Han llegado las elecciones gallegas. A lomos de un rocinante extremadamente escuálido y enfermo. Serán el 12 de julio, casi el día que conocí a Paloma, ¡manda carallo!; no sé si avisar a la tele para que al ir a votar nos hagan un reportaje, dada la cultura del entretenimiento a que se dedican mayormente y donde cualquier historia particular con un toque original les parece interesante para rellenar sus espacios, y así de paso colar mejor su publicidad indígena, vaya, la disimulada. Lo que sí pido, por Dios, que no ocurra algo que impida hacerlas como lo que llegó para suspender la anterior cita. Que no estén gafadas. Eso sí, ya que no suspendieron sus sueldos y dietas los vividores de lo público, al menos ahora que suspendan mitines y gastos innecesarios adheridos ya por tradición a negocios ad hoc y al socaire de toda campaña electoral; que los partidos políticos los destinen, sin publicidad ni propaganda, a paliar necesidades básicas de los ciudadanos, porque ¿saben? ya hay colas del hambre que da mucha rabia verlas.
Ya sé que la decisión de recibir o no la propaganda electoral nos la han dado recientemente mediante reforma de la Ley Electoral General, mediante formularios que hay que rellenar en el Instituto Nacional de Estadística. Pero, ¿por qué la reforma no ha ofrecido la posibilidad al revés?, es decir, que comunicasen a Estadística su voluntad de recibir en su casa las papeletas y sobres de todos los partidos que se presentan a una cita, aquellos que sí lo desean, que serían muy pocos si además conocieran el enorme gasto que esto supone. Las únicas papeletas anticipadas, pues, las de Correos, necesarias para que las utilicen los que votan por correo, y a los demás ni agua. Bueno, agua no, pero sí se agradecería que a cambio nos enviasen mascarillas, a las que ahora nos obligan como una margarita, sí, no, sí, no, sí…,