mentalidad en esto de cuando venía los viajeros románticos franceses a ver si encontraban a Carmen, o el conde Potocki. Se ha visto ahora con la pandemia…. Usted qué cree: ¿es la pandemia una trivialidad, algo casual, o insignificante?
- Dudo, sobre todo.
- Yo la veo como un signo de los tiempos. La mano que escribe en la pared “Mane Tezel Fares”. Si eres optimista, puedes celebrar el prodigio de que se ha obtenido la vacuna en un tiempo récord, y eso da la medida de lo que es capaz la especie humana cuando se une en un objetivo común, y compite a nivel técnico, científico, para conseguir algo definido. Pero si eres de los que ven la botella medio vacía, no sabemos si el Covid-19 es una cosa excepcional o el heraldo de una serie de respuestas de la naturaleza al maltrato sufrido. Lo más sorprendente, es que estábamos avisados, se sabía que vendría un virus, disponíamos del big data para predecir su movilidad y transmisión, teníamos la información, pero no la hemos sabido aplicar. Supuestamente todo está bajo un férreo control orwelliano, bajo muchas capas de dominio y control, pero resulta que sigue siendo un caos y que ante una emergencia nos comportamos como un macaco al volante de un Boeing.
- ¿Se refiere a nivel global o local?
- A nivel glocal. Ahora todo lo local está relacionado con lo global. A nivel de España al final nos hemos enfrentado a la pandemia como en el siglo XIX. Han tenido que venir unos señores de fuera con unas máquinas de hacer test, y otros señores a vendernos mascarillas… Germanos y anglosajones, claro. Ahora Europa nos presta una montaña de dinero. ¿Alguien cree que se va a aplicar bien? ¿Qué el gobierno tiene planes inteligentes para levantar la economía? Yo no, desde luego. En fin, el shock, el desengaño, tienen un gran poder didáctico, de revelación de la realidad.
- España como problema, ¿tiene solución?
- A lo mejor, irónicamente te lo digo, el desastre ecológico global puede ser una fuente de estímulo del orgullo patrio, ya que históricamente España se resistió cuanto pudo al cientificismo y a la revolución industrial y apostó por un sentido religioso, sagrado de la vida. Pero España no tiene solución, o quizá la encuentre a través de un trauma horroroso, como por ejemplo una quiebra del Estado. Un país en que se reclama como marchamo de libertad ir a los bares o ir sin mascarilla… donde nieva un día en la capital y se dice que es una catástrofe nacional. O donde se escucha a cien famosos que en la misma frase te dicen que se han fundido su sistema neuronal esnifando cocaína durante veinte años, y que el virus es un invento de los siete sabios de Sión… Un país que financia generosamente a sus enemigos declarados -me refiero a los nacionalistas regionales- parece un país sin remedio.
- ¿Entonces, cree que debería implementarse alguna reforma del Estado, de la Constitución?
- Sí, para darle más poder al Rey. La monarquía, además de que tiene el encanto de lo raro, de lo excepcional, de lo que escapa a las reglas del materialismo pequeñoburgués más craso, no es solo un lirismo que nos permitimos, es que ha demostrado ser de una utilidad práctica tremenda y continuada. Primero, permitió pasar de la dictadura a la democracia sin guerras ni depuraciones. Y luego.. hemos conocido solo a dos reyes, y cada uno de ellos ha parado un golpe de Estado. Lo demás, que si un elefante, que si unas amantes, que si unas cuentas… bah… Hombre, seguro que hay cosas que reformar, pero supongo que si no se produce esa quiebra total del Estado no se hará nada, porque no se puede. No nos pondríamos de acuerdo en nada mejor. ¿Queremos reformar el Estado? Muy bien, hablemos. ¿Se nos permitirá debatir, por ejemplo, eliminar las diputaciones? Los partidos no querrán, les son muy útiles. ¿Hablamos de las disfunciones que convierten las autonomías en cacicatos? ¿Repensamos la excepcionalidad vasca, y discutimos si responde a algún principio democrático? ¿Hablamos todos de todo? Nadie quiere arriesgar lo suyo, por eso no cambiaremos nada.
- ¿Qué piensa de los recortes a las libertades impuestos por la pandemia, o con la excusa de la pandemia? ¿Los hemos aceptado sumisamente?
- No me parece mal que se limiten las libertades. Sería estupendo recortarlas mucho más. Ciertas libertades que nos creíamos que nos podíamos tomar cuestan muy caras.
- ¿Cuáles, por ejemplo?
- Por ejemplo, de movimiento. Toda esa época de los aviones arriba y abajo y los desplazamientos caprichosos tienen que acabar; viajar a otro continente debería ser algo excepcional, no la respuesta al aburrimiento de la vida burguesa. Y yo creo que será excepcional. como se puso fin a muchas libertades tras los atentados de las Torres Gemelas. Entonces hubo mucha indignación por los controles en los aeropuertos, recuerdo a Joan Laporta bajándose los pantalones y gritando como un energúmeno porque un Guardia Civil le registraba, al final hemos entendido que es un recorte de la libertad por el bien de la comunidad. Y lo que marca el cambio del siglo XXI respecto al siglo XX es la necesidad de un trabajo en común, como predijo tras la II Guerra Junger cuando hablaba del Estado Mundial para no repetir la incompetencia que llevó a Europa a la destrucción.
- Bueno, menos viajar…
- Sí. Así, además, las tierras y las ciudades lejanas serán otra vez deseables y no un banal destino turístico saqueado y vampirizado por B&B y demás apps.
- ¿Y qué otros recortes postula?
- Por ejemplo, hay que limitar la libertad de expresión. En muchos ámbitos. Por ejemplo, en el momento del juramento en el Congreso, que es un momento de manifestar compromiso con el pueblo, no es de recibo que se use para expresar sentimientos y salvedades que a lo mejor son respetables pero allí precisamente están de más y que además, contradicen el espíritu y el sentido del juramento, o de la promesa. Me dirás que eso es simplemente retórico, o ceremonial, pero la verdad es que creo que lo simbólico, lo ceremonial, lo ritual, lo estético, es casi lo único real. Eso, un país que se toma en serio no lo tolera. Tampoco es posible que la destrucción de la intimidad y la dignidad del individuo sea un espectáculo como los autos de fe de la inquisición o los combates de gladiadores de la Roma antigua.
- Ah, se refiere al “caso Rociíto”…
- Llevo dentro de mí un muñeco diabólico que dice que en tele 5 hay que entrar con lanzallamas, y de una llamarada carbonizar a Rociíto, a Antonio David, a Jorge Javier y al jefe de la banda, ese señor Vasile.
- ¿Y usted está de acuerdo con su muñeco diabólico?
- No del todo, yo soy un demócrata y estoy contra la pena de muerte.
- ¿Qué otras reformas de España ve urgentes?
- Tenemos un problema de administración pública, un problema político, y un problema de factor humano. El problema de la administración de los recursos y de las potencias creativas de España es muy grave y me parece que no se habla de él. Es un Estado que administrativamente funciona mal, con un millón de reglas, normas, normativas, reglamentos, autoridades, etcétera, muchas veces creadas precisamente con ánimo de marcar diferencias entre vecinos, otras veces con el ánimo, encomiable, con el propósito, de controlar esa tendencia levantina a la corrupción y la sisa, que por cierto está relacionada directamente con nuestro individualismo, pero al final tanta normatividad paraliza la toma de decisiones. O mejor dicho la aplicación de las decisiones que se tomen. Las decisiones no se pueden ejecutar, porque las competencias están muy repartidas. Las cosas no se llegan a hacer porque todo está hiperburocratizado, con normas y contra-normas diferentes en las 17 autonomías que hace imposible gestionar este monstruo burocrático. Por ahí se derrocha una cantidad increíble de recursos y de energía, también de energía humana. Ahora nos encontramos con la necesidad de una transformación ecológica y de hecho la van a hacer las empresas y no la Administración, que no va a hacer nada. El Estado es como un diplodocus que se mueve muy poco y muy lentamente, parece que esté siempre hibernando. Por cierto, que eso crea una casta funcionarial intocable pero muchas veces amargada porque las cosas nunca acaban de salir
- ¿Y el problema político?
- Lo hemos visto ahora con la pandemia, que en vez de unir a las diferentes administraciones las ha dividido más, cada una aplicando sus propios baremos y echando la culpa del caos a las otras. Tenemos un ministerio de Sanidad vacío de competencias y ante la pandemia esto ha sido un gallinero. Ha quedado claro que es preciso recentralizar la sanidad pública. Y las normas fiscales deben ser iguales para las empresas en Madrid y en Barcelona, lo cual pasa por recentralizar también las potestades. De lo contrario estamos ante un agravio.
- Luego, el factor humano…
- He visto en Madrid que la norma aquella de Rajoy que muchas veces da buenos resultados, de ante un problema no hacer nada y esperar a que se resuelva por sí solo o se autodestruya, la tiene interiorizada todo el que llega a algún cargo. Aquí veo que uno llega con determinadas ideas a un cargo de responsabilidad, no quiero decir solo política sino de gestión, y procura no hacer absolutamente nada para eternizarse en el cargo y para ganarse los menos enemigos posibles. Al contrario, se trata de ganar amigos, hacer favores, por si se pierde el cargo pasarlos al cobro. Lo más inteligente es no hacer nada. Que es lo que hace la inmensa mayoría de la gente con responsabilidades: como te decía, porque tratar de hacer cosas es encontrarse con mil palos en las ruedas, hasta que te quedas sin energía, y porque haciendo cosas se pisan callos y se pierden las amistades.
- ¿Parte del problema viene de la estructura autonómica?
- Sí, te decía que si algo ha mostrado la pandemia es la incompetencia del Estado de las autonomías, y hemos visto como a través de los localismos que éstas alientan ascienden a posiciones de enorme responsabilidad y a grandes presupuestos gente incompetente, que en plena catástrofe se pone a llorar en público, como la consejera catalana de Sanidad porque un familiar se ha quedado confinado en un pueblo.
- Las autonomías responden a una necesidad…
- Desde luego, fue un modelo muy positivo en los primeros años porque repartió responsabilidades, dinamizó energías dormidas, pero en muchos aspectos está amortizado. Todo está compartimentado y estanco. No fluyen las soluciones. Fíjate que los verdaderos problemas de España son los problemas de los que no se habla. Por ejemplo: si en las estadísticas, por lo menos antes del virus, España se situaba como uno de los países donde se disfruta de mayor calidad de vida y con más longevidad, ¿cómo se compadece esto con la bajísima natalidad, que ahora no recuerdo las cifras pero es parecida a la de Portugal? Esto no sucede por capricho ni por un deseo de los chicos de prolongar todo lo posible la irresponsabilidad de los años jóvenes, sino porque el Estado no ayuda y no se lo pueden permitir. Así se van frustrando generaciones. ¿Y por qué se da este consumo desaforado no ya de estimulantes y drogas sino de tranquilizantes, tal nivel de angustia y depresión, no entre los maduros o los viejos, sino entre los escolares? Es que estamos todos dopados. ¿Por qué? El que no bebe, se seda. Esto es una verdad estadística. Pero de estas cosas no se habla. Hay muchos otros problemas, pero parecen tabú. En general en España si quieres saber dónde hay un verdadero problema, no falla: busca aquello de lo que no se habla y ahí es donde está.
- ¿Cómo ve la situación de Cataluña?
- Yo viví en Madrid en los ochenta y más de una vez escuché que decían “aquí lo que necesitamos es un Pujol”. Se me ponían los pelos de punta. Yo por primera vez vi y escuché a Pujol cuando gobernaba Arias Navarro, los partidos aún eran ilegales pero ya se veía que el Régimen no se podía sostener. Había tremenda efervescencia e ilusión. Pujol se presentaba, clandestina pero toleradamente, en un piso abarrotado de la Diagonal de Barcelona. Le escuché. Le comprendí. Me espantó. Mucha gente salió encantada pero ya en ese momento inicial vi en él el chovinismo cutre, el complejo de superioridad por haber nacido en un sitio determinado, esa falta de aire, esa pequeñez. Había y hay en el nacionalismo un componente psicopatológico, un complejo de superioridad y de inferioridad, al que se suma el resentimiento que ha impuesto la crisis del 2008 y la cancelación de un futuro mejor. Eso requiere un psicoanálisis colectivo, por eso he escrito que habría que enviar trenes llenos de psiquiatras a Cataluña. Por ejemplo, para entender cómo y porqué la idea, tan simple, tan tonta, tan carpetovetónica del nacionalismo ha afectado también a personas inteligentes y cultivadas, no sólo a los ignorantes y necios.
- ¿Es el procés la herencia del pujolismo?
- Es el último estadio del pujolismo, el final lógico del catalanismo. Él puso las bases de lo que ha pasado luego. Pero no se puede atribuir todo a una persona, por genial que sea. Desde un análisis marxista somos el producto de una sociedad y una época, que genera los agentes para manifestarse, y ese sería Pujol. El proceso independentista no es interesante desde un punto de vista intelectual, porque es sencillo, en un mundo complejo. Pero al mismo tiempo ha sido interesante asistir a él, para ver “físicamente” lo que ya sabíamos por los libros de Historia: lo extraordinariamente fácil que es manipular a una sociedad adulta y madura. Cuatro mensajes bien repetidos, un poco de dinero bien repartido. Pero al mismo tiempo, es una aventura condenada al fracaso, porque aunque España sea un país tan tonto que financia generosamente a quienes se declaran sus enemigos…aunque sea una casa de tolerancia en ambos sentidos de la palabra, no es tan tonto que vaya a permitirse perder el 20 por ciento del PIB.
- No alcanzaron la independencia, pero mantienen intacto el poder… Y ser los interlocutores con Madrid. ¿El independentismo es un modelo de éxito?
- No, porque ha dejado de responder a las clases a las que representa, que están desesperadas por el empobrecimiento de Cataluña. Pérdida de prestigio, pérdida de empresas, decadencia cultural. Recordemos a Artur Mas diciendo que las empresas se pelearán por venir a Cataluña, y cuando vemos la contradicción de esto con la realidad, queda claro que todo el proyecto se reduce a una mentira de dimensiones colosales. Es un fracaso, pese a que intente ocultarlo todo su espacio mediático. El mundo de la cultura es otro ejemplo, es muy raro encontrar en Madrid a nadie que te diga que desearía vivir hoy en Barcelona, cuando a la inversa sucede continuamente. Tenemos muchos ejemplos.
- Usted participó en la fundación de Cs. ¿Resistirá como proyecto político?
- Bueno, estuve en algunas de las cenas de las que surgió la idea de fundar un partido. Yo era de los que propuse fundar un club intelectual para salir sistemáticamente al paso de todas las mentiras del aparato de agitprop del nacionalismo. Francesc de Carreras, Arcadi Espada y otros estaban convencidos de la necesidad de fundar un partido. Me aparté, pensando que si seguía había que ser consecuente y entrar en política, hacer campaña, participar en mítines, exponerme a las agresiones de los fanáticos, besar niños en los mercados. Pero al final y visto el resultado, ellos estaban en lo cierto, porque Cs nació y no solo funcionó como partido sino que ganó unas elecciones catalanas. Podía haber cambiado radicalmente la situación. El proyecto tuvo sentido pero se autodestruyó por los errores de Albert Rivera y estamos en una época en que los errores pasan factura muy rápido. A mí el desengaño con Cs me ha alejado de la política, es imposible fiarse del discurso de ningún político, no porque sea gente perversa, sino porque si no se engaña a los votantes no es posible alcanzar el poder. También creo que si hasta ahora no he contribuido, con mi voto, a mejorar el mundo ni en la más ínfima proporción, y siendo pesimista de cara al futuro, en adelante puedo abstenerme de votar. Que otros más jóvenes arreglen, si pueden, este sindios, que seguramente lo entienden más. Yo me voy con mis caramelos a la puerta de algún colegio.