Para el que no lo conozca, este hombre se llama Javier, regenta un kiosko de prensa y, ¡cuántas veces, dios!, pensé en su sacrificada vida. Desde primera hora de la mañana abre, hay que disponer la prensa para su reparto y venta en el puesto, y después, hasta hace poco, todo el día prácticamente abierto, sin días de fiesta ni descanso, porque el domingo, por ejemplo, es el día feliz para el lector que guste de los suplementos. La vida normal de un tipo como Javier era así, ahora con la pandemia nada es igual que ayer ni se puede predecir si lo volverá a ser, pero, de momento, si no hay venta sí que hay que pagar a a Hacienda, Seguridad Social, Xunta y Concello, los impuestos y las tasas enclavadas en el puesto laboral de semiesclavitud en el que el autónomo nace, no crece y además tiene que soportar a los políticos que no dieron un palo al agua gobernar con los fondos que ellos mismos procuran con propuestas de salarios mínimos que ¿dónde hay que firmar? Desde arriba dicen ¡cierren la puerta!, hay demasiados contagios para tenerla abierta; y está bien, porque la salud es lo primero, pero no ahoguen al autónomo al que le sigan cobrando sus impuestos como si facturara para ellos. Nuestros políticos están viviendo en la inopia de sueldos millonarios, Moncloas o Galapagares, chóferes y más chóferes, dietas inmorales, dilapidando en compra de voluntades y políticas clientelares lo que se necesita para que la gente pueda seguir sobreviviendo.
Cuéntale a este autónomo lo del salario mínimo
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