Estos días en que permanecemos cerrados como negocio de hostelería y centro social privado, aprovecho para pasear mucho por la ciudad y las riberas del Miño. Ayer mismo descubrí lo fácil que resulta ser director de cine, pues con tu móvil – sí, el mismo con el hablas con tu parienta o tus nietos-, y tu voz, con la imagen que está ahí sin que tengas nada más que hacer que darle al botón de vídeo para grabar, y con unas palabras que te salgan a chorro sin ninguna pretensión, ya has hecho tu película. A lo mejor, ya comprendes a tanto cineasta impostor que después de hacer lo mismo que uno, empieza a hacer tal discurso y buscar aliados que lo difundan con simpatía y afecto, amén de otros aliados que necesitan darse barniz cultureta para henchirse de sensibilidad ajena, que comienza por creerse a sí mismo cineasta y convertirse en ello. Hala, pues yo lo he hecho, soy un gran director de cine como cualquier puede observar en el vídeo último subido a la página de elcercano. Pero bueno, hoy estoy con circunloquios extremos para decir simplemente que en estos paseos me encuentro a veces con auténticos milagros como el de hoy y que habla más la imagen que lo que les pueda decir al respecto; sí, son operarios trabajando en la limpieza de la vegetación incontenible de la naturaleza. Por si no se lo creen, la respuesta salta a la vista.
Lo que ven mis ojos
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