Pues sí, sana envidia, entre otras cosas porque uno no descarta acabar allí sus días; es lo que tiene compartir la vida con viguesa. Pero, al margen de lo personal, es natural que un ourensano normal sienta cierta sana envidia por un Vigo que progresa con grandes obras transformando una ciudad deteriorada en una capital pujante y atractiva. No voy a entrar en el Cunqueiro, ni el nuevo Palacio de Justicia, ni la humanización de sus calle o el carril bici y peatonal que te llevará hasta Samil sin necesidad de coger el coche. No me voy a referir a numerosas intervenciones donde la clave está en que no le tiembla el pulso al histriónico alcalde de ideas peregrinas también y populistas que no comparto, porque quiero únicamente señalar esta intervención urbanística en el espacio de la estación de Urzaiz que diseñó el arquitecto Maine aunque la haya modificado en parte el estudio de arquitectura de Madrid que lo lleva a cabo. Este espacio desaprovechado en pleno centro de Vigo ha cubierto expectativas, a mi modo de ver, sin que su ocupación haga sufrir a nadie que no sea – siempre hay alguna víctima- el vecino de los primeros o segundos pisos de Vía Norte que habrán perdido en parte la vista del mar por extenderse esta plaza a pie de calle. La plaza se convertirá en un lugar de descanso y recreo, además del acceso cómodo al mayor Centro Comercial -con estos templos ya no hay remedio- que tanto gustará a la vecindad. En fin, no es que envidie en sí la nueva estación, porque la que será última de Ourense aún no la conocemos y yo no tengo inteligencia espacial suficiente, como me informó un test psicológico del colegio cuando tenía catorce años, lo que envidio es la decisión de hacer grandes cosas e intervenciones que tiene Vigo mientras nosotros aquí seguimos dejándonos comer la tostada.
¡Qué envidia, Vigo!
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