Tengo ganas de escribir lo que pienso sobre la situación política del Concello de Ourense, mi Ayuntamiento, pero aún no estoy debidamente preparado para ello, o todavía no quiero; me faltan datos, sobran afectos, y gano algo de tiempo para equivocarme menos, pero mientras tanto observo y leo a grandes periodistas y analistas políticos de la ciudad que escriben con prístino plumero echando grandes polvos; pero yo, insisto, me quedo con lo de algún dato que me falta y un poco más de tiempo para reflexionar.
Lo que sí está claro es el motivo que se hizo causa según los concejales que liaron la marimorena: al parecer, la absoluta falta de estima pecuniaria del alcalde hacia sus propios asesores. En cosas de afectos o amor entre dos no se puede meter uno, porque, ya se sabe, después se arreglan y el que queda como enemigo de ambos resulta precisamente uno, y ‘eso’ me toca los pies de tanto habérmelos tocado antes en otras ocasiones.
Lo que sí puedo comparar es mi propia experiencia como asesor del mismo Concello en cuestión, el de Ourense, que duró dos meses exactamente. Sí, entonces muchos me tomaron por idiota, pues me hubiese arreglado la vida económica hace ya veinticinco años; sin embargo, fíjense donde estamos ahora el alcalde de entonces y yo. Que conste que a Manuel Cabezas le deseo todo lo mejor, es una cuestión de simple afecto y simpatía personal, pero la batalla que está librando con la Justicia por mor de algunas cuestiones que arrastra precisamente de su cargo como alcalde, no la quisiera yo para mí ¡ni de coña!. Y no digo yo que de no haber dimitido entonces tuviera que haberme visto ahora en lo mismo, ¡dios me libre” (a la vista está que son sólo dos los encausados y no tantos otros que tuvo a su lado), pero no voy a ser tan prepotente de asegurarlo al mil por cien, porque el hombre es débil por naturaleza, las compañías son fuerzas de categoría (de niño, lo más repetido que te dicen unos padres responsables, es “cuidado con las malas compañías) y las tentaciones son diabólicas, como el mismo San Pablo nos decía, y ¡OJO con el sueldo que cobraba!.
De hecho, una de las razones que motivaron mi dimisión fue advertirme a mi mismo sobre lo fácil y peligroso que resulta acostumbrarse a un sueldo magnífico sin merecerlo, sin que nadie te pida cuentas de lo que haces o dejas de hacer, o si te lo ganas como es debido; hipotecarse ‘de repente’ con un ostensible mejor nivel de vida gracias a ganar eventualmente lo que no tenías escrito, es dejarse atrapar para el resto de tu vida o hasta que te echen, por eso hay que reaccionar pronto, antes de la borrachera que puede suponer recibir más de la cuenta, de tu cuenta. En la vida hay que progresar adecuadamente, como en el Colegio (al menos hasta ahora y antes de la Ley de Educación que asoma). Pero que conste también que, sin duda, me hubiese sido mucho más fácil dejar el cargo si entonces el alcalde me hubiese pedido una sola peseta negra, o sucia, porque en ese caso el orden de los factores sí altera el producto y no cabe, por tanto, la denuncia antes que la renuncia.