Demasiada atención hacia el uso del lenguaje es una distracción de lo esencial y fácilmente se convierte en pedante; pero prestar demasiada poca atención es arriesgarse a ser engañado o manipulado por aquellos que lo utilizan incorrectamente de forma deliberada. Aristóteles afirmó que las palabras no pueden sustentar más precisión de la que es posible; pero tampoco deberían sustentar menos de lo que es posible.
Las palabras tienen connotaciones además de denotaciones y una forma de deslizar una falsedad en la mente de alguien es desconectar ambas de forma que la denotación y la connotación no estén de acuerdo e, incluso, que sean opuestas. Un excelente ejemplo sobre esto es la utilización de la palabra ‘austeridad’ cuando se aplica a ciertas políticas económicas de los gobiernos. Frecuentemente, uno puede leer, por ejemplo, que las dificultades de países como Francia y Gran Bretaña en la cuestión de cómo responder al Covid-19, estuvieron causadas por la ‘austeridad’ de los gobiernos anteriores que es lo mismo que decir que no gastaron todo lo que deberían haber gastado. Pero independientemente de que, si los gobiernos hubiesen gastado más (y Francia ya dedica una mayor proporción de su PIB al sistema de salud que la gran mayoría de los países del mismo nivel económico) la epidemia habría sido más fácilmente controlada, sus políticas anteriores de restricción de gastos no pueden ser llamadas ‘austeridad’ porque en todo momento gastaron una cantidad mayor anual que sus ingresos: como, de hecho, ocurrió, casi continuamente, durante cuarenta años.
Suponiendo que dijese, ‘Este año me voy a comportar con ‘austeridad’. El año pasado gaste el diez por ciento más que mis ingresos, pero este año solo voy a gastar el cinco por cien más’ se creería que estoy exponiendo una paradoja. Pero si dijese solamente ‘Este año voy a ser austero’ se creería que yo iba a ponerme un cilicio y a subsistir con miel y saltamontes’. Decir que los gobiernos francés y británico han ejercido la austeridad es querer decir lo primero e implicar lo segundo lo cual es claramente deshonesto: aunque deberíamos darnos cuenta de que el termino apropiado, ‘reducción del déficit’ es neutral en cuanto a si es bueno o malo económicamente hablando. Después de todo, yo puedo pedir prestado bien para crear un negocio o bien para beber champan en los desayunos.
Otra confusión siniestra y crecientemente común que veo tanto en los periódicos franceses como en los británicos es la que existe entre refutación y negación. Un hombre acusado de algo, bien por la ley o bien por los contrincantes políticos, dice ‘Refuto la acusación’ y los periódicos informan debidamente de que la ha refutado. Pero por supuesto él no la ha refutado, sino que la ha negado que es solamente la misma cosa cuando todo el mundo es juzgado según su propia ‘validez’ o ‘verdad’ lo que es lo mismo que decir cuando la epistemología del egocentrismo y el individualismo exacerbado prevalece. Yo puedo negar mediante una simple afirmación, pero no puedo refutar con una simple afirmación; y el hecho de que la confusión sea intencionada se demuestra por el hecho de que, mientras la gente confunde la negación con la refutación, nadie confunde la refutación con la negación. La palabra ‘refutación’ tiene connotaciones que permiten que a cualquier persona culpable le encante que se sustituya por el concepto de negación ya que esta última seria claramente falsa mientras la primera no.
Los desplazamientos semánticos son, o al menos pueden ser, importantes. Por ejemplo, la palabra ‘infeliz’ ha sido casi eliminada del léxico en favor de la palabra ‘deprimido’. Esto es importante porque implica a) que la felicidad es el estado normal mental del ser humano y b) que la desaparicion de la misma es una enfermedad que un médico puede, o al menos debe de ser capaz, de tratar y de este modo la vida se reduce a un simple problema técnico, en el que, en el presente estado de mitología urbana, los problemas se resuelven con una simple compensación de los neurotransmisores del cerebro.
Los cambios en las costumbres y en la semántica, cuando vienen impuestos, son habitualmente ejercidos por poder. En nuestros días, la presión para su adopción, como censura, proviene no de los gobiernos sino de grupos de presión, reducidos, pero bien organizados y con determinación. La resistencia en pequeñas cosas es fundamental para no permitir los cambios promovidos desde este poder, los cambios se van introduciendo por dejadez de las personas y más tarde se convierten en habituales.
Me he dado cuenta de una interesante diferencia en las exigencias lingüísticas de las feministas radicales en Gran Bretaña y Francia. En Inglaterra, por ejemplo, es actualmente completamente erróneo para una persona de bien, utilizar la palabra ‘actriz’ para una mujer que actúa en un escenario o en una pantalla: es un ‘actor’ y no una ‘actriz’. De esta forma, Sarah Bernhardt fue un famoso actor de finales del siglo XIX como Mrs. Siddons (¿o debería de decir Ms. Siddons?) lo fue en el siglo anterior.
Recientemente, leí en un periódico local de mi casa de Inglaterra que una villa cercana tenía el jefe de oficina de correos más viejo del país, que había trabajado en la oficina de la villa durante sesenta años y ahora tenía noventa y dos. El jefe de correos era, en realidad, una mujer que, hasta hace unos pocos años, habría sido tratada como ‘postmistress’ y no como ‘postmaster’. En el artículo se hablaba sobre ella como Ms. White y no como Miss o Mrs. Las trituradoras de la reforma lingüística lo pulverizan todo.
En Francia, por el contrario, en estos días es necesario denominar a una mujer francesa escritora ‘ecrivaine’, la forma femenina de ‘ecrivain’, y, cada vez más, no está permitido la forma masculina de una palabra para referirse a un hombre y una mujer como genero neutro.
Lo que es interesante sobre esta diferencia es que, en ninguno de los dos lados del Canal palabras como ‘actress’ y ‘postmistress’ por un lado, y ‘ecrivain’ se utilizaban para las mujeres de forma irrespetuosa. Es cierto que, en mi adolescencia, la primera broma subida de tono que aprendí fue añadir ‘Como la actriz le dijo al obispo’ a cualquier cosa que cualquiera dijera, lo que automáticamente le daba un ligero tono procaz que me provocaba una risa nerviosa: pero no era más respetuoso hacia el obispo que hacia la actriz y era seguramente muy inocente. Decir de Margaret Rutherford que era una actriz no tenía ninguna connotación de falta de respeto.
Con respecto a la palabra ‘postmistress’, evoca a quien estaba al tanto de las aventuras de las villas y podría haberse considerado como chismosa, pero, en realidad, se le tenía respecto y afecto.
No necesito insistir en que la palabra ‘ecrivain’ no evoca ninguna falta de respeto en Francia, por el contrario: ya que ningún país tiene mayor respeto por sus escritores que la propia Francia. ¿Cómo, entonces, podemos explicar la diferencia entre los dos países? Las palabras ‘actress’, ‘postmistress’ y ‘ecrivain’ no son intrínsecamente despectivas. De esta forma, la exigencia de que deben de ser reemplazadas es un pequeño, y de mente pequeña, ejercicio de poder – como diría Humpty Dumpty, personaje de la famosa rima infantil inglesa, esto es todo.