Perdonen la utilización tosca y grosera pero aún podría decir otra palabra aún mas gruesa, porque la cosa es de dejar la boca abierta. Hay personas que defienden y pelean por lo que creen hasta las últimas consecuencias, como el caso de Serguei Lavrov, el ruso al que otro ruso muy poderoso, o sea Putin, lo quiso envenenar, presuntamente, por todos los indicios, y porque tuvo las narices de hacerle oposición dura, como a la que el zar no está acostumbrado. Fue llegar a Rusia y desviarle el vuelo todo uno, para que no fuera aclamado por sus seguidores que lo estaban esperando como agua de enero o mayo. Lo detuvieron, y como quiera que algunos países se interesaron por su suerte, salió la portacoz del ministerio de Exteriores a pedir a Occidente que se ocupase de sus “propios asuntos”; pero por si no se atendió bien a la portacoz, hoy lunes llegó el ministro a afirmar que la reacción de los países occidentales a la detención del líder opositor está destinada a “distraer la atención de la crisis del liberalismo”.
No sé si habrá rodilla al suelo en las canchas de la NBA, o de Pelusi en el Congreso americano, lo que sí sé es que hay una crisis de nuestra sociedad que asistiendo en directo a la falta de libertades en las primeras potencias mundiales nos callamos tan ostentosamente que el grito se oye más allá de donde está Tolstoi.