Pues sí, casi nunca veo fútbol por televisión, casi desde el tiempo que hace que lo televisan cadenas de pago. Pero tampoco exclusivamente por eso, sino porque el deporte pasó a un segundo plano, ocupando el primero la mera industria generadora de dinero que, además, convierte a los futbolistas en muñecos de sí mismos, con sus tatuajes, coches de lujo, casas y mujeres cortadas por el mismo patrón de belleza física -otra, la desconozco, por razones obvias-. Que además haga girar el mundo en torno a una pelota que es el objeto que debía girar sobre sí misma sin mayores metas que pasarlo bien y hacerlo pasar a los demás, es algo que me resulta ya insoportable, es el circo y pan de la sociedad actual, nada crítica con las ideas que sustentan una forma de vivir que conlleva el morderse la lengua, como dice Villanueva en su último libro. Pero ayer lo vi, porque era televisado en abierto, lo que se jugaban exigía el mayor esfuerzo de los deportistas, y porque siendo la copa del Rey estaba garantizada la NO pitada por las aficiones vasca y catalana, esos nacionalismos independientes que en el fondo lo son de forma artificial a poco que salgan otros como Cercas a reivindicar su sentimiento de pertenencia a España. Hasta ayer daba gusto escuchar a Laporta hablando en español, porque lo entendimos perfectamente y el provocador estuvo correcto y deportivo, así da gusto. Merecida victoria del Barcelona y de la copa. Pues sí, no solo vi el fútbol sino que hablé hoy de él, siempre abiertos a contradecirnos.
Ayer vi el partido de fútbol
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