Hoy la mascarilla del Colexio Profesional de Xornalismo de Galicia, que uso habitualmente debido la calidad de la misma (de tres capas, 42 lavados y homologada oficialmente), me parece más un bozal que una medida de salud eficaz. La culpa la tiene el gobierno, claro está, por jugar a las censuras previas que salen de cabezas en la práctica nada amantes de la libertad, aunque se vistan de seda. No, la orina del enfermo no me gusta; ya la Justicia y el Parlamento andan en crisis con el actual poder ejecutivo, pero ahora le llega el turno de crisis al cuarto poder (no figuraba en el de Montesquieu porque no estaba desarrollado como ahora), en base a un plan europeo contra la desinformación, el European Democracy Action Plan (EDAP), todavía en fase de recogida de opiniones donde se insiste en combatir la desinformación desde la Ley y sin intervención de los poderes políticos, o sea, lo contrario de lo que está gestando al respecto nuestro gobierno. Y es que, claro, es distinta la libertad según el cristal conque se mira; cuando quieres alcanzar el poder la alabas como bazoka frente al castillo donde se aloja el dueño de los destinos, pero cuando ocupas esa posición, que no oposición, entonces, ¡ah, entonces! la libertad se siente como un peligro. Menudo lío en poco espíritu democrático.
Estas maneras de querer traer la censura previa a nuestra vida deriva en el puñetero pensamiento único que toca las narices de quienes pensamos variado y distinto. Por mi cabeza puede pasar una idea en determinado tiempo que después es cambiada debido a un cambio de circunstancias, entre las que está una mayor información o conocimiento, o porque yo mismo sea diferente. Pero sea así o inamovible, como le suele pasar a ese militante fiel a determinada idea política pese a ser adulterada o simplemente fake en aras de la conveniencia electoral, pero sea lo que sea, insisto, lo importante es la libertad de cualquiera a expresar la idea u opinión que le peta, como así recoge la mismísima Declaración Universal de Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Por supuesto, también nuestra Constitución en su artículo 20 protege esta libertad: “Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica”.
Pues bien, ahora con la excusa de las fake news, el Gobierno de Pedro Sánchez nos devuelve a una especie Ley de Prensa de Fraga, donde a la libertad que proclamaba le oponía el cedazo de “el respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa Nacional, de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público interior y la paz exterior”. ¡Toma carallo para la libertad de prensa!. Pues es el caso de la Orden de un Gobierno que amordaza la libertad de prensa estableciendo un “procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional”, en el que la Comisión Permanente contra la desinformación que se establece con objeto asegurar la coordinación interministerial a nivel operacional en el ámbito de la desinformación, será coordinada TACHÍN TACCHÍN/ TACHÁN TACHÁN por la Secretaría de Estado de Comunicación y presidida de forma ordinaria por el Director del Departamento de Seguridad Nacional que a su vez ejercerá las funciones de Secretaría”.
El artículo 20, mencionado anteriormente, establece además el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades”, y concluye con un contundente: “El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa”. Para castigar al maledicente, al que desinforma con un propósito espurio y que ataca a la convivencia natural de la gente, etc. se le tiene que perseguir en donde se debe, en la Justicia, para que allí se condene o se suelte en función de la verdad o desinformación de que se trate.
Espero que todos los compañeros periodistas que sientan la profesión desde su principal valor no le sigan el rollo a estos controladores, por muchas primeras, segundas, terceras, cuartas, quintas o sextas marchas que se pongan a la Orden como si fueran monaguillos de tal religión. La verdad que mas que espero, deseo.