Después de leer lo que nos recuerda esta información del periodista de EL MUNDO, uno no es capaz de comprender que ningún demócrata que se precie pueda defender regímenes como el de Maduro que imponen la razón de sus ideas con el argumento más soez y criminal de la violencia. Las pistolas al servicio de un poder totalmente deslegitimado por su continuo proceder de falta de respeto a las normas mínimas de convivencia política entre oponentes. Que un ex presidente español sea, además, la bayeta que pretende limpiar y dar brillo y esplendor a esta dictadura, toca las narices a cualquiera, y ya está bien de callarse ante esta suerte de cómplices que por intereses espurios, o menos espurios como son los evidentes económicos, producen una desazón que ojalá se vuelva pronto contra ellos. Veamos lo que dice la información, que completa la imagen de RETUETERS acerca de un choque entre grupos bolivarianos y miembros de la oposición en 2017, que por sí sola no necesitaría ya de ningún otro comentario:
PREMIUM
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La Asamblea Nacional (AN), elegida por más de 14 millones de venezolanos en diciembre de 2015, ocupa un lugar muy destacado en el libro de los récords: atentados, asaltos, palizas, ocupación militar, hostigamientos diarios, asfixia económica, persecución, cárcel para sus diputados, apartheid social, amenazas, insultos, campañas de odio en medios y redes…
Lo nunca visto durante cinco años de asedio y todo ello sin que ninguna de sus leyes aprobadas legalmente entrara en vigor por orden de Nicolás Maduro y con un parlamento paralelo creado para arrebatarle sus competencias constitucionales.
“Me arrastraron por el cabello, me bañaron de orina y excremento, me lanzaron botellazos”, resume su experiencia la diputada Nora Bracho, en un relato que se puede multiplicar con buena parte de los 112 parlamentarios elegidos en su día.
El diputado exiliado José Guerra recuerda para EL MUNDO cómo a los partidos demócratas ni siquiera les dejaron celebrar su histórico triunfo. “A las pocas horas comenzaron una jugada con la Asamblea vieja, cambiando magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), inclusive con diputados que estaban ya saliendo del ejercicio los nombraron ilegalmente magistrados y a otros que habían perdido la elección los nombraron también magistrados. Ese tribunal recompuesto invalidó las actas de tres diputados del Amazonas por una supuesta conversación que comprometía los resultados y nos arrebataron la mayoría calificada de 2/3 partes”, resume uno de los grandes expertos económicos de la oposición, quien derrotó al candidato chavista en el feudo personal de Maduro. Nada se sabe hoy, cinco años después, del supuesto fraude perpetrado por los diputados indígenas, con su caso archivado en algún armario de la revolución.
Ya entonces acceder al Palacio Federal Legislativo resultaba una odisea. Grupos radicales chavistas, pagados por la Alcaldía, insultaban, amenazaban y perseguían a diputados y periodistas. Los tomates de los primeros días desaparecieron al ritmo que marcaba la inflación para convertirse en piedras y bolsas de excremento. Todos supieron que se trataba de un Parlamento sitiado con la connivencia de militares y policías, como si de una guerra de cruzados modernos se tratase.
“Nos dimos cuenta de que lo que venía era la destrucción final de lo que quedaba de democracia”, destaca a este periódico Carlos Berrizbeitia, uno de los principales contralores de los gastos de corrupción del gobierno de Hugo Chávez. “No se trataba ya de un Parlamento para legislar ni para controlar el ejecutivo, como en cualquier democracia que se respete en el mundo, si no de un Parlamento en resistencia contra la dictadura y contra la persecución”, concluye.
“El primer adversario a vencer fue el miedo, porque tuvimos en frente a un régimen salvaje, donde el debate de las ideas se transformó en amenazas y pistolas de grupos armados”, asegura el diputado Franco Casella. “Yo, que de niño admiraba las fiestas del 5 de Julio (declaración de independencia), soñaba con estar algún día en el Parlamento para honrar a mi patria. En cambio, en 2017 nos tocó pasar a la acción vergonzosa de defendernos con los puños tras el asalto de los radicales”, se lamenta.
Aquel día grupos bolivarianos invadieron el Palacio Federal y la emprendieron a golpes con los diputados. Seis de ellos, entre ellos Juan Guaidó, resultaron heridos, al margen de 10 funcionarios del Parlamento. Unas imágenes que dieron la vuelta al mundo pero que se volvieron a repetir a principios de 2020, esta vez con los militares como protagonistas, quienes a golpes intentaron impedir la entrada al hemiciclo de la junta directiva legítima. El presidente encargado saltó la verja que circunda el Palacio pese a los empujones y golpes de los guardias nacionales.
Días más tarde, estos sufrieron un atentado de colectivos paramilitares, que les agredieron y dispararon contra sus autos. Como si nada, como si fuera parte de la cotidianidad del Parlamento.
“Durante cinco años hemos asistido al desmantelamiento del principal poder público de Venezuela. Yo fui el primer diputado al que anularon al pasaporte para impedirle salir del país”, reclama Luis Florido, en un recuento de irregularidades y abusos que necesitaría medio periódico para relatarlas.
Entre ellas también destacan el encarcelamiento de seis diputados pese a contar con inmunidad parlamentaria y el despojo de este derecho contra 39 de ellos, que obligó al exilio de la mayoría. A Edgar Zambrano, vicepresidente legislativo entonces, la policía política se lo llevó detenido dentro de su vehículo con una grúa.
Con Juan Requesens los agentes chavistas fueron más sofisticados: le drogaron con burundanga (psicotrópico que provoca la sumisión) y le grabaron un vídeo semidesnudo en uno de los baños del siniestro Helicoide, una de las cárceles políticas del régimen.
“La Furia Bolivariana” escribieron el año pasado con grandes letras rojas en la puerta del hogar de la aguerrida diputada Bolivia Suárez, profesora y dirigente que nunca se asustó ante el amedrentamiento del poder. Sólo el coronavirus pudo con ella el mes pasado. “Los venezolanos no tenemos miedo”, le gustaba decir a Suárez en sus intervenciones. Y a fe que lo demostró durante los cinco años de asedio, durante los cuales nunca dio un paso atrás.