Excepcionalmente, dice Hume en su ensayo sobre la libertad de prensa, perdemos toda nuestra libertad de forma repentina. Una especie de sibilino proceso nos va acostumbrando a su pérdida de forma que, en no demasiado tiempo, ni siquiera recordamos lo que hemos perdido. Rememoré recientemente este proceso en un lugar inesperado, concretamente en un libro en francés sobre las maldades del hormigón armado, titulado ‘Beton’, de Anselm Jappe, un profesor alemán de filosofía que imparte clases en Francia.
Hace mención a que en 1962 algunos filósofos radicales sugirieron que podría ser una buena idea capturar y colgar a los arquitectos. El autor también hace mención a que Disraeli lo insinúa en su novela, ‘Tancred’, incluso antes de que los arquitectos emprendiesen su exitosa cruzada orientada a afear el mundo y convertirlo en uniformemente horrendo. El profesor Jappe añade de forma lapidaria, ‘Hoy, uno no podría afirmar tal cosa porque sería acusado de apología de la violencia’.
De esta forma, la literalidad mental es enemiga de la libertad de expresión, y representa, además, una preocupante perdida de la sofisticación mental. Pero, en cualquier caso, el apego a la libertad de expresión como un ideal parece que ha perdido mucha de su importancia en el mundo occidental habiendo sido reemplazada, como una aspiración, por la virtud, más aun, por una virtud de un tipo peculiar y fácilmente alcanzable, no aquella que consiste en actuar de forma correcta, sino aquella que consiste en tener y expresar los pensamientos correctos. Los pensamientos correctos autorizados, que puede cambiar en cualquier momento, son los que están de acuerdo con el entusiasmo moral del momento.
La pérdida de la libertad de expresión como un valor político aparece de forma evidente en los documentos oficiales del gobierno escoces en los que se expone la propuesta de ley sobre delitos de odio y desorden público. ‘El odio no debe existir en Escocia’ afirma uno de esos documentos, como si, no ya el control del comportamiento ocasionado por emociones ilegales, sino el control de la propia emoción fuera un asunto que le incumbiera al gobierno. Tal vez algún día el gobierno escoces propondrá, no los dos minutos de odio que aparecen en ‘1984’ de Orwell, sino los dos minutos de amor cuando los ciudadanos serán requeridos para que expresen, al unísono y en público, su amor por alguien o algo anteriormente despreciado.
Volviendo a la reina Isabel I, que en una famosa frase afirmó ‘¡no tengo ningún deseo de abrir ventanas en las almas humanas! ¡que atraso conocer nuestros sufrimientos!
El ministro del gobierno encargado de la citada legislación, Houmza Yousef, dijo que se considerará fuera de la ley un comportamiento que expresae antipatía, disgusto, ridiculizar o insultar, pero por supuesto solo hacia ciertos grupos especialmente protegidos. Los ricos, por ejemplo, no serían un grupo protegido, a pesar de que el odio hacia los ricos haya estado detrás de más asesinatos masivos durante el siglo XX que cualquier otro tipo de odio. Existe incluso una interpretación económica del genocidio de los Tutsis a manos de los Hutu en 1994 en Ruanda; y, ciertamente, hay una evidencia documentada de que los asesinos a menudo se regodearon apropiándose de los bienes de sus comparativamente más favorecidos vecinos incluso aunque no estuviesen impulsados inicialmente a matar solamente por su codicia.
La antipatía, el disgusto, ridiculizar o insultar son, por supuesto, fenómenos normales de la expresión humana y, es más, a menudo están justificados. Sin ellos las expresiones positivas tampoco serían posibles ya que no significarían nada sin poder contar con la opción de expresar lo contrario. Además, contemplar como fuera de la ley las reacciones humanas normales muestra una mentalidad alarmantemente totalitaria, y con más motivo, si se combina con el deseo del gobierno escoces de que la población debe informar a la policía sobre este tipo de actitudes o comportamientos. La Alemania Nazi y la Rusia Soviética se parecían bastante a este modelo.
En la presentación de su propuesta, el ministro del gobierno de Escocia dijo que ‘enfrentarse al delito de odio es fundamental para construir la Escocia más segura, fuerte e inclusiva que todos queremos, libre de odio, prejuicios, discriminación e intolerancia’. Completamente al margen de mi aversión hacia las personas que ‘construyen’ naciones nuevas cuando ya son muy antiguas, lo que es noticiable en mi lista de las aspiraciones de Mr. Yousef es la completa ausencia de cualquier mención sobre la libertad excepto la libertad implícita del estado de reprimir y castigar las opiniones que no son aprobadas o permitidas, incluso en la privacidad de tu hogar. No sería una exageración decir que lo que Escocia esta ‘construyendo’ es un edificio totalitario. Pero lo más deprimente de todo es que está siendo realizado con el apoyo y la aprobación de gran parte de la población; se trata del desarrollo de un ejemplo de democracia totalitaria.
Aparte de esto, uno puede citar la lista de la determinación de las potenciales consecuencias que el gobierno escoces hizo sobre su proyecto de ley por anticipado, es decir su impacto sobre:
- Regulación de negocios
- Derechos y bienestar de los niños
- Protección de datos
- Igualdad
- Justicia
No hay una sola palabra sobre el impacto posiblemente más importante, al menos si se desea tener una sociedad libre, es decir, la libertad de expresión.
Como si no fuera suficiente, existe una inconfundible tendencia en las sociedades modernas a permitir a la persona ofendida ser la única juez de la existencia de la ofensa o que él o ella se consideren supuestamente la víctima, aunque a veces sean simplemente un testigo. Las razones o evidencias objetivas no tienen nada que ver con ello, lo único que cuenta es como se siente la persona. Te sientes amenazado si dices que te sientes amenazado; estas siendo tratado de forma irrespetuosa si simplemente lo afirmas; estas siendo discriminado si dices que lo estas siendo; y así indefinidamente.
Intentar eliminar la antipatía, el disgusto, el ridículo y el insulto del corazón y de la mente humana es una tarea que hace que la de Sísifo parezcan un paseo vespertino; precisamente el tipo de tarea que a los gobiernos autoritarios les encanta, ya que les da el perfecto motivo para interferir todavía más íntimamente en la vida de sus súbditos. El odio es una hidra de muchas cabezas, la tarea es imposible, crece cada vez que se elimina o, mejor dicho, con los intentos de los gobiernos de eliminarla. El fracaso es el más grande de los éxitos, ya que les permite seguir con más de lo mismo, es decir un control progresivamente mayor sobre la sociedad afirmando que el odio todavía no ha sido controlado y que habrá que aplicar nuevas medidas.
Es tal vez erróneo, o descuidado, llamar fascismo incipiente a lo que está ocurriendo en Escocia; no todo es una repetición del pasado y lo nuevo o vigente a veces es original. Pero la categoría de totalitarismo está suficientemente descrita como para encajar con la nueva realidad de Escocia, que es algo peor que en otros países que también perdieron el gusto por la libertad y cuya cultura se mueve en la dirección de la tiranía.