Aquí tenemos café. En su día, como ya conté alguna vez, estuvo abierto al público en general, incluso en jornadas ininterrumpidas de 12 horas. Pese a que siempre lo mantuvieron los cercanos, esas personas que con su mecenazgo en forma de cuota hacen posible que existamos físicamente, o sea, que tengamos abierto el espacio. Ahora no, nos cansamos de lo ganado por lo servido, pero currando el doble o triple, y ya sin personal ajeno a nosotros, los dueños, que somos matrimonio, decidimos que todo el local lo poníamos al servicio de los suscriptores, o sea, los mecenas. Decisión, además, respaldada por esta grave crisis del COVID que nos hace ser mucho más exigentes con distancias e higien, amén de control de las personas que cada día pisan nuestro terreno. La cuota desde siempre es pequeña, 9€ al mes, porque desde siempre quisimos que no se distinguiera elcercano por ningún nivel económico al alcance de unos pocos sino que cualquiera que aprecie lo que hacemos sin ningún tipo de ayuda institucional, que rechazamos desde el primer momento – ahora ya, hace doce años -, y me refiero al hecho cultural en sus formas diversas.
Pues bien, estamos en estas cuando un conocido de elcercano, pese al claro y grande cartel que está a la entrada explicando la entrada reservada a suscriptores, entró por la puerta, pidió una coca cola y al cabo de dos horas me explicó que él no era de elcercano porque en nuestro sistema no se podía elegir una directiva, presidente, etc., como pasa, por ejemplo en el Liceo. Le contesté que pagase los 38€ al mes que pagan en ese maravilloso espacio y comparta allí con el público en general lo que le apetezca, que aquí este matrimonio ha dejado doce años de trabajo y más de cien mil euros para hacer lo que le salga de la gana; y ésto sin ningún tipo de chulería, prepotencia o algo así que lo parezca, pero la impertinencia de un tío al que le dejas entrar sin derecho, beberse un refresco con dos horas de calma y que, además te discuta como llevar tu negocio es para …, para decirle que no le abres más la puerta, porque podremos ser imbéciles por haber hecho ésto posible (35 libros, un largometraje, cientos de presentaciones, charlas, conciertos, etc.) por vocación y perdiendo dinero, pero que venga otro que no hizo absolutamente nada a decírtelo, ya no.
El cliente se confundió, casi tanto como el hombre que confundió a su señora por un sombrero.