Hoy de paso hacia el bar donde había quedado con el sabio botánico y el maestro judoka pasé por la iglesias de las Esclavas. Estas son monjas de clausura y su llamada sonora con ángelus cánticos, que escuché desde la calle, tuvieron su eco y me metieron para dentro. Nueve hábitos blancos me daban la espalda, con verja en medio, cantaban de pie y al rato se sentaban para hacer sus rezos; ahí oí el acento de alguna que me informaba de que sudamerica está doblando la esquina. Vicente, ¡qué extraño!, no conoce la iglesia por dentro, pero gracias a mi visita tomamos el vino hablando de Dios, para dudarlo, negarlo o rezarlo, según cual de los tres estuviera en el uso de la palabra. No era vino de misa, mas bien mencía, y salí a buscar al señor obispo para que nos acompañara en la toma de discusión y con el preciado líquido que descarga en tantas veces cualquier tensión. La conversación me demostró una vez más que no hay nada equiparable en el tiempo de ocio, pero la conversación en persona y físicamente donde miramos ojos, manos y lo que nos venga en gana que con el cuerpo informa más sobre el pensamiento que se expone.
Pero como todo el monte no es orégano, cabe decir la conversación que no se da con las opiniones de facebook, por mucho que nos engañemos. Detrás de una opinión … (seguiré mañana, que el sueño me llama)