La sala estaba vacía. Fría como un témpano, pero no por falta de calefacción. Frío de soledad y miedo. Frío de sentimiento. Menos mal que duró solamente un rato; hasta que dije basta, corta con la imaginación mal sana. Que había algún fundamento, claro, como siempre en una sala de espera, donde el tiempo es lo que cuenta, el tiempo de espera. La sala sanitaria vacía y tan iluminada de luz blanca, sanitaria, la hace aún más fría, y una oscuridad tras la ventana hace de espejo doblando la sensación, dispara los acúfenos como si se enrabietaran y la vista sobre el libro también se altera ¡joder para la sala! La sala, así, sola y vacía de preocupación de otras personas, que le dan la razón de ser, paradójicamente se hace peor. ¿Seré tonto? Al fin, la sala quedó sola, nos fuimos y ahora sí que no tiene quien la escriba. De momento. Hasta el siguiente día en que desfilen las cirugías mayores ambulatorias programadas.
La sala
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