Hoy fui a Correos, y la cola llegaba hasta el medio de la Alameda. Todos por la acera adelante. Pero antes había pasado por el Parque San Lázaro y el Paseo, donde tres sucursales de bancos hacían guardar colas parecidas, del mismo tamaño. Es lo que nos queda. Y menos mal que éstas no son colas para recoger bolsa de comida, como vemos en tantos lugares que pasa, demasiado lugares de España, y todos los días. El bendito progreso, proclamado por la idiocia largamente sostenida en la creencia de que los avances tecnológicos y científicos significan la felicidad, se ha vuelto iracundo contra nuestra vida y nos ha llevado al regreso, un volver a tiempos desconocidos directamente por las actuales generaciones pero sí a través de los libros y alguna abuela viva, colas de posguerra, también tantas veces apelada para enfrentamientos que no ayudan en esta hora de pandemia. Sí, nos tenemos que acostumbrar a medir de otra manera los tiempos de guardar, o aguardar en la cola, reuniendo en una misma gestión lo que antes descomponíamos varias veces por la facilidad del acceso al servicio solicitado o a la compra del material necesario. Se acabó. Hay que concienciarse bien para no perder los nervios y no hacerlos perder al prójimo, a fin de evitar mayores conflictos. Porque nadie y todos tenemos la culpa de haber llegado a donde estamos, y de nadie y todos depende que salgamos de ésta. Bueno, depender depende más de solo algunos, de esos que no hacen colas precisamente, por lo que hoy caben dudas, muchas dudas.
Hace ya cuatro años que sucedió.
Yo no sé si el tiempo pasa rápido o lento, pero pasa, y si la circunstancia que pasa altera suficientemente el orden de nuestra vida parece que sí el tiempo pasado está muy distante. En cuatro años puede suceder que, tal día como hoy, alguien represente una ópera rock ideada por cierta rebeldía al poder establecido, y ahora el mismo “alguien” esté y sea parte de ese poder. Son cosas que pasan, curiosas, y que nos sorprenden en un primer momento, en la inmediatez de cuando suceden, pero se asimilan tan naturalmente que el tiempo transcurrido parece mucho, tanto que la memoria nos la da la fotografía. Recuerdo bien hace cuatro años la ocasión, porque la ocasión es digna de recordar; un abogado aficionado al rock, Miguel Caride, se mete a hacer una ópera rock que sonó muy bien y llenó el Auditorio de Ourense.