Esta sección de EL MUNDO siempre nos trae entrevistas interesantes, como la de este fin de semana a Pascal Bruckner, que, entre otras lindezas, afirma: “Todos los jefes de Estado se arrodillan ante Greta Thunberg por el fervor hacia la juventud”. Y no le falta razón, a la vista de lo que estamos viendo en plena pandemia, de jóvenes tomándose las copas después del Toque de Queda mientras sus abuelos palman. Y no es falsa acusación sino constatación de la poca resiliencia que tiene nuestra juventud de ahora, propiciada por los mismos que ahora también disculpan este comportamiento. Que tendrán muchas ganas de follar está claro, como la tiene cualquier joven, pero los que fuimos también jóvenes y nos tocó un internado o la mili, usábamos nuestras manos para complacer al cuerpo desatado que con el toque y la imaginación suplantaba lo que no podía ser. LO siento por si lastimo la sensibilidad de alguien tocando temas que no son corrientes el hablarlos, pero es que no se puede soportar no poder ver a una hija o nieto que viven en otra comunidad mientras pasan franceses a tomar Madrid, o ingleses Mallorca, o jóvenes locales tocando las pelotas que no supieron jugar cuando les tocca. Bueno, la digresión viene de lo de Greta Thunberg y los Jefes de Estado, que dice el filósofo, adorando a la juventud con un fervor que yo no entiendo. VAmos a lo importante y leamos la entrevista, pues en DE PAR EN PAR de PREMIUM en EL MUNDO, de ANTONIO LUCAS
Pascal Bruckner es un filósofo nacido en París en 1948 y esas dos condiciones se notan. Quizá también por ellas lo entendemos como un pensador desengañado de muchas de las cláusulas del progresismo de carril. Bruckner, a su manera, se mantiene en el ideario progresista sin ceder al chantaje de ciertas nomenclaturas de saldo, lo que para las mentes más rasantes lo convierte en un «enemigo burgués». Por eso trabaja contra el lugar en el que cree. Y lo demás le da igual. El suyo es un compromiso inteligente: sabe dónde está su «familia política», pero no le concede el beneficio de la estupidez.
Bruckner ha desafiado la infantilización de la sociedad contemporánea en un ensayo impetuoso como fue La tentación de la inocencia (1995). Ha defendido el optimismo (tan desobediente) en La euforia perpetua (2001) y denunció las miserias del capitalismo y las paradojas de los antiglobalizadores en un ensayo revelador, Miseria de la prosperidad (2003).
Ahora es momento de pensar en la vejez en una sociedad donde la vida humana se prolonga cada vez más, aunque los mayores tengan menos espacio social. ¿Qué significa ser anciano? ¿Qué sucede en los sistemas sociales cada vez más envejecidos? Ahí pone el foco Bruckner con su nuevo trabajo: Un instante eterno. Filosofía de la longevidad, publicado por Siruela en traducción de Jenaro Talens. Bruckner no es un hombre a la contra, sino una bengala de alerta.
- La vejez es una palabra estigmatizada en las últimas décadas, ¿está de acuerdo?
- Incluso más que un estigma: la vejez siempre ha sido temida porque supone la degradación del cuerpo. Pero, hasta hace poco, era sinónimo de sabiduría; o, al menos, de apaciguamiento, de reposo. Con la nueva longevidad, la no desaparición de los ancianos se vuelve problemática: persisten y resultan una carga económica para las generaciones más jóvenes. Al mismo tiempo son la imagen de lo que no queremos ser, seres dependientes y frágiles, parásitos que persisten en detrimento de sus descendientes. Así que el panorama de ser viejo no es muy alentador. Como mínimo, despiertan cierta ambivalencia, una mezcla de envidia y repulsión.
- Somos más longevos, bien, pero también la caducidad laboral y social se impone antes…
- Sí, el problema real es la brecha entre nuestra supervivencia biológica y la edad de jubilación anticipada en la mayoría de los países europeos. Nos retiran del mercado laboral en un momento en el que muchos de nosotros, al menos en determinadas ocupaciones, todavía estamos en condiciones de trabajar y queremos seguir siendo útiles a la sociedad.
- George Bernard Shaw dijo que todos queremos vivir muchos años, pero nadie quiere llegar a viejo.
- Y Sainte Beuve, en el siglo XIX, ya había dicho que envejecer es la única forma que hemos encontrado para vivir mucho tiempo. Lo ideal sería llegar a los 70 u 80 manteniendo el rostro y la forma de un hombre o de una mujer de 30 o 40 años. años, algo que, lamentablemente, la ciencia no permite, así que el alargamiento de la vida prolonga la vejez y no la juventud. El pacto fáustico ha vuelto a fallar y, a pesar de todos los desvaríos transhumanistas, seguimos muriendo y enfermando.
- ¿Pero estamos realmente preparados para vivir más?
- No, nuestras sociedades aún están enfocadas en las realidades biológicas de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde teníamos 50 años como medida de una vida que empezaba a ser considerada el principio de la vejez. Hoy un hombre o una mujer de 50 años -que en el siglo XIX eras irremediablemente un anciano- está en la condición de quienes tienen 30. Ajustar nuestros sistemas sociales a la nueva realidad es un tema de urgencia. Y entender que las personas mayores constituirán la mayoría de la población a mediados del siglo XXI es una necesidad acuciante. Los mayores somos una fuerza en crecimiento.
- ¿La edad le ha dado más libertad?
- ¡Por qué! La edad no aporta nada que no tengamos ya: el aprendizaje de la libertad comienza en nuestra juventud. La idea de que un viejo o una vieja son más libres porque se activa en ellos la sensación de que no tienen nada que perder es falsa. Cualquier ciudadano, en cualquier momento, puede perder la reputación, el honor, el buen nombre; y, por supuesto, la dignidad. Me sorprende la cantidad de septuagenarios y octogenarios famosos -Woody Allen, Roman Polanski, entre otros- que hoy son ridiculizados, zarandeados, y terminan sus vidas entre la vergüenza y el escándalo. Personalmente, lo que me ha enseñado la edad es el significado y la importancia de los matices.
- ¿Y de qué se siente más liberado?
- Puede que me haya liberado de una serie de trivialidades sociales, pero no de lo básico: amor, belleza, poesía, viajes. Envejecer es aprender a distinguir lo inútil de lo fundamental.
- ¿Qué diferencias hay entre hombres y mujeres en este sentido?
- Depende de la persona. Es cierto que las mujeres están más adelantadas en las tasas de longevidad, pero el hombre va recortando distancia en función, quizá, de la clase social y la carrera, ya que la llegada masiva de mujeres al mercado laboral las ha afectado con las mismas patologías que los hombres: estrés, enfermedades cardíacas, alopecia… Recuerdo la sentencia de Simone Signoret sobre ella e Yves Montand, tan acertada: las arrugas envejecen a las mujeres… y a los hombres maduros. Pero más allá del exterior, de lo que vemos de los demás o los otros ven de ti, en términos de pareja creo que es más difícil para una mujer reconstruir su vida después de cierta edad que para un hombre. Y eso es también un problema del que sacar conclusiones.
- ¿No cree que vivir biológicamente no siempre es vivir humanamente?
- No podemos ignorar que el cuerpo humano, cuando pasa la frontera de los 45 años, se convierte en un maestro exigente y apunta con una pistola a tu sien: si no vives según mis mandamientos, experimentarás una serie de inconvenientes que irán agravándose poco a poco hasta hacerte la existencia insoportable. La enfermedad es el salario de la longevidad, pero aunque no es fácil evitarla, sí podemos amortiguar (o retrasar) sus veredictos y convivir entre la edad y los deseos con buen equilibrio. Esto se resume en una certeza elemental: tienes que cuidarte ante el riesgo de acortar seriamente tu estancia en la tierra. Es una elección.
- La publicidad festiva se destina a los jóvenes, mientras que la publicidad para mayores de 60 años está basada principalmente en la salud. No parece muy alentador.
- La salud es uno de los temas de preocupación social principales de cualquier sociedad. Y con más fuerza aún a partir de finales del siglo XIX. Más adelante, las compañías de seguros, de un lado, y la seguridad social, por otro, se van articulando e incrementan su preocupación por las personas mayores. No olvidemos que la vejez, más allá de muchas cosas, también es un mercado muy lucrativo para muchos negocios: agencias de viajes, agencias inmobiliarias, la banca, los notarios… Existe un poder en la sombre que irá a más a lo largo del siglo XXI y que invertirá nuestra concepción de la vejez.
- ¿Y no existe desde la mitad del siglo XX una tiranía de la juventud en todos los ámbitos?
- Vamos a ver, sí. Pero es normal. La tiranía de la juventud es, por excelencia, la utopía de una sociedad desaforadamente envejecida. Hemos considerado que la juventud es el asiento de todas las cualidades de la existencia humana: inteligencia, belleza, rapidez, aptitud… Eso se instala en el ideario colectivo europeo, con razón o sin ella, a partir de los años 20 del siglo pasado, más o menos después de la Primera Guerra Mundial. Y es que madurar es siempre morir un poco. Todas las grandes revoluciones artísticas de los siglos XIX y XX, desde la poesía de Arthur Rimbaud hasta el surrealismo, idealizaron no solo la juventud sino la infancia: fundamento y verdad del ser humano. «Nunca confíes en nadie mayor de 30», dijo una vez el activista Jerry Rubin en la década de los años 70 antes de convertirse él mismo en empresario. Le doy un ejemplo del fervor que genera la juventud: hasta hace poco, todos los jefes de Estado de Europa se arrodillaban ante la activista Greta Thunberg recitando su catastrófico catecismo inspirado en su padre. La juventud es también la abdicación de los adultos a las estupideces de ciertos jóvenes. Si queremos transmitirles un mensaje duradero, no debemos convertirnos en serviles cortesanos de la juventud.
- La pandemia ha sido muy dura en Europa para los más mayores y, en demasiadas ocasiones, se ha dado una visión terrible de la vejez.
- Sí, hemos sido testigos de un conflicto generacional alimentado por la comunicación de los gobiernos explicando que la sociedad estaba confinada a proteger a los más vulnerables. Fue una gran torpeza retórica: la verdad es que estamos confinados por pura y simple impotencia médica, que persiste a pesar de la vacunación por falta de tratamiento. Si hubiéramos confinado sólo a los mayores de 65 años, el Covid habría continuado su curso asesino entre los más jóvenes, que también vemos hoy en los hospitales. No debemos dar a los 20 o 30 años la sensación de que se están sacrificando por los ancianos, cuya jubilación también están pagando ociosos, a riesgo de despertar cierto resentimiento.
- ¿En su caso tiene ahora más serenidad, más rabia, más desengaños, más entusiasmo?
- Mi ira es la misma que hace 20 o 30 años. La verdad es que tú no cambias, sólo cambia la forma en que los demás te miran. Ésto es lo que también modifica tu comportamiento, sobre todo en el plano romántico. Tampoco la vejez, por sí misma, es valiosa. Un anciano no debe esperar tener el mismo aspecto que un adolescente. La autoceguera es el gran peligro de la vejez. Algunos todavía piensan que son irresistibles. Y cuando llegan a ese punto de narcisismo resultan, simplemente, ridículos.
- ¿Por qué no hay una pedagogía de la vejez y sí la hay de la muerte?
- La vejez ya no puede ser la pedagogía de la renuncia porque su definición misma ha cambiado, hemos pospuesto la vejez y la hemos sacado de su etapa natural, la de la vida que precede a la muerte. Lo único que debemos aprender a medida que envejecemos es a renunciar a la renuncia: madurar ya no puede ser sinónimo de resignación, debemos seguir siendo codiciosos en las ganas de disfrutar del mundo, de emprender, de trabajar. Creo que es la única condición para no hundirnos en la desesperación. Ver a venerables abuelas sumergiéndose en las obras de Kant o Nietzsche y tomando apuntes como estudiantes, o trepando por senderos de montaña, es lo más alegre que hay. Las abuelas no se resignan. Los abuelos tampoco. ¡Quieren persistir en ser y tienen razón!
- ¿Hay de fondo, también, un problema político?
- Sí, hay que adaptar la legislación a esta nueva realidad y abolir el inicio de la edad de jubilación a los 65 años, salvo los trabajos más arduos. A mediados de este siglo XXI, la edad de jubilación se retrasará hasta los 70, especialmente si aumenta el número de centenarios. ¿Por qué no anticiparnos?
- ¿Cómo se lleva usted con su edad?
- Mal, claro, pero ya era así desde que nací. Hoy estoy más en forma física que hace a los 40 años. Me preocupo de mantenerme a diario, de no descuidar mi salud ni el ejercicio. En cuanto a los estados de ánimo, siguen el curso de los días. Unas veces con más estímulo, otras con menos… Pero eso no tiene mucho que ver, al menos en mi caso, con la edad. Vivo hoy exactamente como hace tres décadas. No he cambiado demasiados hábitos. Y tampoco he cambiado de intereses. Me mueven las mismas pasiones, la misma curiosidad. Envejecer es estimulante, es una exploración constante, la entrada a una nueva etapa. A veces, incluso, me sorprende lo que todavía logro hacer. Una vez más mi único viático está en tres verbos: amar, trabajar, aprender. ¡Nunca abdicar!